Jueves, 1 de junio de 2006 | Hoy
PSICOLOGíA › LAS MARCAS URBANAS COMO CONSTRUCCION COLECTIVA
La memoria de una ciudad no existe tanto en los monumentos que previó el urbanista –señala el autor de esta nota–, sino en “las marcas que hacemos y hacen ciudad”. De este modo, la memoria urbana es “una marcación colectiva” y “así concebida, la ciudad tiene otra manera de ser vivida”.
Por PABLO SZTULWARK *
“Haber tenido lugar es tener un lugar.” Gerard Wajczman
Según Robert Musil, no hay nada en el mundo tan invisible como los monumentos. Es cierto que se trata de una provocación; también es cierto que esa provocación es verdadera. Pero, además, se trata de una observación crítica a un modo histórico de construir memoria. Según ese modo, la memoria se objetiva en diversos dispositivos: el monumento es una forma; el museo, el archivo, el documento histórico, son otras tantas formas de la misma objetivación. Así entendida, la memoria es la representación del pasado concentrada en un objeto.
Ahora bien, la concentración de la memoria en un objeto organiza una delegación: los archivos son los responsables de la memoria, la memoria es patrimonio institucional. De esta manera, la memoria –dice el historiador Pierre Norá– pierde toda espontaneidad. Gestionada la delegación, el archivo, el monumento, el museo, el festival, el aniversario, devienen responsables excluyentes y exclusivos del gobierno de la memoria.
Desde otra perspectiva, la memoria no es ni representación del pasado ni objetivación de lo sucedido ni construcción acabada. Según esta mirada, sobre la que intentaré transitar, la memoria es un conjunto de fuerzas heterogéneas, y hasta contradictorias, que afectan, alteran, suplementan un objeto o un espacio y lo transforman en lugar.
Si la memoria es indeterminación viva, no hay dispositivos institucionales que puedan naturalizarla ni soportes establecidos que puedan congelarla. O al menos, las operaciones de naturalización y congelamiento no pueden con ella. Si se quiere, la memoria espontánea, viva, indeterminada, adquiere y construye sus propias formas. Detengámonos en la ciudad, nuestro sitio de implicación. Si la memoria es monumental, la memoria de la ciudad está concentrada y reducida a unos objetos. En consecuencia, la memoria urbana existe solamente donde fue preestablecida por el urbanista, el funcionario, la institución. Si la memoria no está concentrada en un objeto sino que está hecha de marcas y afectaciones varias (deliberadas o no; programadas o no, contradictorias o no), la memoria urbana es la ciudad misma. En definitiva, las marcas que hacemos y hacen ciudad. Concebida más allá de los objetos, la memoria urbana no es una objetivación institucional sino una marcación colectiva; no es una construcción terminada sino una configuración en construcción que emerge aquí y allá. Así concebida, la ciudad tiene otra manera de ser vivida.
En la ciudad contemporánea, afectada por el flujo de capitales, imágenes, personas, información, no hay lugares habitables generadores de sentido. Hasta que los hay. Cuando los hay –como resultado de una intervención– adviene el lugar, adviene la huella material que soporta los sentidos. El lugar, en otras palabras, es el sitio donde el acontecimiento adviene y configura, marca, afecta. La memoria requiere de un lugar donde acontecer porque la memoria es un diálogo complejo e indeterminado entre espacio y tiempo.
