PSICOLOGíA › LECTURA CRITICA DEL “DEFICIT ATENCIONAL” EN LOS NIÑOS

“Inquietos, desatentos, movedizos”

Múltiples factores pueden aunarse para que un niño no atienda “a lo que los adultos consideran oportuno que preste atención”.

Por Gisela Untoiglich*

A partir de la difusión de datos en los cuales se plantea que habría 250.000 niños en la Argentina con una enfermedad neurológica llamada déficit atencional (ADD, su sigla en inglés) y que éste sería el motivo más frecuente de repitencia en la escuela, considero oportuno, como investigadora de la Universidad de Buenos Aires en la temática del déficit atencional, revisar desde una perspectiva diferente algunos de los conceptos que circulan.
La escuela suele ser una vidriera con lente de aumento donde frecuentemente se expresan los diversos malestares infantiles. Existen múltiples razones que podrían converger para que un niño tenga dificultades escolares: problemas familiares, de adecuación curricular, desnutrición infantil, dificultades en la visión y/o audición no diagnosticadas, problemas socioeconómicos, así como también dificultades atencionales.
Por lo tanto es necesaria una profundización de cada caso en particular, para pesquisar qué le sucede a cada uno de los niños que no acompañan el ritmo académico exigido.
La diva del momento parece ser el déficit atencional, con o sin hiperactividad. Cabe aclarar que hasta ahora “no existen pruebas de laboratorio establecidas para el diagnóstico de dicho trastorno” (DSM IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales de la OMS): por lo tanto es muy difícil realizar un diagnóstico preciso. Generalmente se extrapolan estadísticas que circulan en otros países, sin mencionar cómo arribaron a sus conclusiones.
En la actualidad, muchos plantean que la única forma de tratamiento efectiva sería la medicación con metilfenidato y las terapias de modificaciones conductuales, sin cuestionarse qué implicaría que 250.000 niños estén medicados con psicofármacos. Cabe aclarar que dicha droga es un psicoestimulante, que pertenece a la familia de la cocaína, que está contraindicado en menores de 6 años.
En el prospecto de uno de los medicamentos a la venta hallamos que “la etiología específica de este síndrome es desconocida y no depende de un único test diagnóstico. Un adecuado diagnóstico requerirá no sólo del criterio médico sino de recursos evaluatorios psicológicos, educacionales y sociales. El tratamiento con metilfenidato no está indicado en todos los niños con este síndrome, no debe ser indefinido. Aún no están disponibles suficientes datos sobre la seguridad y eficacia, a largo plazo, del uso de metilfenidato en niños”.
Por otra parte, podemos agregar que dicha medicación no cura, sino que alivia durante tres horas algunas de las manifestaciones clínicas cuando el niño responde a ella, y puede terminar potenciando cuadros psicopatológicos muchísimo más graves que podrían estar en la base de esta sintomatología visible. En otros términos, podríamos plantear que las dificultades atencionales o la inquietud excesiva suelen ser sólo la punta del iceberg; si sólo nos quedamos con esto, con frecuencia se retrasa la posibilidad de realizar un diagnóstico psicopatológico preciso, que subyacería en la estructura psíquica de gran cantidad de niños que manifiestan perturbaciones atencionales en la escuela.
Es necesario informar que los 30 comprimidos de la droga que se recomienda cuestan 70,20 o 55,30 pesos, según el laboratorio que los elabore; por lo tanto si se medicara a los 250.000 niños estaríamos hablando de un número de 8 cifras: 15.000.000 de pesos mensuales, aproximadamente, en consumo de psicoestimulantes para niños de edad escolar, que no cura sus afecciones. Es cierto que en estos tiempos hallamos numerosa cantidad de niños inquietos, que no prestan atención, que son impulsivos, que no pueden esperar, escuchar, ni acatar órdenes; sin embargo, esto no necesariamente significa que todos ellos tienen una insuficiencia en la secreción de dopamina y noradrenalida, como sucedería si tuvieran la afecciónneurológica, ni que se podría mejorar entrenando su conducta y dándoles psicofármacos.
