EL PAíS › OPINIóN

El Banco Central, la reforma de la Carta Orgánica y el antisemitismo

 Por  Ricardo Forster

1 Artículos antagónicos, en sus tonos y en sus estrategias discursivas, me permiten descubrir lo que está en disputa en nuestro país y lo hacen, de ahí su significación, sin eludir la carga ideológica de la que son portadores como si, una vez más, pudiéramos ser testigos y parte del extraordinario proceso de repolitización de la sociedad, eje profundo y decisivo, del giro producido por la irrupción inesperada de Néstor Kirchner en un lejano 25 de mayo de 2003 cuando nada era predecible salvo la continuidad malsana de la decadencia nacional. Uno de esos artículos (acompañado en espejo el mismo día por otro publicado por Osvaldo Pepe en Clarín) cruza algunas fronteras peligrosas y tiende más a la puesta en cuestión de lo que significa la pluralidad política e ideológica que a afirmar la necesidad de debates enriquecedores. El límite es lo que de violencia guarda el discurso por más que se lo busque camuflar con frases aparentemente banales o envueltas en reminiscencias de otras épocas. Auscultar una sociedad, recorrer sus tiempos oscuros es una tarea harto difícil, pero hacerlo a través de lo que ciertos giros retóricos o algunos usos del lenguaje encierran como marcas de origen constituye una necesidad de la crítica democrática. En la memoria de las palabras y de sus usos ha quedado marcada la estrategia de violencia que supimos padecer.

Lo escribí en distintas y variadas ocasiones: no hay inocencia en el lenguaje y mucho menos la hay en las intervenciones públicas de quienes, desde los medios de comunicación, construyen, con palabras y argumentos prolijamente elegidos, posiciones fuertes en torno de la realidad nacional. Debatir, disentir, polemizar son modos indispensables y enriquecedores de la vida política y cultural de una sociedad que hace tiempo sigue buscando sacarse de encima los restos de autoritarismo que, aunque no lo sepa, perviven entre sus pliegues y en muchos de los que, escudándose en la libertad de opinión, reintroducen, entre nosotros, anquilosados argumentos y muletillas provenientes de los días oscuros de la dictadura o que directamente extraen de los arcones cubiertos de telarañas de la derecha ultramontana y antisemita que supo expandir sus violencias ideológicas y prácticas a lo largo de una parte no menor de nuestra ajetreada historia. Cuando se ha perdido la inocencia, cuando la memoria nos retrotrae a escenas de sangre y violencia, cuando la lógica del prejuicio, del gesto inquisidor y macartista funcionaban como antesala de la persecución, de la represión y de la acción homicida de un Estado convertido en terrorista, ciertas frases ofrecidas con desparpajo e impunidad desde columnas de opinión de ciertos diarios nacionales contribuyen a reproducir la herencia del horror, bajo las astucias de un discurso que, a la manera del baladista neonazi Micky Vainilla, compuesto por el genial Capusotto, lanza sus injurias y sus latiguillos reaccionarios como quien ofrece un argumento virtuosamente democrático. Eso, y no otra cosa, se expresa en varios de los pasajes centrales de los artículos que, el mismo día, propinaron a los lectores desprevenidos, Carlos Pagni, en La Nación, y Osvaldo Pepe, en Clarín. Artículos atravesados, no sólo por argumentos con los que se puede discutir, sino por un malsano resentimiento que no logra o no quiere eludir el prejuicio y la descalificación. Pagni es más astuto que Pepe, juega al filo y se detiene en el umbral dejando que cada lector, en especial los no avisados, extraiga sus conclusiones; Pepe simplemente recurre al viejo y horrendo arsenal que nos cansamos de escuchar durante los años de la dictadura.