Antes de ir a las situaciones, me detendré en una bella noción de lugar. Durante una noche perdida en un lugar perdido de la remota Grecia, un hombre se está por enfrentar con una experiencia y no lo sabe. El hombre es Simónides de Ceos. Simónides es parte de una cena: hay amigos, hay buen vino y mejor compañía. Está en la villa de uno de sus colegas. En medio de la noche e intempestivamente, se le aparecen dos seres extraños y lo invitan a abandonar el banquete. El hombre de Ceos no se pregunta por qué, y lo hace. Una vez afuera, se desencadena un terremoto que termina con la vida de sus compañeros. Simónides es el único sobreviviente. Finalizado el sismo, el sobreviviente recorre el lugar. Encuentra unos cuerpos desfigurados. Ni parecen humanos. No es posible, de ningún modo, reconocer los cuerpos sin vida de los amigos, pero Simónides practica esa noche una de sus virtudes de poeta: recuerda, hace memoria: dónde estaba cada uno; éstos parados, aquéllos sentados, esos otros recostados...La memoria de Simónides reconstruye lo sucedido pero lo hace, no hay dudas, a partir de unas huellas. Las ruinas lo orientan, lo guían, le permiten memorizar. Hay lugar y ese lugar es condición de la memoria. Todo en mil pedazos pero, sin embargo, en un lugar. El lugar es el sitio donde algo tiene lugar, es el sitio del advenimiento, es el terreno donde el acontecimiento es posible. Sin un lugar, nada tiene lugar. El lugar es el sitio donde la memoria se expresa, existe, adviene. La memoria urbana, como la memoria de Simónides, construye sus lugares para poder advenir porque haber tenido lugar es tener su lugar.
Hay una variedad de situaciones en las que la ciudad adviene como lugar de la memoria. Por ejemplo, estamos en el Puente Pueyrredón después del asesinato de Kosteki y Santillán a manos de la policía. Después del asesinato, el puente no es el mismo; transitar este puente no puede ser lo mismo. El puente es otro y sus visitantes también. El puente tiene memoria. O si se quiere, es memoria. Tiene una memoria ancestral. Es memoria de la Argentina postindustrial, de la Argentina piquetera. Después del asesinato, el Puente Pueyrredón tiene otras memorias, nuevos sentidos. El asesinato de los militantes piqueteros introduce una nueva afectación: el puente como lugar es afectado y marcado por el acontecimiento.
Ahora bien, esta afectación no resulta de una intervención deliberada, sino del efecto no calculado de un acontecimiento. Cruzar el Puente Pueyrredón, después del asesinato, implica una interpelación ineludible: mataron a Kosteki y a Santillán. Una marca que es memoria, una marca memorable.
Con el querido Ignacio Lewkowicz, en Arquitectura plus de sentido, distinguíamos entre ciudad de los flujos y situaciones urbanas. La ciudad implica un sentido preestablecido, mientras que las situaciones urbanas organizan un sentido, una espacialidad, un plus a pesar del flujo y más allá de lo preestablecido. Algo de este orden acontece con el Puente Pueyrredón. O más precisamente, en el Puente Pueyrredón. El puente es una marca en la ciudad que dice y nos dice. ¿Qué dice el puente? No lo sé, pero no hay duda que dice. Y lo dice cada vez que es transitado, ocupado, habitado, convocado. Si no lo creen, prueben.
Plaza del alma
Una situación de otro orden se planteó en Berlín. Daniel Libeskind tiene que diseñar un museo. No es cualquier museo. Se trata del Museo Judío de Berlín. Una primera pregunta interpela al arquitecto: qué tengo que mostrar. Libeskind ensaya una respuesta: tengo que mostrar lo que no está. Muy buena respuesta, que enfrenta al arquitecto con un verdadero problema: cómo se muestra lo que no hay; cómo se muestra la ausencia. La investigación de esta posibilidad construye un museo que hace eje en el armado de espacios que evoquen ausencia. Este museo no es uno al que estemos acostumbrados. No es un museo institucional que expone, más o menos cuidadosamente, materiales de archivo. No es un museo del Estado Nación. Tampoco es un museo histórico que nos dice críticamente qué pasó. Lo novedoso de este museo reside en el tipo de experiencia que le ofrece al visitante.
