Jueves, 21 de junio de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › A PARTIR DE UNA “FURTIVA IMAGEN” CONSTRUIDA EN UN ANALISIS
Por Carlos D. Pérez *
Era necesario detenerse en la ponderación de los zapatos de aquel hombre, enfundado en un impecable traje blanco, que ya paseaba por los salones de un lujoso hotel de La Habana, ya descansaba, apacible, junto a la mesa de un bar a la hora del mojito. Tal la furtiva imagen que de su padre construye Rogelio en su sesión de análisis. Lo incluye en la Cuba de su imaginería caribeña pues, durante su infancia, aquél viajaba de continuo a Centroamérica, dejándolo al cuidado de su madre y de la hermana mayor. “Me parece verlo con su traje blanco y los zapatos combinados”, repite. No sólo ésta, otra Cuba suele ser evocada por Rogelio, otra en la que supo escullirse en aventuras amorosas y que periódicamente resurge como expectativa de un nuevo viaje.
A medida que las fantasías van desvaneciéndose, hay algo, paradójico en su irrelevancia, que se mantiene encendido: el combinado de los zapatos, característico de un estilo, de un modo social. Hasta que Rogelio percibe su procedencia: una vieja fotografía tomada en Punta del Este, donde posan el padre y la hermana, ya mujercita, tomados del brazo; pero es ella quien calza zapatos de tacón blancos-negros. Junto a estas ocurrencias aparece el recuerdo de un sueño en el que Rogelio se ve dormir abrazado a un cuervo: las asociaciones lo conducen a los viajes del padre al exterior, hasta el accidente fatal, la vez que el avión se desplomó.
La hermana viajó en busca del cadáver sin que entre ellas, hermana y madre, hubiesen atinado a dar la fatídica noticia al pequeño Rogelio. Así fue que, ignorante de lo ocurrido, se extrañó al verlas, la hermana recién llegada del viaje, vestidas de negro.
En un instante creyó comprender, aunque algo escapaba al intento de aprehender la falta paterna. Luego vendrían los relatos macabros de la hermana acerca del estado en que encontró el cuerpo. Las recuerda como cuervos, alimentados de la carroña de un padre que él no llegó a conocer verdaderamente y que le parece inútil evocar. El cuervo, aquel luto, contrastan con el inmaculado traje que el padre lucía en la fantasía de La Habana, tanto como la tragedia de su muerte con el placer ligero y elegante de la escena.
El contraste se reitera en la evocación de aquellos veraneos en Punta del Este: el padre con negra malla de cinturón blanco, al mejor estilo de la época, y la madre, por la que retiene algo obsceno, mezcla de erotismo y aversión, al imaginarla llenando la malla con sus blancos hemisferios. Le sugiere la atmósfera de las películas de Fellini, cuando la pantalla muestra esas mujeres tetonas en la exultante condición de madres de leche y amantes.
Se altera en mí el registro de la escena de La Habana, concibo al imposible padre enfundado en el traje blanco como el espectro contenido en la tela-carne blanca-negra de la hermana-madre-cuervo. Los zapatos combinados delatan el rasgo en un súbito contraste: el blanco, el negro, lo inmaculado, el cuervo, la carne untuosa, lo masculino, lo femenino.
A la rastra de los viajes del padre, la escena se ha desplazado desde Punta del Este hasta la Cuba de ilusión. Así representa Rogelio el paso falaz de ese desconocido, presente sólo en la inmediatez del cuervo, devorador de los restos de lo masculino. El deseo expectante de Rogelio por encontrar en Cuba un negro con quien tener una aventura amorosa arroja una luz contrastada sobre el enigma: él es un blanco con un pájaro negro adentro.
Aparecen recuerdos o fantasías noveladas, como la alusión a que sólo rescata algo de sus padres a través de fotografías familiares o de películas argentinas de la época, que deleitan a Rogelio con esa suerte de magnificencia pomposa e inútil del cine de los años cuarenta. En la ópera, de la que es devoto, reencuentra esa debilidad por los decorados que no disimulan fatuidad. Esta inclinación, lo sabe y me lo comenta con orgullo, constituye lo esencial de un gay que se precie.
En el rastreo de sus ocurrencias se destaca el carácter de lo blanco-negro. El juego de contrastes se anuda a la fantasía del padre en La Habana y se pasea con insistencia por sus ocurrencias. Rogelio escenifica un inacabable deslizamiento de blancos-negros, verdadero punto estrellado cuya virtud consiste en figurar lo escamoteado, elevándolo a la condición de emblema.
Padre blanco; padre en las alturas; padre fantasma; pájaro padre; pájaro negro; pájaro obsceno; madre cuervo; madre negra; madre voraz; llena; untuosa; lechosa; madre blanca.
Pájaro emblemático, pájaro de cartón. Si el deseo nos destina en su desatino, es virtud de Rogelio erigir un pedestal al blanco-negro. El gran pie que distrae la certidumbre de un zapato vacío.
* Integrante del Club de Analistas. Autor de El diván de la anarquía y otros libros.
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