Viernes, 2 de mayo de 2008 | Hoy
Por C. R.
La niñez, la adolescencia y la adultez no son períodos “naturales”, sino construcciones sociales e históricas. Cada época propone distintas etapas y produce mitos sobre cada una de ellas. Antes de la modernidad había menos diferenciación entre niños y adultos. Los aprendizajes se desarrollaban en el seno mismo de la familia extensa. Luego, en relación con los procesos de urbanización, la familia se fue conformando como nuclear; la configuración propia de la burguesía se instaló como modelo central. En ese modelo se postula al niño como figura a ser cuidada; es el que Freud denominó “His Majesty the baby”. La niñez, distinguida de otras etapas vitales por rasgos específicos y requerida de asistencia y resguardo, fue creación de ese momento histórico. Ello dio lugar a la aparición de espacios e instituciones dedicados a la infancia. Se trataba del futuro ciudadano, que debía ser educado para su realización en la adultez.
El niño moderno es amparado, pero también se lo limita y encierra. Desprovisto él mismo de todo saber, será muchas veces sólo receptáculo del saber adulto. Pero la familia nuclear moderna, que sostuvo esa forma de concebir la niñez, hace crisis y se transforma en las últimas décadas, siendo ella misma parte de una red social que atravesó profundas transformaciones, dando lugar a nuevas formas de vinculación y otras modalidades subjetivas predominantes: los rasgos de los niños de nuestro tiempo no dependen con exclusividad del vínculo familiar. Aun cuando la construcción del psiquismo en lazos de amor y cuidado es intrínseca a la familia, otros sectores de la trama social operan en la producción de la subjetividad propia de cada tiempo histórico.
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