La operatoria del Museo Judío de Berlín no consiste en la exposición de objetos, fotos, archivos, sobre la historia del pueblo judío, sobre las persecuciones y los campos de concentración. Si bien hay un espacio especialmente saturado de este tipo de información, la operatoria del museo es distinta. Al entrar al museo hay que elegir entre distintas salas, donde no se expone nada. Entramos primero a una sala vacía, fría, con luz tenue y de fuente imperceptible, de muchísima altura y con una enorme puerta que, al cerrarse, produce un ruido escalofriante que nos remite a la emoción de la ausencia, de lo que terriblemente ya no está. Una situación espacial que nos atraviesa el cuerpo, que prepara nuestra sensibilidad para percibir que lo que vivía ya no está. Un espacio que no es nada y que se termina de construir con nuestra presencia. Sería largo describir cada lugar, pero sí es muy importante explicar el dispositivo arquitectónico que nos presenta la ausencia. Esta ausencia no resulta de la apelación a objetos ligados a los ausentes sino de la instalación de situaciones de ausencia. Se habita la ausencia y no los objetos de los ausentes. La construcción de la memoria no resulta de las operaciones archivísticas o del buen conocimiento de los hechos, sino de la producción, en diversas situaciones, de ausencia, ausencia, más ausencia. La memoria es experimentación de la ausencia, no recordatorio.
Un último ejemplo. Estamos en una plaza de París llamada Plaza del Alma, según la designación oficial. En esta plaza hay una base de mármol –larga, dorada, estilizada– que representa la llama de la libertad. Según la placa, es una réplica de la llama que sostiene la Estatua de la Libertad en Nueva York. Al parecer, la llama representa la libertad y la amistad como valores universales. Hasta aquí, nada memorable; apenas una plaza menor para el recorrido turístico promedio. Pero la Plaza del Alma está construida sobre un túnel y en ese túnel se mata Lady Di. Después del accidente, la plaza se convierte en la plaza de Lady Di. En poco tiempo se cubre de graffitis, dibujos, collages, muñecos, postales, cartas, en honor de la princesa trágicamente muerta.
Un conjunto de acciones han convertido esa plaza sin marca ni afectación en un lugar poblado de memoria. Por cierto, no ha sido una intervención deliberada, calculada, codificada. Por el contrario, se trata de un conjunto heterogéneo de acciones que marcan, afectan, construyen espacialidad. La construcción de sentido no resulta de una intervención institucionalizada –esa sería la lógica de la plaza oficial, que arma un sentido preestablecido y cerrado–, sino de una variedad de acciones, sin plan entre sí, que construyen lugar. La plaza ya no es solamente una plaza oficial que presenta la libertad y la amistad como valores universales; la plaza es una construcción colectiva que vuelve habitable lo inhabitable, es un espacio que hace lugar.
En el marco de estas situaciones urbanas, la memoria no es una producción institucional que se defina de una vez y para siempre: la memoria es una variedad compleja, heterogénea y permanente de acciones que componen un sentido que, inevitablemente, es en construcción. Y la ciudad es el sitio donde acontecen infinitas situaciones urbanas. La vida de cada uno de nosotros está afectada por una serie infinita de situaciones urbanas que componen nuestra memoria, que marcan y nos marcan, incluso entretejiendo el plano de lo público y lo privado. ¿Qué sería, si no, la ciudad?
El Puente Pueyrredón nos ofrece una vía de indagación de la memoria y nos aleja –una vez más– del esquema institucional de lo memorable. El puente es memoria pero no es memoria representacional. Más bien, es una interpelación inevitable que nos recuerda lo que aconteció. El puente se hace lugar cuando nos susurra que algo ha tenido lugar. Nada más alejado del monumento conmemorativo, nada más alejado del registro objetivo de los hechos. En esta situación, la memoria es interpelación por el acontecimiento.
La Plaza del Alma (o la Plaza de Lady Di) también nos invita a revisar los mecanismos productores de memoria. Si la plaza institucional no generaba afectación alguna, la Plaza, luego de la muerte de la princesa, abre otro juego de espacios. En esta situación, la memoria es una construcción de sentido en la contingencia.
Estas situaciones relanzan y redefinen el problema de la memoria. Como dice Borges, “los ojos ven lo que están acostumbrados a ver”. Por eso, es tiempo de indagar otras formas de la memoria; es tiempo de pensar la memoria como eso que está actuando todo el tiempo, como eso que está produciendo y produciéndonos.
* Arquitecto. Profesor titular en la UBA. Extractado del trabajo “Ciudad memoria. Monumento, lugar y situación urbana”, publicado en la revista Otra Mirada, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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