LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Decir y escuchar

Washington Uranga reflexiona sobre la comunicación de gobierno como herramienta de la gestión política y propone incluir también este capítulo entre los debates actuales sobre la comunicación.

 Por Washington Uranga

La comunicación de gobierno, como la denominan los especialistas, es hoy en día una herramienta más de la acción política y, en consecuencia, de la gobernabilidad. Constituye un ámbito especializado de la gestión que es imposible de descuidar por parte de los gobernantes, en vista de su importancia y de la influencia que los sistemas complejos de comunicación tienen sobre las audiencias que, en este caso, constituyen también la ciudadanía. La gestión política no se puede concebir sin comunicación.

Es interesante señalar también que así como todo acto tiene una expresión comunicacional que es susceptible de ser leída de distintas maneras, también es verdad que no todo es comunicación. Por esta razón es imposible disimular los errores de una gestión con campañas de marketing o con estrategias de comunicación para impactar y convencer a las audiencias ciudadanas de que está ocurriendo algo que va en sentido contrario a lo que sus ojos y sus sentidos perciben. Se puede disimular o engañar por un tiempo, pero finalmente la verdad terminará aflorando si existen voces diversas, pluralidad de fuentes y perspectivas. Es una realidad de la que no se convencen todavía ciertos dirigentes políticos.

Tampoco es tan fácil instalar mentiras o difamaciones, salvo en condiciones monopólicas como las que existieron en tiempos no demasiado remotos en la Argentina. Afortunadamente esas etapas están quedando atrás, aunque todavía vivamos las arremetidas de quienes no se resignan a perder el privilegio del relato único que les otorgaba el control monopólico de los medios y, como parte de la ofensiva, salen a denunciar una presunta pretensión gubernamental de controlar el discurso.

Más allá del debate político sobre estos asuntos, es oportuno recordar que los estudiosos de la comunicación han dado por superada la confusión entre información y comunicación. La comunicación es multidireccional o no es tal; es relacional o no es tal; es proceso, contenidos, estéticas y lenguajes o no es tal; es diversa y democratizadora o no es tal. No hay comunicación en la unidireccionalidad y la información, siendo parte, no agota la comunicación. Todo esto habla de una complejidad evidente en lo conceptual y en lo real, que se ha profundizado con el desarrollo vertiginoso de las tecnologías de la comunicación.

Lo dicho es aplicable a la comunicación en general, pero también y de manera particular a la llamada comunicación de gobierno. Esta acción política comunicacional no puede limitarse sólo a los anuncios, a los discursos. Para ser tal, para mejorar en calidad –también para alcanzar eficacia– requiere de la riqueza misma de la comunicación. Es decir, habilitar la posibilidad del diálogo, del intercambio o, en otras palabras, de la construcción colectiva de sentidos. No se construyen sentidos colectivos con la redundancia de un discurso, con la repetición de frases o eslóganes más propios de la propaganda que de la comunicación entendida como un proceso cognitivo, cultural, social y político.

Las eventuales fallas en una comunicación de gobierno no deberían mirarse solamente por lo que se dice o lo que se omite, sino también y fundamentalmente por la existencia o la ausencia de canales fluidos para recabar, recibir y socializar opiniones, reacciones, puntos de vista que provienen de la ciudadanía, de los actores sociales, comunitarios, sindicales y políticos.

Se trata fundamentalmente de habilitar la escucha como parte esencial de la comunicación de gobierno que, por esta vía, se enriquece en sus contenidos y abre alternativas para construir una comunicación más democrática, con posibilidades de constituirse en sólida base de sentidos compartidos entre emisores y receptores que abandonan un rol estático y estereotipado para ser, simultánea y activamente, audiencias-emisoras y emisores-audiencias.

Ese es el valor profundo de la comunicación en la que no existen roles estáticos o inmodificables. Pero es también el sentido político de la comunicación que quiere aportar a la consolidación y profundización de la democracia, desde la escucha de la diversidad. Porque habilitar y profundizar la escucha es, al mismo tiempo, potenciar la palabra liberada. Argentina ha dado y está dando pasos muy importantes en cuanto a la democratización de la comunicación. La comunicación de gobierno, como estrategia de acción política y como herramienta de gobernabilidad, debería ser también un capítulo para incluir en los próximos debates. En todos los niveles y en todas las jurisdicciones, sin importar el color político de los gobernantes.

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