PSICOLOGíA › ACERCA DE LA “ESTRUCTURA VINCULAR” Y LA
“PRACTICA VINCULAR” EN EL TRABAJO TERAPEUTICO CON PAREJAS

“Por tres días nos amamos sin saber nuestros nombres”

El autor de este trabajo propone someter a crítica la noción de “estructura de pareja” –que podría compartir implícitamente los supuestos de la cultura sobre el amor, la fidelidad, el “proyecto”, los hijos– y reemplazarla por la de una “práctica vincular”; para definir ésta se apoya en ideas del psicoanalista y filósofo Cornelius Castoriadis.

Por Hugo R. Bianchi *

Gonzalo y Paula se conocieron cuatro años atrás, una tarde de verano. Paula, mujer muy hermosa, estaba allí con una amiga hablando de no recuerda qué –dice en la entrevista–; ella tenía un hijo de nueve años de un matrimonio que se había disuelto un año después del nacimiento del bebé. Gonzalo era arquitecto recién recibido, también era atractivo, y estaba en el bar con un amigo, a la salida del trabajo. Se habían mirado varias veces, ella y él. Gonzalo fue al teléfono público justo cuando Paula salía del baño; se miraron de cerca, sonrieron, Gonzalo la invitó a salir. Paula aceptó y se fueron juntos. Muy alegres cuentan que pasaron casi tres días sin salir de la casa de Gonzalo.
–Nos matamos –dice Paula–. Después, nos dimos cuenta de que no sabíamos cómo nos llamábamos. Fue genial, maravilloso.
Siguieron juntos.
Paula, muy enamorada, encontró en Gonzalo otra cualidad importante: era muy cariñoso con el hijo de ella, que terminó queriéndolo como a un padre. Cuatro años después de aquel encuentro, decidieron tener un hijo. Ella queda embarazada. Gonzalo decía: “Paula me va a convertir en un padre plenipotenciario”.
Pero “cuando nació Gloria, nuestra hija, él estaba raro. No quería hacer el amor, estaba violento, y al mes dijo que el amor se le había ido”.
Tras el amor, Gonzalo se fue.
Quizás haya sido mucho lo dejado afuera en este vínculo, desde el encuentro: había sido necesario olvidar hasta el nombre de cada uno. La realidad fue puesta entre paréntesis, no había historia anterior; la condición del vínculo fue una entrega absoluta, sin condiciones. Al constituirse la alianza, en apariencia se aceptó todo, hasta la paternidad de un hijo de otro. Pero, cuando llegó el momento de tener un hijo propio, la frase “padre plenipotenciario” sugiere un fracaso subjetivo que imposibilita asumir como propio un hijo, precisamente, propio. Y algo del orden de la repetición toca también a Paula, que otra vez es abandonada (o bien, otra vez expulsa al hombre) enseguida después de ser madre.
Pareciera que la aparición de Gloria introdujo algo que debía quedar afuera, algo que la paternidad del hijo de otro no estorbaba. El nacimiento de Gloria tuvo, para esta pareja, el efecto de una verdad, de un acontecimiento que disparó una recomposición de fuerzas. Aquello sabido del amor dejó de serlo, el amor se fue, decía Gonzalo.
Podría pensarse que un amor nacido directamente de las poderosas fuentes pulsionales de cada uno pudiera tener cierta garantía de permanencia, y hasta cierto punto la práctica vincular, los instantes en los que el vínculo deviene, darían la razón a los optimistas. Pero cierta imposibilidad en el devenir padre, cierta traba en el volverse representante de otro, “plenipotenciario”, lejos de suscitar un aumento de potencia conduce a lo contrario. También es cierto que el nacimiento de un hijo impone darle un nombre, que en el caso de Gloria fue nada menos que el nombre de lo excelso. En aquel primer encuentro de Paula y Gonzalo, aquella ocasión mítica que les reconfortaba mencionar, decían haberse separado sin saber siquiera el nombre de cada uno: había cierto anonimato favorecedor de una ilusión de fusión de ambos, en la que el placer de los cuerpos estaba potenciado por la pérdida de anclaje identitario, por un sumergirse en el otro encontrando las coincidencias garantes de ser uno.
A practicar
Suelen pensarse los vínculos como estructuras en construcción, a las que el tiempo y los acontecimientos vitales, si todo va bien, consolidarían y otorgarían mayor complejidad. Desde ese punto de vista, la noción de vínculo remite a una formación de características estables. Se habla de “crecimiento” en una pareja, en una familia, relacionando el enriquecimiento aparente de sus integrantes con la continuidad y estabilidad del vínculo que mantienen. Sin embargo, el uso de tales parámetros no dice nada acerca de las cuestiones afectivas, eróticas y otras de las muchas que sostienen a una pareja unida.
Esta idea del vínculo como estructura no da cuenta de ninguna interioridad de la relación, como si éxito o fracaso, felicidad o desventura, no dependieran de ninguna trama afectiva o práctica, sino de la bondad de los acuerdos y contratos que los miembros de la pareja hubiesen sido capaces de asumir desde un primer momento. Además, esta definición de vínculo encubre toda inconsistencia entre los miembros de la pareja al apoyarse en el consenso cultural: y se espera que el analista comparta los supuestos de la cultura sobre el amor, la fidelidad, el “proyecto”, los hijos.
