ESPECTáCULOS › EL CIRCO VACHI, UN AUTENTICO EQUIPO DE PRIMERA
La locura llega con carpa
Por S. F.
Faltan más de diez minutos para las 21, pero las familias hace rato que están esperando el comienzo de De lujo. El chico con la diez de Riquelme del Villarreal es uno de los primeros, aplaude y pide impaciente “Vachi, Vachi”, mientras la cola se contagia del entusiasmo y chicos y grandes añaden palmas y cantan. Se abren las rejas y todos se van acomodando, en las sillas o en las gradas. Chacovachi, vestido de negro con las chalupas, se presenta y como las azafatas señala la gran salida de emergencia. “Es muy sencillo, levantan la lona y salen, lo pueden hacer ahora, si quieren”, dice, mientras el loco Costrini aúlla y amaga con salir corriendo. Pero todos se quedan sentaditos y la mitad de la gente levanta la mano cuando el payaso pregunta “¿Cuántos nos vieron otros años?” Chacovachi arenga a los suyos: “Algún artista que quiera empezar la función”, grita. Antes, la ceremonia bautismal de los espectadores que, a las órdenes del payaso, realizan una ola, al principio, un poco desprolija; mejorada, en la repetición.
El director artístico Chacovachi tiene seis coequipers de primera división. Mariana Luna Ruffolo se trepa a la soga y pronto se convierte en un ciclón, un pequeño torbellino, sacudida por uno de sus compañeros que la hace girar con movimientos de una rapidez tan extrema que cualquier mortal saldría averiado (hipótesis que incluye cabeza y estómago). Luna se gana las primeras ovaciones del público. Maku Jarrak se apoya sola con la cabeza al revés, mira a los espectadores con carita de ingenua, como diciendo “miren qué fácil lo que hago”, toma agua y se coloca un alambre con platos chinos que giran en su boca, en sus brazos estirados, en sus piernas. Y se gana la segunda ovación. Furman es el equilibrista desequilibrado que camina por la cuerda floja con un aire de novato impostado. Es uno de los números más potentes, desde lo físico, lo poético y la comicidad. A medida que sortea los obstáculos que le plantean el payaso Tomate y el maldito Costrini, Furman deviene en el Maradona de los equilibristas. Y Tomate es otro campeón: payaso que la juega de cabrón, con un puñado de globos funda un mundo nuevo, con animales, personajes y estampas de la vida moderna.
Costrini es un loco que no tiene límites; cuando suena un celular y detecta de dónde viene el ruido, lo agarra y empieza a balbucear esas palabras entrecortadas. Chicos y grandes se mueren literalmente de risa con los tics (un movimiento veloz con las manos como si se rozara las orejas) y la manera de caminar, encorvada, rápida y desmañada de Costrini. Asombro, carcajadas, poesía y música en vivo. De lujo es un nuevo circo que, ojalá, tenga hijos y sobrinos que multipliquen las carpas, que recorran el país. Un circo nuevo, con nostalgia de los viejos tiempos.