Jueves, 27 de septiembre de 2007 | Hoy
PSICOLOGíA › EMBARAZOS NO DESEADOS Y ABORTO
La autora, a partir de su experiencia clínica en el tema, examina las distintas posiciones que, en la psiquis y en los vínculos entre las personas, pueden darse a partir de los embarazos no deseados.
Por Esther Romano *
La temática del aborto suele fundamentarse en discursos enunciados desde posiciones inconciliables; actualmente, un debate desprejuiciado es, si no imposible, bastante dificultoso. En este artículo trazaré opciones alternativas ante embarazos no deseados, enfocando experiencias relativas al aborto desde mi práctica en psiquiatría clínica y forense, así como en psicoterapias psicoanalíticas. El tema suele despertar posiciones apasionadas, de ataque o defensa, asociadas a una valoración ancestral de la madre. Las implicaciones subjetivas por la falsa soldadura mujer-idealización-madre son objeto de intensos estudios sobre problemáticas de género. En la historia de las civilizaciones, las representaciones de la feminidad, individuales y colectivas, religiosas o laicas, aparecen subsumidas por la maternidad. James George Frazer, en La rama dorada, pormenoriza cómo la maternidad fue siempre ensalzada, mientras que la esterilidad, o aun la soltería, fueron rechazadas. También ilustra cómo, en determinadas culturas, era creencia que al aborto sucedían desastres como temblores o sequías y, por su asociación con la impureza, se ordenaban tabúes de contacto y aislamiento.
En la mujer adulta, la maternidad idealizada comprende la fantasía de recuperar proyectivamente –dentro del propio cuerpo, en la mujer, o para el varón, en el alter ego– un continente perdido. En las condiciones que el psicoanalista Donald Winnicott hubiera llamado “suficientemente buenas”, la concepción es resultado de la integración y logro amoroso de la pareja. La presentación de un embarazo sin previa intencionalidad de procrear comprende un espectro amplio de circunstancias. En casos de matrimonios que ya habían cerrado la puerta a nuevos hijos, en condiciones ambientales benignas, la asunción del embarazo puede equivaler a la adopción del nuevo hijo, quien suele ocupar el lugar del benjamín, cuya etimología en hebreo significa: hijo de la mano derecha, predilecto. Entre parejas de jóvenes, o no tan jóvenes, un embarazo puede acelerar la decisión de unión marital, homologando al futuro bebé con el dios Cupido.
Parejas caracterizadas por la inmadurez yoica, de uno o ambos, se sorprenden ante un embarazo gestado en la típica impulsividad, con negación y disociación cópula-embarazo-bebé. En esos casos, el apoyo firme de una familia extensa aseguraría anidamiento y crianza del niño. En otras circunstancias, se trata de parejas con vínculos distorsivos, con cargas emocionales contrarias de posesión-aferramiento, o bien indiferencia-rechazo. A veces, a partir del manipuleo unilateral de las técnicas anticonceptivas por parte de la mujer o del hombre, pueden generarse embarazos inesperados. El útero gestante se convierte en escenario de una batalla; el feto, como personaje central no visualizado, está en calidad de rehén. En estos casos, paradójicamente, el producto de la concepción no fue concebido, emocional e ideativamente, por una de las partes. Y, por la otra parte, lo fue en términos de reaseguro narcicista o de control. Los efectos de todo ello se trasladan, a lo largo del tiempo, al futuro niño.
Desde otro vértice, en marcos familiares sujetos a posiciones dogmáticas rigidificadas, la decisión de forzar una maternidad implica en realidad maltrato emocional, al conducir a la crianza formal de niños desafectivizados, presos del desinvestimiento materno.
En grupos sociales carenciados, la condición prolífica, justificada en no tener dinero para abortar, redunda en otras formas de violencia: abandono o venta de niños, mendicidad, con el camino abierto a futuras conductas antisociales.
Los embarazos secundarios a violación constituyen formas extremas: sabemos que el trauma de la violación, con sus consecuencias psíquicas, físicas y sociales, provoca desequilibrios severos que, de constatarse un embarazo, resultan aún más devastadores. El violador, intruso del que no se había podido huir, se instala en los recovecos del propio cuerpo. El feto, doble siniestro, es equiparado con un mensajero de la muerte. Cuando la violación proviene de un padre incestuoso o del círculo de allegados, la catástrofe psíquica puede desembocar, en la inmediatez posnatal, en filicidio o en el suicidio de la joven.
A quienes para abortar recurren a prácticas quirúrgicas clandestinas y precarias suelen presentárseles serias consecuencias. En lo somático, a corto plazo, hemorragias, infecciones y perforaciones; a mediano plazo, adherencias, con infertilidad o esterilidad posterior. Entre las consecuencias psíquicas: cuadros depresivos severos; fobias; despersonalización; cuadros delirantes de persecución y culpabilización. A nivel social, el peso de la crítica puede redundar en marginación y aislamiento, con efecto de exilio del endogrupo.
En casos de continuidad del embarazo de jóvenes que habían sido violadas, dispuestas a dar en adopción, he constatado disturbios psíquicos severos: depresión, ansiedad, cuadros hipocondríacos en que el feto era asociado al cáncer, terrores nocturnos, por ejemplo con imágenes invasivas de extraterrestres. En el seguimiento posparto, mediante labor interdisciplinaria con asistentes sociales, se observó estigmatización social, con migración a otros circuitos comunitarios.
La experiencia de dación en adopción fue constatada generalmente en personas de sectores carenciados. Sólo en una joven universitaria se verificó esa decisión, desde su ideología firme y laica de oposición al aborto.
