PSICOLOGíA › SOBRE LA CONDICION TRAGICA DEL EROTISMO HUMANO
“Jamás vi mujer más bella ni más desnuda”
A partir de (poco conocidos) textos de Bataille y Freud, el autor advierte que “el erotismo nos enfrenta a la problemática humana por excelencia, a una discordancia que no se resuelve, porque resolverla sería cancelar lo que anima la vida”.
Por Carlos D. Pérez *
“Un conjunto de condiciones nos conduce a hacernos del hombre (de la humanidad) una imagen igualmente alejada del placer extremo y del extremo dolor: las prohibiciones más comunes afectan unas a la vida sexual y otras a la muerte, de modo que ambas han formado un ámbito sagrado, que pertenece a la religión”, escribe Georges Bataille en el prólogo a la tercera edición de Madame Edwarda. Esto es decir que la prohibición prohíbe el exceso. La imagen del hombre no ha de ser excesiva, debe predominar la moderación.
El placer desencadenado –librado de las cadenas del sentido– resulta una violencia inadmisible, una agresión que desmantela cualquier forma asentada en el orden consabido. Por más que se haya impuesto la idea de que para Freud la interdicción primera y fundante es la prohibición del incesto, no debiéramos soslayar que “me sitúo en este punto de vista: la inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano... la cultura encuentra en ella su obstáculo más poderoso” (Malestar en la cultura, cap. 6).
Prohibición y transgresión forman un par: la prohibición establece y señala algo vedado y por lo tanto enigmático; de ese modo la alternativa de transgredir está empapada de misterio y condena; de allí que la actividad sexual, marcada por el secreto, contraría lo establecido como digno. El erotismo se funda en esta asociación entre la obscenidad del placer y lo interdicto. Bataille es taxativo: “Nunca, humanamente, aparece la prohibición sin una revelación del placer, ni nunca surge un placer sin el sentimiento de lo prohibido” (El erotismo). Este surgimiento del placer a costa de la interdicción incluye un reverso de libertad. Porque en la consigna de atenerse a lo prohibido o contrariarlo hay una opción: el hombre es libre de obedecer o desacatar el mandato. Hija de lo prohibido, la libertad se alcanza al duro precio del anatema.
Lo atinente a sexualidad y muerte está afectado de restricciones; toda prohibición cultural mantiene en su horizonte esta doble referencia. No obstante, sólo las relativas a la muerte quedaron imbuidas de gravedad, ya que lo propio del sexo mantuvo una posición segunda. “El dolor y la muerte son dignos de respeto, mientras que el placer es irrisorio, destinado al desprecio”, señala Bataille. La risa generada por las alusiones al sexo suele ser una alternativa al horror ante lo que se presenta como alteridad; y en el núcleo de la risa se distinguen disposiciones hacia el sentimiento poético, hacia lo sagrado, la angustia o el éxtasis. La hipótesis de Bataille es atrevida: lo risible es tal por consistir en lo radicalmente desconocido, en lo incognoscible. También, a la inversa: en cierta posición subjetiva, lo desconocido mueve a una risa que sacude la impostación que habitualmente nos imponemos, casi como decir que encontramos jocosa nuestra propia máscara, los pensamientos que nos enmascaran. “Quizá lo que mejor sé es por qué el hombre es el único animal que ríe: es el único que sufre tanto que tuvo que inventar la risa. El animal más desgraciado y más melancólico es, exactamente, el más alegre”, escribe Nietzsche (La voluntad de poderío).
En nuestros días, vividos de modo posmoderno, se supone a las prohibiciones sexuales meros prejuicios de los que se podría, irrisoria o pornográficamente, prescindir; no hay en esto otra cosa que obtusa hipocresía, incomprensión o desmentida de lo que el sexo pone en juego: la condición trágica como verdad del erotismo.
Que esta verdad resulte caricaturizada no hace más que realzar la mentira como condición necesaria para soportar la vida. Pero no se trata de una verdad que sin más podría ser develada. Aquí, Nietzsche señala una perspectiva cuando pide “que no se nos busque siguiendo las huellas de aquellos jóvenes egipcios, que por la noche rondaban los templos, que se abrazaban a las estatuas y querían resueltamente arrancar los velos, descubrir, sacar a la luz lo que por buenas razones se tenía oculto... No creemos que la verdad continúe siéndolo si se le arranca el velo, hemos vivido demasiado para pensar así. Para nosotros es cuestión de decoro no querer verlo todo desnudo, no querer asistir a todas las cosas, no pretender comprender y saberlo todo” (La gaya ciencia).
En Madame Edwarda, Bataille toma esta cuestión por su revés al escribir: “Madame Edwarda me fascinaba; jamás había visto mujer más bella, ni más desnuda”. Para este autor la desnudez resulta, en su fundamento, la revelación del objeto erótico y la inminencia de su liquidación. La mujer que se desnuda ante un hombre, a la vez que se muestra incita a la fusión, elevando la tensión sexual anuncia la dispersión. El erotismo busca la unión de los cuerpos pero el borramiento de los límites, en la culminación del placer, sin hacer Uno de dos potencia lo incontable.
