EL PAíS › OPINION

Hordas de Atila y senadores de Roma

 Por Luis Bruschtein

El mes pasado parecía que de este tema dependía la Nación. Se habló y escribió con el aire escandalizado de senadores de una Roma asediada por las hordas de Atila. Buenos Aires cual capital imperial en decadencia y los piqueteros cual hunos criollos. Se exhibieron encuestas que demostraban y hasta celebraban que este tema había significado el mayor desgaste de la imagen presidencial, más allá de la economía, la negociación de la deuda o la pobreza. Y hasta volteó al ministro Gustavo Beliz.
Ya nadie distinguía entre toda esa parafernalia los motivos de la protesta, si se trataba de la universalización de los subsidios a los desocupados o el rechazo a la reforma del Código de Convivencia de la Capital o cualquier otra reivindicación. Los medios impusieron su propia agenda, por encima de los manifestantes e incluso por encima del Gobierno. Lo único que se discutió en forma encandilada fue la actitud del Gobierno en relación con esa protesta.
Con tanto batifondo de bombo y corneta el día de ayer fue presentado entonces como la prueba de fuego de la nueva política de seguridad respecto de las movilizaciones piqueteras en la ciudad. No se trataba de una pruebita, o un ajuste de tácticas o algo así, más normal, porque el tema había sido tan inflado que el día de ayer debía ser presentado con la misma carga dramática de vida o muerte. Y tampoco se le dio demasiada importancia a los motivos de la protesta, como si fueran simplemente una excusa para generar caos.
Al final no pasó nada. Hubo varias marchas piqueteras y centenares de policías sin armas de fuego y con identificación a la vista. Quedó demostrado que no se trataba de un problema tan feroz y que tenía solución en un contexto de responsabilidades compartidas. No hubo desmanes ni represión. Si el problema fuera tan estratégico y ayer era su prueba de fuego, hoy tendría que haber manifestaciones de agradecimiento por haberse resuelto. Pero no las habrá. Porque solamente se convierte en una cuestión estratégica cuando es magnificado por los medios o cuando hay víctimas por la represión.
Es más, esta vez no se puede acusar a los piqueteros ni a la policía de haber roto nada. Los únicos que rompieron algo, casualmente, fueron los legisladores macristas más recalcitrantes –los que propician la mano dura–, que rompieron los acuerdos que habían comprometido para morigerar los cambios al Código de Convivencia. Pero nadie va preso por romper acuerdos. Sin embargo, ellos fueron los más furiosos y difundidos por los medios cuando no se pudo discutir el código el día de los desmanes.
Al finalizar la jornada de ayer había cierta satisfacción entre las agrupaciones piqueteras. Desde su punto de vista habían logrado coordinar varias marchas en un mismo día y en un mismo escenario sobreponiéndose a las diferencias que los separan. Incluso algunas se cruzaron en la Plaza de Mayo y, pese a los antagonismos, las columnas se saludaron con aplausos.
En el Gobierno la sensación era de alivio tras el aturdimiento que produjo el bombardeo mediático que lo llevó a una crisis ministerial, la más grave desde que asumió. Puede exhibir esta nueva táctica de saturación policial como una forma de mantener su decisión de no reprimir la protesta social, pero conteniendo al mismo tiempo la posibilidad de desbordes o provocaciones.
La protesta es una forma de amplificar reclamos. Los medios tienden a presentarla al revés: que los reclamos son una excusa para protestar. Lo real es que las agrupaciones piqueteras han entrado en esa zona ambigua porque la movilización permanente por reclamos diversos termina confundiendo a la sociedad sobre cuál es el tema que está en discusión.
Para el Gobierno, lo central tampoco es la forma en que permite y contiene la protesta social sino las respuestas que le pueda ofrecer. Porque la protesta seguirá existiendo mientras tenga una raíz concreta en las desigualdades sociales.

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