Los mecanismos disociativos para sostener el embarazo y la dación en adopción comprenden circunstancias complejas, explicativas de cortes y frustraciones en el posterior desarrollo evolutivo: las jóvenes suelen abdicar intereses educativos o laborales, o cercenar posibilidades benignas de maternidad en futuros vínculos.
Por ello, si se propone la continuidad de embarazos no deseados para luego entregar en adopción, es importante asegurar un fuerte apoyo psicológico para tolerarlo, y se requiere un seguimiento delicado y profundo por bastante tiempo. Debe sopesarse el reconocimiento o negación de la pérdida irreversible; los riesgos de arrepentimiento; la presencia de depresiones, agorafobias, psicosomatosis. A pesar de que el nuestro es un país de raigambre católica, culturalmente esta posibilidad no tiene suficiente penetración en la moral social y no constituye una alternativa sencilla.
La opción de abortar
Perturbaciones psíquicas fuertes preceden y acompañan muchas veces al aborto. La imposibilidad material, emocional o espiritual de hacerse cargo se complejiza por la clandestinidad, retroalimentadora de vivencias de oprobio, culpa y castigo.
Sin embargo, una parentalidad asumida implica, amén del anhelo compartido del nacimiento de un niño, la responsabilidad ante su condición de alter. Cabe preguntarse si es válida la expresión “fruto de la concepción” cuando no hubo un proyecto de ambos miembros de la pareja.
Las justificaciones para la interrupción artificial de un embarazo responden a causales de diversa índole: la más elemental es la imposibilidad de acceder a un yo mater en la crianza de un niño, sea por tener ya muchos, o porque el embarazo fue precedido de una defraudación amorosa, o por temores sobre fallas genéticas, o por su origen extramatrimonial.
La opción de abortar puede responder a una decisión elaborada entre ambos miembros de la pareja. Si la mujer lo decide unilateralmente, las consecuencias varían según las mociones desiderativas del partenaire: desde el alivio, un lavarse las manos, cuando prima la falta de compromiso, hasta el dolor, la desilusión, las depresiones en sujetos masculinos que anhelaban concretar una paternidad responsable. A la práctica del aborto puede seguir la ruptura de la pareja, en el marco de una retroalimentación de vivencias de vacío y pérdida.
A la opción de abortar no es ajena la influencia de patrones culturales en torno al delicado tema de la vida sexual, así como el hecho de que la progresión de un embarazo, tarde o temprano, no se puede ocultar y ello patentiza la cópula que le dio origen. En algunos casos, la censura del medio ambiente funciona como dique ante la vergüenza social, tratándose de una maternidad no legitimada por lazos filiatorios, marcada por una defraudación amorosa –abandono, infidelidad– o por desigualdades sociales marcadas. Así, una joven puede verse inducida a un aborto por responder a un modelo de acto sacrificial, salvador de la honra de los padres.
Otras veces, los progenitores vehiculizan discursos admonitorios proaborto para enmascarar resentimientos, como la rivalidad materna o la posesividad celotípica en padres despóticos. Así, la actitud “proabortista” de una joven a veces encubre defensas maníacas de triunfo sobre el objeto desde una pasividad extrema y formas de sumisión a mandatos generacionales.
Por ello es importante, al elaborar la toma de decisión, mirar hacia atrás para evaluar: la calidad de los procesos identificatorios con la pareja parental; la propia historia infantil; antecedentes de abortos maternos; hermanos, vivos o muertos, ya que podría tratarse de un intento de aplacar a la figura materna para eludir, por ejemplo, la rivalidad comparativa del número de hijos u otros factores determinantes.
Desde otro vértice, los estudios psicoanalíticos han observado, en el curso de las psicoterapias, fantasías conscientes e inconscientes ligadas a problemáticas de duelo por vivencias de pérdida de partes de sí, del cuerpo propio. Ello, en el marco de una indiferenciación adentro-afuera y una identificación con el feto desprendido.
Importa enfatizar que la decisión de llevar a la práctica un aborto y practicarlo suele constituir un hecho traumático, cuyos efectos persistentes varían según los casos. En todo caso, no es remisible a una cuestión de orden exclusivamente médico-biológico-reproductivo.
En síntesis: es importante la instancia de decisión ante un embarazo no deseado: asumir la impensada maternidad, dar en adopción o abortar. Todas las opciones implican efectos a corto, mediano y largo plazo irreversibles, para la mujer y su entorno –pareja, otros hijos, sus progenitores, etcétera–.
1. Al asumir el embarazo: en el “hacerse cargo” conviene propender al análisis minucioso de las condiciones socioambientales, para proveer un medio suficientemente bueno que albergue al niño, y considerar los recursos futuros.
2. Al dar en adopción: se destaca la importancia de un plan médico-psicológico-social que atienda las necesidades, tanto sanitarias como emocionales, de la joven preñada y su seguimiento posterior al nacimiento. Interesa evaluar la plasticidad del entorno social, ya que en condiciones no suficientemente contenedoras puede ser necesario el cambio de hábitat.
3. En cuanto a la decisión de acceder a un aborto inducido, cabe destacar que sus efectos suelen ser traumáticos; no debiera constituir una práctica indiferente. Su aplicación, en situaciones debidamente especificadas y ponderadas, no tendría que trascender hacia una recomendación amplia.
Su estudio requiere un debate amplio y desprejuiciado, acompañado de criteriosas políticas de salud.
Desde mi tarea en la prevención de las diversas formas de abandono, maltrato y abuso sexual infantil, no me caben dudas de que, en nuestro medio, debe responderse con urgencia al requerimiento de formas extendidas de educación sexual. Los slogans anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir resultan inútiles si no se acompañan con medidas adecuadas de educación sexual.
* Médica especialista en psiquiatría y medicina legal. Psicoanalista titular didacta de APA.
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