Jueves, 26 de febrero de 2015 | Hoy
PSICOLOGíA › CONSULTAS EN SERVICIOS DE SALUD MENTAL
Por Esther Any Krieger *
Al supervisar pacientes en el Equipo de Psicopatología del Hospital Rivadavia de la ciudad de Buenos Aires, hemos percibido cómo los pacientes, en su gran mayoría, nombran al padre como “violento”. Este significante, “violento”, se cuela y cobra vida en el funcionamiento de las parejas. En su mayoría consultan por vínculos amorosos inundados de pasiones negativas que los empujan a conductas impulsivas que culminan en situaciones de violencia. Los vemos llegar atravesados por la angustia y en un borde donde ya no pueden sostener ni sus trabajos ni sus vínculos. Se refieren a reiterados escenarios impulsivos que muchas veces terminan entre hospitales, comisarías y tribunales..., por desacuerdos de pareja. Padecen sentimientos de orfandad, en relación con la gran dificultad de los padres para alojarlos como sujetos deseantes.
Llegan a la consulta con sus nuevas costumbres sexuales, amores urgentes, fugaces, con falta de consistencia y con un pasaje de la indiferencia al fastidio. El vacío que sienten coloca a los sujetos actuales en una búsqueda frenética y cuasiadictiva de rituales sexuales que nunca terminan de satisfacer. Es una descarga impulsiva y compulsiva de una sexualidad que antes era ubicada como perversa y que ahora podemos llamar “normal”, por la generalización que se impone (Krieger, Any. Sexo a la carta. Buenos Aires, Lumen, 2009). Los abismos generacionales –hombres con mujeres muy jóvenes, mujeres grandes con hombres muy jóvenes–, que en realidad siempre los hubo, se consideran hoy una forma normal.
Ya no hay sexualidad de dos sexos o de un sexo, sino una construcción que se explica a través del concepto freudiano de bisexualidad. Asistimos a la emancipación de la subjetividad, como efecto del derrumbamiento de la autoridad patriarcal. Hoy no nos sorprende una sexualidad con alternancias homo o hétero en un mismo sujeto. Adolescentes que prolongan la indefinición sexual, que prueban o se inician con travestis, adultos mayores que “salen del closet”, mayores de 50 años que deciden no privarse de experiencias homosexuales después de un matrimonio hétero...
Entramos en la época del trauma generalizado. El estrés postraumático se generaliza en diferentes formas, desde despidos laborales hasta enfermedades somáticas. El sufrimiento subjetivo, la urgencia subjetiva, se alinea con un nuevo régimen social efecto de la ciencia y la globalización. En tiempos del desfallecimiento de los grandes relatos, de los ideales que antes contenían a los sujetos, éstos se presentan desorientados, sin brújula.
Es interesante la idea que presenta un trabajo del Equipo del Hospital Central de San Isidro (Sotelo, María Inés y Belaga, Guillermo. “Análisis de la demanda e intervenciones en la urgencia”. Revista de Investigaciones UBA 2008, Investigación en el Hospital Central de San Isidro): “Esto se manifiesta en una clínica muy precisa, hecha del trauma y de su correlato, la angustia, que bien podríamos llamar una clínica del desamparo”.
Ricardo Seldes (“La urgencia subjetiva, un nuevo tiempo”, en La urgencia generalizada: la práctica en el hospital, de Guillermo Belaga, ed. Grama, 2004) encuadra el concepto de urgencia subjetiva en términos de momentos de crisis en la vida de un sujeto que no puede dar cuenta de su sufrimiento, momentos en que el discurso no alcanza para traducir en palabras su sufrimiento, quedando el sujeto no sólo sin palabras, sino sin imágenes, a veces encerrado en un intenso mutismo.
Este momento álgido suele ser seguido por actos desesperados o por una intensa angustia. La respuesta debiera procurar dar un marco que posibilite la reconexión con la palabra y permita formular alguna demanda.
Para Seldes, la urgencia subjetiva presentifica un “sujeto mortificado”, con una tendencia al acting out o al pasaje al acto, como intento de aliviar los efectos mortificantes del significante comandado por el goce superyoico. Coincido con este análisis, ya que es la manera de presentación de muchos pacientes en nuestra experiencia en el mencionado servicio de salud mental. La dimensión esencial del trabajo en la urgencia subjetiva procura reubicar el sufrimiento en el sentido de que pueda ser dirigido al Otro, que antes no respondía.
Esta urgencia subjetiva no equivale a la urgencia psiquiátrica, que tiene lugar en los casos en que el acting out o el pasaje al acto ya han sido realizados o cuando algo irrumpe sin previo aviso, como en el ataque de pánico; está perturbada la vida cotidiana, hay una premura por resolver algo o aun por preservar la vida; luego de un intento de suicidio puede no haber tiempo ni espacio para una demanda, pero es posible trabajar para que los haya en un tiempo posterior.
* Miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Texto extractado del trabajo “Y después del padre, ¿qué?”.
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