Miércoles, 21 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › HOY SE REUNE CON LOS LEGISLADORES DE AMBAS CAMARAS CON EL FIN DE NEGOCIAR LAS MEDIDAS PARA ENFRENTAR LA CRISIS ECONOMICA
Los desafíos que estarán en el centro de sus preocupaciones serán, por un lado, poder transformar la energía callejera en poder institucional y, por el otro, contener la dinámica conservadora de los partidos políticos tomados por grupos económicos.
Por Ernesto Semán
Alguien de la edad de, digamos, Barack Hussein Obama, no ha pasado por otro momento en su vida en el que la gente se vuelque de forma tan masiva a la política. La descomunal movilización generada desde hace dos años alrededor de su candidatura es el motor del proceso que culminó ayer, cuando Obama se convirtió en presidente, y es uno de los principales interrogantes sobre el futuro de los Estados Unidos. En la traducción de esa efervescencia en poder político se juega buena parte de su futuro político.
Parte de esa algarabía se acabó ayer, cuando Obama se puso al frente de un formidable imperio económico y militar. Su tarea cotidiana desde ahora es más pedestre: pasada la pompa, hoy mismo se reúne con los legisladores de ambas cámaras para negociar las medidas con las que buscará una salida a la crisis económica. Aun si Obama logra poner en marcha procesos tales como el cierre de la cárcel de Guantánamo, en sus manos también le queda la guerra en Afganistán y su relación con el conflicto en Palestina, por mencionar apenas dos temas. Poderoso como es, el lugar de presidente de los EE.UU. también es más desangelado que el de un líder político capaz de inspirar con sus palabras a millones a su alrededor.
Aun así, mantener esa energía callejera, transformarla en poder institucional, contener la dinámica conservadora de partidos políticos tomados por grupos económicos, es un desafío que estará en el centro de las preocupaciones de Obama, si espera poder llevar adelante aspectos centrales de su agenda.
Para un país supuestamente dominado por la abulia y mayormente absorbido por el consumo, que la política se haya puesto de moda es una gran noticia. La ola de gente que inundó Washington es expresiva de esa nueva situación. En Nueva York, poco después de la asunción, al comienzo de una clase sobre Historia de los derechos civiles, los estudiantes debían responder cuál era la imagen que mejor recordaban de esa época. Por entre el boicot a los colectivos con asientos segregados para negros y las marchas en Selma, Alabama, sobresalía la imagen de Martin Luther King. “Es de las primeras cosas que supe de Estados Unidos”, dijo una estudiante de origen armenio. Pocas horas más tarde, en el centro de Brooklyn, la cajera de una cadena de librerías, gorda y negra como el arquetipo de las clases populares de Nueva York, se abría a la conversación: “¿Se imaginan lo que esas chicas van a decirles a sus amigas cuando sean viejas, que su padre fue el primer presidente negro de los Estados Unidos?”. Bárbara, que alguna vez vio a Obama luchando por un lugar en el Concejo Deliberante de Chicago, recordaba que “él siempre combinó un gran ego con un vuelco a la comunidad en la mejor tradición de la izquierda norteamericana. Eso se ve en su discurso, en su invitación a hacernos cargo”.
Quizá lo más destacado de ese renovado interés de jóvenes vírgenes en la política y de viejos herederos de la lucha por los derechos civiles que vuelven a enamorarse de la vida pública, es la relativa independencia respecto de los partidos políticos y la relación que entablaron con el carismático liderazgo de Obama, tan distinto al de Luther King, pero también tan ajeno a la vida partidaria. Organizaciones no gubernamentales como MoveOn, nacida hace ya diez años, movilizan hoy millones de personas alrededor de demandas que van desde la economía y la situación social hasta la política exterior norteamericana. Las organizaciones comunitarias que trabajan con negros en los ghettos y las ciudades empobrecidas de los Estados Unidos eran algunas de las principales responsables de que las calles de Washington estuvieran ayer llenas de entusiasmo.
El nuevo gobierno se prepara para liderar un vuelco del Estado al centro de la vida social y económica con pocos precedentes en este país. Las chances de que eso sea posible y beneficioso residen en gran parte en la capacidad de Obama de mantener vivas esas organizaciones, de superar la habitual cooptación que ejerce el poder, y la no menos habitual intrascendencia de la izquierda en tratar de prevenirla.
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