Jueves, 1 de junio de 2006 | Hoy
Por Diego Schurman
–En estos últimos días Lavagna dilapidó vertiginosamente cualquier atisbo de acuerdo con el Gobierno.
La voz suena hueca. Del otro lado del teléfono, en el primer piso de la Casa Rosada, hay desazón. No es la de quien sufre una flamante ruptura, pero sí la que albergaba la posibilidad de un acercamiento con el ex ministro de Economía.
Obsesivo como pocos, Néstor Kirchner siguió con lupa cada una de las declaraciones de su ex funcionario. El Presidente siempre prefirió la cautela. Nunca se pronunció sobre un eventual deseo de Lavagna de sucederlo en el 2007. Aunque el tema lo desvela.
En algunos despachos oficiales ven diarios subrayados con marcadores flúo. Muchos habitantes de Balcarce 50 quedaron desorientados con los límites que se autofijó el ex ministro, según daban cuenta algunos artículos periodísticos. Como Mauricio Macri y Elisa Carrió no aparecían en el horizonte de la nueva entente que bosqueja Lavagna –y esto es parte de lo que subrayaron en la Casa Rosada–, el kirchnerismo entendía que los puentes aún no estaban rotos.
“Ahora sí parece que no hay vuelta atrás. Ya fue una provocación aquella reunión con Eduardo Camaño y Juan José Alvarez. Con las críticas a la gestión, de la que él mismo participó, rompió todo”, señalaron.
La pregunta en todo caso es: ¿había antes de las declaraciones de Lavagna alguna chance de acuerdo electoral con Kirchner? Los mentideros políticos no abrigaban ninguna posibilidad a nivel nacional. Se sabe, el santacruceño no quiere obstáculos en su camino hacia la reelección. Pero sí dejaban espacio, mínimo por cierto, a un acuerdo en la Capital para convertirlo en candidato a jefe de Gobierno porteño en el 2007.
No era una alternativa sencilla. Alberto Fernández, como titular del PJ distrital, tiene puestas sus fichas en Daniel Scioli. El jefe de Gabinete no se lleva bien con Lavagna y tampoco con Jorge Telerman. El buen vínculo entre el ex ministro y el jefe de Gobierno quedó plasmado en la incorporación de Guillermo Nielsen como ministro de Hacienda porteño. Se trata del hombre que renegoció la deuda externa junto a Lavagna.
El “declaracionismo” del ex ministro invirtió un esquema que suele ser habitual en la lógica oficial. Esta vez no fue Kirchner quien llamó a Felisa Miceli para que conteste a Lavagna sino al revés. La ministra de Economía estaba que trinaba y buscó la aprobación del Presidente antes de salir públicamente a cruzar a su antecesor.
“Felisa estaba realmente indignada”, señalaron en el entorno presidencial. “Habla como si no tuviera nada que ver con los que pasa, como si viniera de otra galaxia”, decían de Lavagna.
En ese sentido, en el Gobierno hacen una lectura lineal. Si Lavagna critica la política económica y la alianza estratégica con Venezuela, el ministro no busca otra cosa que generar las condiciones para una eventual candidatura.
–La verdad es que no lo entiendo. ¿Un ególatra como Roberto postulándose para perder? –se preguntaba retóricamente un alto funcionario oficial.
–Suena pedante. ¿Por qué Lavagna no puede pensar que va a ganar? –retrucó Página/12.
–Nosotros ya tenemos encuestas y no tiene ni el 6 por ciento de preferencias.
La respuesta fue una doble revelación: por el presunto grado de adhesiones y por el interés, y por qué no preocupación, oficial por la suerte electoral de su ahora ex socio político.
–Hoy tiene el 6 por ciento. ¿Pero si blanquea su candidatura?
–No nos cambia nada. Aunque sea el único referente de la oposición, en el mejor de los casos no sacaría más del 20 por ciento de los votos.
Kirchner no cree que una sociedad política referenciada en Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, y representada por integrantes del duhaldismo residual, los “gordos” de la CGT y el radicalismo pendular pueda alterar el escenario político.
“Si Lavagna dijo que no va a trabajar con Macri y Carrió para sacarnos votos a nosotros se equivoca. El, a lo sumo, le va a sacar votos a la derecha”, aseguraban en Gobierno ayer a primera hora. No fue una frase al pasar. Sino la batalla mediática que se consolidó con el transcurrir de las horas.
Precisamente por eso, a lo largo de la jornada, hubo un desfile de hombres K que no ahorraron críticas hacia Lavagna. “Y sí, mandamos a los gurkas”, admitieron puertas adentro con una definición que hasta ahora era exclusividad de la oposición.
La referencia fue para Luis D’Elía y también Carlos Kunkel. El subsecretario de Tierras para el Hábitat Social fue tajante. “Lavagna lidera en Argentina la patota de grupos económicos que consideran inflacionarios los aumentos de salarios. Lidera la patota que acordó aumentos de tarifas en la gestión de Eduardo Duhalde con las privatizadas.”
Fue la respuesta a una frase de Lavagna, quien, ante 400 empresarios del sector de seguros, dijo que hay que “ponerle límites a Venezuela; es bueno que la patota quede afuera”, en una alusión directa al presidente de ese país, Hugo Chávez.
También se sumó Kunkel, un diputado que suele auxiliar a Kirchner con su prédica. “Roberto Lavagna se formó, hizo sus posgrados en la universidad jesuítica de Lovaina, pero parece que ahora va girando mucho hacia el Opus Dei”, la organización de la Iglesia, conocida por sus posiciones conservadoras. “Está esbozando posiciones que van girando un poco hacia la derecha”.
Para cachetear a Lavagna hicieron cola. Después de Kunkel y D’Elía se alistaron el subsecretario de Integración Económica de la Cancillería Argentina, Eduardo Sigal, la futura embajadora en Venezuela, Alicia Castro, y el líder de la CGT, Hugo Moyano.
¿Y Kirchner? Por ahora no dirá nada. Pero está molesto. Y habrá que ver cuánto tardará en criticar públicamente a Lavagna y su “impericia política”, como en privado consideró las últimas apariciones de su ex ministro.
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