La curva de un talón realzada por la fina tira de cuero de un zapato taco alto puede ser un exquisito objeto erótico, esa curva y su límite sugieren la desnudez que se sustrae. Alcanzada la desnudez, se avecina lo que nada sustrae, y, sin sustracción, el objeto, perdido el borde que es su límite, desemboca en el propio anonadarse. El cuerpo desnudo puede permanecer en el énfasis de un sinfín de pliegues, curvas, comisuras que son sus límites; al encuentro del goce la desnudez se extralimita.
En la noche del saber no hay chance de iluminar alguna desnudez reveladora de unidad, salvo en la negación del goce, pero sí puede verse lo que engaña, lo que persistentemente escamotea la certidumbre de que alegría, dolor y muerte son indisociables en su enigma. Hay un saber posible, el saber de lo que engaña impidiendo desembocar en la dispersión, cuya condición es tocante a la muerte. ¿De qué muerte se trata? Sea la que fuere, no podemos dejar de considerar que Freud ubica, con relación a la muerte, el valor de la vida: “Hemos manifestado la inequívoca tendencia a hacer a un lado la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio... esta actitud nuestra hacia la muerte tiene un fuerte efecto sobre nuestra vida. La vida se empobrece, pierde interés, cuando la máxima apuesta en el juego de la vida, que es la vida misma, no puede arriesgarse”. Y va más lejos: “Recordemos el viejo apotegma: si vis pacem, para bellum: Si quieres conservar la paz, ármate para la guerra. Sería tiempo de modificarlo –agrega–: si vis vitam, para mortem: Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte” (“Nuestra actitud hacia la muerte”, en De guerra y muerte. Temas de actualidad). Freud llega a estas consideraciones a propósito del sentimiento que nos produce la muerte del prójimo, principalmente la de un ser querido. Bataille, en cambio, encuentra el sentimiento de la muerte en el propio erotismo: “Y puesto que, en la muerte, al mismo tiempo que el ser nos es dado, nos es quitado, debemos buscarlo en el sentimiento de la muerte, en esos trances intolerables en los que nos parece que morimos, porque el ser ya no está en nosotros más que como exceso, cuando coinciden la plenitud del horror y la del gozo”. Este sentimiento no es la muerte biológica sino la pequeña muerte donde, alcanzado por un fuego de artificio preparado largamente, el ser se enciende y consume.
Según Bataille, el horror persiste en la doble condición de barrera e incitación al éxtasis como una alteridad que se remite a sí misma. Habla de horror, denominación cargada de patetismo; prefiero mentar lo ominoso, término de mayor sutileza que alude al impar desarrollo de Freud que lleva ese título. Eso, ominoso, tanto incita a retroceder ante el espanto del ser que se liquida como ejerce una embriagadora atracción, de la que se prende el deseo en desvarío. Y entonces acontece un desaparecer a pesar nuestro y a toda costa; placer extremo, éxtasis insondable. Por eso resulta fecunda la mención de lo ominoso: ese placer se revela como una obscenidad, como una abrupta salida de escena del ser en que nos reconocemos. Bataille ubica allí la identidad entre placer y dolor extremos, en tanto Freud refiere la paradoja de que la caída del doble, garante de la permanencia del ser, produzca un sobresalto angustiado y esto sea, al mismo tiempo, condición necesaria para arriesgar una apuesta por la vida porque perdido el reaseguro, enfrentados al sentimiento de la muerte “la vida de nuevo se ha vuelto interesante, ha recuperado su contenido pleno” (“Nuestra actitud ante la muerte”).
¿En qué se sostiene este decurso? “Sólo la belleza, en efecto, vuelve tolerable una necesidad de desorden, de violencia y de indignidad que es la raíz del amor” (Freud, ob. cit.). De este modo presentada, la belleza es la hermana apenas soportable de un poder ominoso que anuncia un secreto espanto ante el que se retrocede, incita a constituirla en soporte que límite el caos.
Al momento de concluir, Bataille afirma: “El erotismo es el problema por antonomasia. En tanto que es un animal erótico, el hombre es para sí mismo un problema. El erotismo es nuestra parte problemática”. Con el lenguaje intentamos abarcar o atravesar lo erótico, produciendo una insalvable dispersión. “Vivimos con la atención puesta en este conjunto oculto tras la sucesión de las frases, pero no podemos hacer que la plena luz sustituya al parpadeo de las frases sucesivas.”
Si se pretende solucionar la “parte problemática”, se produce una disyuntiva que desemboca en paradoja: cuando con prudencia, razón o cálculo alguien espera acotar el erotismo para llegar al sosiego, niega el fundamento que lo anima; buscando dejarlo al margen, no hace más que promover el despliegue inconsciente que toma el camino del síntoma y la persona enferma de sexualidad. Pero si alguien se deja llevar por la ilusión de asumir el erotismo se engaña de peor modo, porque desconoce eso sin lo cual lo que atrae cancela su atracción; la presunta asunción del erotismo lo desvirtúa al desconocer su condición obscena.
El erotismo nos enfrenta a la problemática humana por excelencia, a una discordancia que no se resuelve, porque resolverla en algo sería cancelar o saturar lo que anima la vida.
* Fragmento de Placer, poder, erotismo, de próxima aparición (Ed. Letra Viva).