2 Toda una línea de artículos, muchos de los cuales han sido publicados en Página/12, se colocan en un andarivel completamente distinto a los de Pagni y Pepe, como si estuviéramos enfrentados a dos maneras completamente antagónicas de pensar la Argentina. En ellos se resalta la dimensión fundante que emerge de la decisión presidencial de reformar la Carta Orgánica del Banco Central; una decisión que, como bien señalan entre otros Alfredo Zaiat y Hernán Brienza, supone “el golpe más profundo que se le ha dado al modelo neoliberal de los años noventa en los últimos tiempos”, redefiniendo, bajo una nueva perspectiva, no sólo las propiedades de la entidad monetaria, sino avanzando, junto a la derogación de la ley de convertibilidad, en una remoción ideológicamente fundamental de los restos, persistentes, del Consenso de Washington. Los artículos de Pagni y Pepe, así como las líneas editoriales y las estrategias opositoras de la corporación mediática son el resultado de la medular decisión tomada por Cristina Kirchner. Ellos saben reconocer qué es lo que significa, en la compleja trama del presente argentino, la profundización del proyecto.

Hasta acá las agudas observaciones de distintos periodistas que llegan a la médula del hueso cuando destacan lo que trae aparejada la decisión presidencial y lo hacen teniendo como escenario hegemónico la persistencia (tanto en su aspecto económico como ideológico-cultural), en la mayor parte del mundo, de la matriz neoliberal que, como no ha dejado de insistir una y otra vez Cristina, se sostiene, en lo esencial, en la valorización financiera en detrimento de la productiva, lo que determinó la imperiosa necesidad de tomar por asalto los respectivos bancos centrales para adecuarlos a esa hegemonía del sector financiero, una hegemonía sostenida, a su vez, en la desindustrialización, la reprimarización y la extranjerización de las economías de los países subalternos. Pero que también había logrado, entre nosotros, tallar con precisión duradera la lógica profunda del sentido común dominante que no podía o no sabía de que manera salirse de las telarañas conceptuales en las que todavía permanecen encerrados los principales referentes de la oposición.

Sencillamente estamos, una vez más, ante la evidencia de lo que afirma el kirchnerismo cuando formula la perspectiva de la profundización vinculada con la famosa “sintonía fina” y con aquello de “hacer los cambios que sean necesarios de acuerdo con los desafíos de la etapa, pero manteniendo el eje medular de las convicciones que sostienen y vertebran, desde el 2003, el proyecto”. En un momento en el que se ha desatado una nueva y virulenta ofensiva de la corporación mediática (usina de la oposición y reserva ideológica de la derecha restauracionista argentina), la respuesta del Gobierno ha vuelto a ser contundente y, sobre todo, estratégicamente superlativa allí donde ofrece, sin medias tintas, a los ojos de los que saben mirar la escena, el hacia dónde sobre el que tantas veces se ha y se sigue interrogando, incluso en el interior de las filas kirchneristas. Esa decisión presidencial es la causante de las reacciones de quienes articulan, desde los medios de comunicación hegemónicos, la ofensiva destituyente. Ellos no se confunden, saben lo que está en juego y golpean, o intentan hacerlo, de acuerdo con el desafío, inimaginable hasta hace no mucho tiempo, que se le ha hecho al núcleo ideológico y pragmático del establishment neoliberal.