“Si algo entorpece el rendimiento escolar, erradiquémoslo”: esta fórmula es engañosamente más simple que preguntarnos cuáles serían los múltiples factores que se aúnan para que un niño no pueda atender a lo que los adultos consideramos oportuno que presten atención en un momento determinado.
Tal vez sólo estaríamos asistiendo a un cambio de nomenclaturas: aquello que antes se llamaba “neurosis de angustia”, ahora se denomina “ataque de pánico”; a lo que se reconocía como “neurosis obsesiva”, ahora se lo denomina “TOC” (trastorno obsesivo compulsivo); y aquello que antes era un niño inquieto, distraído o con dificultades de aprendizaje, ahora se lo denomina “ADD”.
Para el ataque de pánico, el TOC y el ADD tenemos una medicación que, aparentemente, suprime los signos visibles del malestar en el corto plazo; para las neurosis, las fobias, las angustias, las depresiones infantiles, las psicosis, o sea, los niños que padecen psíquicamente, es necesario abrir un espacio en el cual la escucha de ese sufrimiento pueda desplegarse tanto como la investigación de la multiplicidad de factores que intervienen para que se produzcan estas manifestaciones clínicas.
La psicoanalista Elizabeth Roudinesco dijo al respecto en Buenos Aires: “Frente al desarrollo de la psicofarmacología, la psiquiatría abandonó el modelo nosográfico en beneficio de una clasificación de las conductas. En consecuencia, redujo la psicoterapia a una técnica de supresión de síntomas. Que se trate de angustia de agitación, de melancolía o de simple ansiedad, hará falta primero tratar la huella visible del mal, luego borrarla y finalmente evitar buscar la causa, de manera de orientar al paciente hacia una posición cada vez menos conflictiva y, por tanto, cada vez más depresiva. En lugar de las pasiones, la calma: en lugar del deseo, la ausencia de deseo; en lugar del sujeto, la nada; en lugar de la historia, el fin de la historia. El agente de salud moderno –psicólogo, psiquiatra, enfermero o médico– ya no tiene tiempo para ocuparse de la larga duración del psiquismo, pues, en la sociedad liberal depresiva, su tiempo está contado”. (Roudinesco, E., ¿Por qué el psicoanálisis?, 1999).
Uno de los mayores peligros que encontramos a partir de la circulación de este tipo de estadísticas es que antes teníamos 250.000 niños inquietos, desatentos, impulsivos o movedizos que nos hacían cuestionar qué estaba sucediendo con la institución escolar, las familias y las crisis sociales, y ahora pasamos a tener 250.000 ADD que debemos medicar.
No se trata por otro lado de demonizar la medicación, ya que en algunas ocasiones es necesaria como complemento en un abordaje interdisciplinario. Pero debemos observar que, ante problemáticas complejas, no existen respuestas rápidas y mágicas.
Por esto, a pesar del tiempo y la dedicación que nos llevaría a médicos, psicólogos, psicopedagogos y docentes asistir el sufrimiento singular de cada uno de estos niños, realizarlo permitiría prevenir, entre otras cosas, el estímulo encubierto a la drogadicción que podría promover en ellos la ingesta diaria de un comprimido que, en forma pasajera, sin curar, podría mejorar la atención y parecería erradicar el padecimiento.
Las familias, las escuelas, los docentes, los médicos, los terapeutas, los encargados de las políticas públicas tendremos que trabajar, cada uno desde su especificidad pero mancomunadamente, para otorgarles a nuestros niños un espacio en el cual puedan crecer con salud.

* Coordinadora y supervisora del Equipo de Diagnóstico de la Cátedra de Psicopedagógica Clínica de la Universidad de Buenos Aires. Becaria de Investigación Doctoral, UBA, tema de tesis: “Niños con diagnóstico neurológico de Déficit Atencional e Hiperactividad”. Coordinadora del Posgrado de Psicopedagogía Clínica de Centro Dos.

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