Jueves, 26 de marzo de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › VIOLENCIAS SOBRE LOS NIñOS
Por Rosa A. Petronacci y Patricia Alkolombre *
El niño tiene necesidad de amor que deviene del universal desamparo por el desvalimiento físico y psíquico inicial: el recién nacido necesita del semejante para sobrellevar un largo período de adaptación. Los padres tendrán que procesar las necesidades de los niños. Amar, sostener y acompañar, presencia y disposición afectiva son imprescindibles.
La perturbación de la capacidad parental es germen de violencia en los niños y adolescentes. El abandono temprano, el castigo, la crueldad, los ataques físicos o verbales, las negaciones despóticas, la insensibilidad ante el sufrimiento, el juicio denigratorio, si son actitudes persistentes, se imprimen como heridas en el yo del niño. Los niños y adolescentes necesitan límites adecuados, cuya ausencia también genera padecer. La identificación con los aspectos agresivos y descalificadores de sus padres generará el despliegue de conductas destructivas hacia los otros o contra sí mismo.
Lo que se acalla en la infancia se gritará en la adolescencia. La violencia es la protagonista cotidiana es un fenómeno complejo, atravesado por múltiples variables: psíquicas, culturales, sociales, históricas y económicas. La violencia física es la más primitiva, la observamos en el maltrato físico, golpes, abuso sexual, negligencia y accidentes.
La violencia psíquica incluye las formas más sutiles y explícitas del humillar, despreciar y someter al semejante ante los propios deseos. Es sinónimo de coerción, dominación, apropiación del otro. En cualquiera de sus formas es un hecho traumático.
A través de la historia, conocemos la antigua práctica de la mutilación física, explotación y acoso del niño por el adulto, y en un pasado no muy lejano era tolerado y hasta bien visto el maltrato.
En 1962, investigadores de medicina infantil, encabezados por C. H. Kempe, utilizaron por primera vez el término “síndrome del niño apaleado” frente a los casos de niños con lesiones causadas por todo tipo de golpes, injurias y traumatismos.
Las ofensas, las humillaciones, y violaciones sufridas en la primera infancia podrían generar traumas inconscientes mudos, que intervendrán en el surgimiento de trastornos. El niño aprenderá a enmudecer. A ciertos padres les cuesta tolerar las reacciones, las tristezas, los enojos, las rabietas, y las inhiben mediante castigos, palizas u otras medidas formativas.
A veces los padres presentan estallidos de violencia y maltrato en momentos de desborde e impotencia ante la testarudez, desafío o capricho del niño, que enfrenta la violencia del adulto con escasez de recursos, y la recrea –transformando lo sufrido pasivamente en activo– en peleas con sus pares, juegos violentos, de fuertes descargas corporales y riesgos, o bien en un repliegue sobre sí mismo; ya sea que se identifique con el agresor y pegue, o bien repita en los vínculos una posición pasiva de “ser pegado”.
Françoise Dolto nos dice: “No es falta de amor sino incomprensión”. Sostiene que hay que evitar todo lo que entraña humillación para el niño y que la paliza –aunque en el momento calme al adulto y al niño– revela debilidad y falta de control, aunque se dé la excusa de que obra con un fin educativo: “Un adulto que habla con violencia y agresividad, que obra de manera irascible y se abandona a explosiones de cólera ante su hijo, no debe asombrarse de que a los pocos meses o años ese hijo hable y obre de la misma manera con los que son más débiles que él”.
De allí que estos niños pasan de ser objeto de violencia a ser sujetos de violencia, que, en el corto o largo plazo, expresarán en actos y palabras.
* Miembros de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Síntesis de un trabajo presentado en el Congreso de Fepal, Guadalajara, septiembre de 2004.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.