3Otro de los artículos a los que hacía referencia se publicó el último lunes en el órgano del liberal conservadurismo argentino y se lo debemos a la pluma de Carlos Pagni –tal vez la más interesante y venenosa de las que suelen proliferar, con mucho de olor a naftalina reaccionaria, entre los ideólogos de la oposición–. Antes de entrar en sus argumentos, no puedo dejar de señalar el dejo de antisemitismo que expresa la semblanza biográfica que hace Pagni del viceministro de Economía, Axel Kicillof, a quien está dedicado el artículo. Sabiendo qué teclas toca y conociendo al dedillo la retórica de cierta derecha vernácula le cuenta al lector –¿para qué?, ¿con qué intención?– que Kicillof es “hijo de psicoanalista, bisnieto de un legendario rabino de Ode­ssa”, una “genealogía” que lleva dentro suyo, vaya uno a saber por qué, “una sucesión de dogmáticas”. Llamativo el recurso de Pagni. “Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou” (ése es el título del artículo), es heredero, en tanto marxista y judío, de una genealogía dogmática que, como siempre, intenta infiltrar su ideología, fraguada en tierras extranjeras, entre nosotros. ¿Qué pinta el “rabino legendario” en la nota de Pagni? ¿Acaso nos encontramos ante una antigua estrategia del antisemitismo que busca perseguir la filiación “judaica” de los izquierdistas, en este caso Axel Kicillof y, transitivamente, el Gobierno, como si allí hubiera una causalidad genética dispuesta a expandir esa ideología extranjerizante en nuestra geografía? Rápidamente agrega que “Kicillof desembarcó en el segundo escalón del Palacio de Hacienda con una cofradía (Alvarez Agis, Costa, Arceo, Paula Español, Marongiu), formada en la universidad (¿y dónde si no, en la de Chicago como los discípulos de Milton Friedman a los que sigue con especial dogmatismo el columnista de los Mitre?). En poco tiempo se convirtió en inspirador del discurso de la Presidenta, sobre todo de su argumento principal: la última dictadura proyectó un ciclo de desmantelamiento, sobre todo industrial, que sólo se interrumpió con la llegada de los Kirchner al poder. Federico Marongiu, su jefe de Gabinete, recomienda leer Operación masacre, de Rodolfo Walsh, para entender la historia económica nacional”. ¿Se entiende la genealogía que traza Pagni?: marxista, hijo de psicoanalista –siempre esa sospechosa ciencia judía–, bisnieto de un “legendario rabino de Odessa” e ideólogo del desembarco de una “cofradía” de jóvenes neomontoneros que recomiendan leer a Rodolfo Walsh. Fascinante rememoración biográfica si no estuviera precedida, en nuestro país y en la larga tradición del antisemitismo clásico que supo diseñar el imaginario del “judío internacionalista descendiente de rabinos” y proveniente de tierras orientales, de una oscura saga represiva que, por mucho menos que esta herencia genealógica, secuestró y asesinó a miles de compatriotas. Pero, y eso quiero suponer después de casi treinta años de democracia, que a Pagni le interesa mostrar qué ideas hay detrás de Axel Kicillof, no bajo la lógica del inquisidor o del macartista vernáculo, sino como parte de un debate ideológico y democrático. ¿Será así?

Lo cierto, y suponiendo que Pagni podía ahorrarse sus prejuicios, es que el periodista sabe cuál es el eje de la disputa, de la misma manera que el día siguiente al discurso presidencial en la Asamblea Legislativa el diario de sus patrones tituló que Cristina iba por las reservas de los argentinos al buscar reformar la carta orgánica del Banco Central. Para darle mayor intensidad épico-narrativa, y de paso para mostrar el duro núcleo de sus prejuicios, Pagni construye una relación entre el “marxismo” kicillofiano, de raigambre judía por filiación que va del padre al bisabuelo, el “obvio” montonerismo de los jóvenes economistas a los que llevó al ministerio y, claro, la propia ideología de Cristina que, eso dice el periodista, muestra claramente sus cartas populistas que, hoy, hacen blanco en la “última reserva moral” –perdón, monetaria– que se guarda en el Banco Central. Pagni, y La Nación, a diferencia de Clarín, que suele mirar el mundo a través del único prisma de sus intereses corporativos, han comprendido cuál es el centro del litigio en el país. Una línea de artículos, publicados en medios no hegemónicos, destacaban la importancia política y estructural de la decisión presidencial; el otro, el de Pagni, jugando con sus particulares filiaciones, destaca aquello de que el “Gobierno va por todo”, entendiendo por eso algo así como la denuncia del verdadero objetivo estatizador que Cristina guardaba en sus alforjas, pero que ahora saca a relucir a través de sus nuevas espadas juveniles. En lo único que no se equivoca el sarcástico y prejuicioso Pagni es en la trascendencia ideológico-política de hacer del Banco Central una institución al servicio de los intereses nacionales y populares. Sus prejuicios, su lenguaje, que remite a narrativas cloacales del antisemitismo, no hacen otra cosa que reaccionar ante una decisión estratégica del tan odiado kirchnerismo que corta el hilo por donde más le duele al establishment. Atacar a Axel Kicillof, actuar como un Torquemada, cebarse con La Cámpora convirtiéndola en una organización de lavadores de cerebros y de herederos genéticos de sus padres montoneros –como lo hace Osvaldo Pepe en el artículo mellizo al de Pagni– es la expresión bizarra de una derecha que lanza golpes a ciegas.

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Carlos Pagni, periodista de La Nación.
 
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