Miércoles, 21 de enero de 2009 | Hoy
Los medios masivos han dejado de ser la única fuente a la que los ciudadanos recurren para formar su opinión. Existen otros modos de acceder a la información política que ayude a la toma de posiciones. A ello se agrega que la información que brindan los medios aparece sesgada y desarticulada.
Por Alfonso Gumucio Dagron *
Comunicación, información, difusión y... confusión. Incluso entre los periodistas la confusión es grande, pues usan indistintamente esos términos para referirse a los medios masivos. Para Antonio Pasquali, la expresión medios de comunicación “repugna”, porque los medios masivos no comunican, solamente difunden. Ya en 1963 escribía:
“La expresión medio de comunicación de masas (mass-communication) contiene una flagrante contradicción en los términos y debería proscribirse. O estamos en presencia de medios empleados para la comunicación y entonces el polo receptor nunca es una ‘masa’, o estamos en presencia de los mismos medios empleados para la información y en este caso resulta hasta redundante especificar que son ‘de masas’”.
Lo correcto sería llamarlos medios masivos, medios de difusión, o medios de información. Dicho simplemente: la comunicación es en dos sentidos y horizontal, mientras que la difusión tiene sólo un polo de emisión vertical. Desde su origen en griego y en latín, el término comunicación está asociado a participar, dialogar y compartir.
Lo anterior es esencial si se quiere entender el papel de los medios masivos en la sociedad y la función política de los medios de comunicación frente a los partidos políticos y los movimientos sociales.
Los medios masivos difunden y tal vez informan, pero no comunican. No admiten una relación de equidad con la sociedad, sino una relación de influencia-dependencia con los grupos de poder. Esa relación de dependencia-influencia está mediada por el poder de los propios medios masivos, lo que ha valido la expresión “cuarto poder” atribuida a Edmund Burke, hace más de dos siglos. Si ya se consideraba entonces que los medios tenían un poder excesivo en la sociedad, más aún con la aparición de innovaciones tecnológicas del siglo pasado.
No es gratuito que el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, reivindique la necesidad de un “quinto poder”, es decir, un poder ciudadano sobre los medios, que no esté coludido con los poderes económicos y políticos.
La prensa ha sido tradicionalmente el principal referente de la discusión y del análisis político. Pero cada vez hay menos medios “respetables”, es decir, aquellos cuya función de información se cumple en apego a la búsqueda de la verdad y donde los intereses de los grupos propietarios no determinan la línea editorial. En el mundo entero se pueden contar con los dedos de una mano. El primero que viene a la cabeza es Le Monde, quizás el único diario que se ha ganado el respeto internacional por su seriedad. The Guardian, en Inglaterra, ha merecido también ese sitial, con una posición independiente más agresiva. The New York Times fue el diario independiente de referencia en Estados Unidos, pero su complicidad con el gobierno fue demasiado lejos durante la guerra de Irak.
Una identificación demasiado clara de un medio con una propuesta política lo pone en desventaja. Las veces que ha ocurrido sirvió de trampolín circunstancial en la política, pero la credibilidad del medio se pulverizó. Son más hábiles los medios de difusión que detrás de una aparente “diversidad ideológica” esconden un proyecto político que apunta a que no cambie nada. En esa línea se inscribe la mayoría.
De cara a los partidos políticos y a los movimientos sociales, los medios de difusión mantienen un delicado equilibrio. Cuando han intentado romper ese equilibrio, orientando su línea editorial a favor o en contra de un grupo de poder específico, se han producido reacciones que amenazaban con restringir su difusión.
Tomemos un ejemplo cercano. En 2007 el Internacional Media Support (IMS) analizó exhaustivamente el comportamiento de los medios en Bolivia. La organización holandesa señaló en su resumen ejecutivo:
“Entre los resultados centrales se encuentra que la polarización creciente en la sociedad boliviana se refleja de una manera importante en los medios. Varios de ellos asumen un papel muy activo al representar intereses distintos con una marcada tendencia a aumentar las críticas a las posiciones opuestas. Esto, combinado con la particular segmentación geográfica de los medios bolivianos, implica un riesgo en el momento actual, en la medida que contribuye también a una cierta fragmentación del país”.
Sin embargo, no creo que sea tan directa la influencia de los grupos de poder sobre los medios. Más bien pienso que directores, jefes de redacción y periodistas maniobran en un margen que les permite armar su música “de oído”, sin una partitura rigurosa. El problema de los medios de difusión no es tanto lo que dicen sino lo que callan; es decir, la población es la que menos se expresa en los medios de difusión, de allí quizás que tradicionalmente se ha dotado de sus propios medios: radios comunitarias o sitios en Internet.
El papel político de los medios de difusión en relación con los movimientos sociales es epidérmico. La carencia de análisis y de investigación hace que la cobertura de los movimientos sociales sea precaria, superficial y, por lo general, revele ignorancia del tema. Si bien los partidos políticos pueden articular plataformas que se traducen fácilmente en información, no sucede lo mismo con los movimientos sociales. Un papel de los periodistas en los medios masivos debería ser esa capacidad de articular aquello que a simple vista se muestra disperso, caótico e inorgánico.
Tampoco son los medios articuladores del diálogo tan necesario en momentos de crisis política, más bien demuestran una precariedad lamentable. No son en el escenario político verdaderos actores de la democracia, sino que actúan a tientas, sin objetivos claros. Su función se ve reducida a difundir información que otros generan, desde boletines oficiales hasta comunicados de la empresa privada, pero sin capacidad de articular la información.
Antes leíamos dos o tres diarios para formar una opinión. Hoy, esa lectura no aporta mucho en la comprensión de los grandes temas del debate político. Por ello los lectores acudimos con mayor frecuencia a sitios en Internet, a boletines, a otras formas menos convencionales de información para armar el rompecabezas de la política. Y tampoco lo logramos, como no lo logran ni los partidos, ni los movimientos sociales, ni los medios de difusión.
Los medios de difusión representan la mitad de la información política que el ciudadano requiere para formarse una opinión. La mitad que ofrecen los medios masivos es parcialmente sesgada, parcialmente veraz, parcialmente inclusiva y democrática, pero sobre todo es una información desarticulada, polarizada e inorgánica. Incapaz de contribuir a la construcción de ciudadanía.
* Boliviano, especialista en Comunicación para el Desarrollo con experiencia en Asia, Africa y América latina.
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