La recurrencia al pasado bajo la forma de reproches es una producción específica de esta estructura vincular modelada desde el exterior, desde el contexto social de las familias de origen, donde el ideal impregna metas cuyo incumplimiento genera un sufrimiento que termina por inundar el vínculo. En la clínica veo muy frecuentemente la relación del sufrimiento con este aspecto estructural, donde se manifiestan los temas de la relación con las familias de origen y sus sistemas de ideales.
En cambio, la noción de vínculo como práctica es para mí una ideaherramienta para la clínica con parejas y familias. Defino práctica en el sentido en que lo hace Cornelius Castoriadis, como cualquier acción, verbalización o desarrollo de afecto que sea ejecutada en el interior de un vínculo y que esté motorizada por el amor en cualquiera de sus mezclas con la agresión. Para definir una práctica no es necesaria la presencia simultánea de los miembros del vínculo. La práctica puede darse incluyendo la alteridad del otro para el otro y para uno mismo. La presencia simultánea de ambos componentes del vínculo ha de permitir actos diferentes, incluyendo el de la práctica sexual, en la que la diferencia tensará máximamente el ejercicio de la masculinidad y la feminidad.
En la clínica con parejas y familias, la idea del vínculo como práctica permite reubicar las causas de sufrimiento así como las determinaciones inconscientes individuales de cada miembro de la pareja; la mayor parte de las causas de sufrimiento se ubican del lado de las relaciones que aparecen en consonancia con los aspectos estructurales del vínculo.
Pensamos la práctica vincular como discontinua, fugaz, y lejos de verla como un fenómeno de complementariedad, la consideramos bajo la figura de lo suplementario, excesivo, inesperado. El vínculo entendido como práctica está ligado al encuentro amoroso y es visto desde la perspectiva de lo actual, desprendiendo la operación de la práctica amorosa de todo encadenamiento posible con el pasado y de toda expectativa de un futuro previsible. Incluye cualquier situación en la que la diferencia genere un encuentro.
La práctica se genera a partir de una diferencia entre lo buscado en nombre de la pulsión y anhelado en nombre del deseo, por un lado, y lo encontrado en exceso, por el otro, dado que el encuentro se produce con otro sujeto y no con un objeto.
No es éste el único encuentro posible, hay otros, pero este encuentro deviene, en muchos casos, productor de amor. Esta práctica no es la de una construcción, ni de un proceso, ni la simple descripción fenoménica de una danza de dos: es el hecho en el instante en que se produce, sin ninguna garantía de reaparición. Siendo una práctica centrada en la diferencia, esta diferencia promueve el encuentro y produce a los sujetos del vínculo, no pensados bajo ningún aspecto esencial, sino como un devenir generado en el encuentro.
En cambio, no entran en nuestra definición de vínculo situaciones como el enamoramiento, por ser una deliciosa operación narcisista en la que el otro se encuentra poco presente como sujeto y, por lo tanto, no deja lugar para ninguna diferencia sino para la especularidad.
En cuanto a la historia que relatan los miembros de la pareja, pertenece al orden del mito; un mito que es generador de un despliegue emocional gozoso: aun en situaciones de profundo conflicto, pareciera que escuchan, en conjunto, una voz o canto angélico, procedente sin duda del narcisismo de cada cual. Este efecto, en el mito acerca de los orígenes, es una constante. Y poner en duda este mito permite el despliegue de situaciones actuales, en las que la diferencia devendrá novedad. Pienso la historia de la pareja como relato retroactivo, que intenta dar sentido al momento actual, sin lograrlo, ya que es una construcción defensiva, de ahora hacia atrás.
Los sufrimientos vinculares transcurren predominantemente en lo que hemos denominado estructura del vínculo, lugar de los pactos y acuerdos, lugar del ideal, donde se generan las consultas que recibimos. Aquello que es excluido de las relaciones amorosas, creyéndoselo abolido, suele retornar con potencia dolorosa. Es el territorio del reproche, fórmula enigmática que pretende que se cambie lo imposible y que obstaculiza el espacio de la demanda, que, en tanto dirigida hacia lo actual, pareciera tener más posibilidades de ser satisfecha.
El vínculo como práctica, tal como hoy lo definimos, puede ser también fuente o sede de malestar o conflicto, pero en lo relativo a la misma práctica, no dependiendo este malestar de ningún pasado, de ninguna aspiración ideal, ni de la comparación con ningún otro que aquel con el cual el encuentro se define como de uno y uno.

* Analista didacta de la APA. Miembro de Sociedad Psicoanalítica del Sur. Texto extractado de “Clínica de la práctica vincular”, en Psicoanálisis: cambios y permanencias, comp. Hugo Lerner, ed. Libros del Zorzal. Libro de próxima aparición.

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