LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Nuevo paisaje mediático

Ricardo Haye expone las características básicas del nuevo paisaje mediático y ofrece preguntas para reflexionar sobre el escenario, su evolución y acerca de las prácticas de los comunicadores profesionales.

 Por Ricardo Haye *

Las sociedades modernas consagraron muchas energías al propósito de disolver las distancias. En ese sentido, el pasado siglo fue pródigo en desarrollos que contribuyeron a ello y al impulso de las comunicaciones. Insaciable, la humanidad explora ahora cómo hacer realidad algo que vimos en numerosos textos audiovisuales: la teletransportación de objetos y personas. Cuando lo consiga, habrá puesto el último clavo en el ataúd de las distancias. Paralelamente, la comunicación concilió esa voluntad de acercamiento con la vocación de alcanzar a grupos cada vez más numerosos de personas, por lo que sus medios conquistaron la condición de “masivos”.

El primer propósito conserva plena vigencia y goza de excelente salud. Los satélites, Internet y las nuevas tecnologías ayudaron a generar la ilusión de que todo está más cerca. El segundo, en cambio, tiende a volverse cada vez más inaccesible por imperio del mismo desarrollo tecnológico que favorece al primero.

Hasta aproximadamente la década de 1980 crecimos arropados por cuatro o cinco canales de televisión y alrededor de una docena de emisoras de radio, cuota que era significativamente menor en ciudades pequeñas alejadas de los grandes centros urbanos. Las señales podían presumir entonces de ser factores sociales de agrupamiento. En nuestros días, por el contrario, el incremento exponencial de las fuentes emisoras provoca un fuerte proceso de atomización de las audiencias. Internet y los nuevos sistemas de radio-televisión, aéreos o por vínculo físico, expanden el menú de mensajes audiovisuales y determinan que la oferta adquiera proporciones torrenciales.

En los momentos de ocio, cualquier individuo con acceso a estas posibilidades enfrenta la disyuntiva de escoger entre la sintonía de casi cien canales de TV, consagrarse a elegir entre las cuarenta o cincuenta emisoras que su aparato convencional de radio es capaz de registrar con buena calidad en sus bandas de modulación de amplitud y de frecuencia, o zambullirse en la Red a ver qué descubre en YouTube o en los millones de textos sonoros y audiovisuales alojados allí por organizaciones mediáticas y podcasters individuales.

Pero en el horizonte se avizoran ya las opciones que habilitará el sistema de emisión digital al multiplicar por cuatro o cinco las señales actualmente operativas.

Frente a ese escenario, surgen los interrogantes: ¿Cómo abastecer de contenidos a semejante caudal de soportes? ¿Cómo encontrar o escoger aquellos contenidos que resulten más útiles y atractivos?

La primera pregunta contiene la duda acerca de si cada medio habrá de presentarse ante su audiencia con productos propios y originales o asumirá un carácter parasitario. Planteado en otros términos: la cuestión reactualiza el debate acerca de si serán medios genuinamente productores o simplemente reproductores.

También cabe allí la incertidumbre acerca de quiénes producirán los contenidos que permitan la continuidad de cada servicio. ¿Se habilitarán nuevas fuentes laborales o primará el tradicional concepto empresario de obtener la máxima rentabilidad con el mínimo esfuerzo? ¿Cómo se regularán las tareas de los comunicadores para que no se vean expuestos a la sobreexplotación? ¿Estará contemplada en sus salarios la réplica de sus productos en más de un medio?

El segundo punto interpela a las audiencias. Si hoy es complejo localizar los textos que cada uno busca o necesita, en el futuro la tarea resultará aún más ardua. Cabe suponer que los programas informáticos de búsqueda adquirirán mayor protagonismo, pero siempre con un amplio margen de duda acerca de su confiabilidad y exhaustividad. ¿Habrá nuevas formas de filtrado o gate-keepers en los que pueda depositarse confianza? Es dable pensar que de los propios usuarios surgirán formas de difusión más o menos sistemáticas que intentarán volver cosmos el caos textual que se avecina. ¿Serán suficientes?

Dejamos aparte un tercer interrogante acerca de cuál será el aspecto futuro de los medios, dado el reformateo que soportan y que está modificando sus especificidades de modo significativo.

Una organización vigorosa como Radio Nederland está dando pasos decisivos para convertirse en agencia productora de contenidos. La determinación viene avalada por números: en América latina son 1500 las estaciones que retransmiten algunos de sus productos. Pero, además, sus propuestas están desbordando el carácter exclusivamente sonoro de sus textos. Los periodistas de la emisora internacional holandesa vienen incorporando a sus productos imágenes fijas y en movimiento. Esos mensajes alcanzan a los oyentes cada vez menos a través de las emisiones en onda corta y cada día más mediante las retransmisiones satelitales y por intermedio del sitio web de la radio matriz.

Procesos parecidos se registran en los portales de radios argentinas, donde se conjugan las capacidades instaladas de distintos medios que responden a la misma estructura de propiedad. Pero incluso aquellas radios que carecen de familia televisiva o gráfica también comienzan a cargar en sus sitios web material escrito, infográfico, fotográfico o de video. Con las excepciones del caso, parece que el concepto multimedial aún no está debidamente incorporado a las prácticas profesionales.

Tampoco queda claro cuál será el comportamiento de estos medios en los próximos años, cuando la reconfiguración en marcha establezca cuotas de audiencia quizá más volubles y seguramente más pequeñas. Tal vez entonces crezca la necesidad de segmentación de audiencias y especialización temática para cada medio, algo a lo que se vienen resistiendo las estructuras tradicionalistas que definen grillas de programación en las radios argentinas.

Finalmente queda el espacio para la preocupación sustancial respecto de la calidad de los contenidos que, ya en el actual paisaje mediático, se ve fuertemente condicionada por hábitos tan arraigados como inconstancia de la mirada, superficialidad de planteos, espontaneísmo que disfraza la falta de producción previa, tendencia a la fragmentación conceptual, ausencia de contextualización, descuido estilístico y demás características que favorecen la configuración de un pensamiento leve y huérfano de compromisos.

* Docente-Investigador. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad Nacional del Comahue.

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