Jueves, 30 de marzo de 2006 | Hoy
Por R. K.
No he vivido la misma experiencia que mis colegas argentinos, confrontados con la violencia que la dictadura ha impuesto a su vida y a su práctica. No he sido sometido como ellos a la necesidad de vivir y pensar la historia singular, de ellos y de sus pacientes, cuando fue quebrada por la irrupción de la Historia colectiva. ¿A título de qué hablaré? He buscado una vía que no fuera ni un comentario ni un complemento ni una interpretación. Sólo podía buscar un contacto que no anulara la distancia de una experiencia diferente. Me acordé de un pasaje del guión escrito por Marguerite Duras para Hiroshima mon amour: cuando Emmanuelle Riva repetía “He visto todo en Hiroshima”, su amante japonés le contestaba que no había visto nada. En el amor que la salvaguarda de la rememoración y mientras la separación la ha devuelto a su historia singular, ella misma nada sabrá de lo que le hace decir que ha visto todo en Hiroshima. ¿Todo? Bastante para que la violencia de la historia, que quiebra su propia historia, pueda representarse en aquella de Hiroshima. Ella es Nevers, él es Hiroshima. La catástrofe que conmocionó su vida, el amor matado en Nevers, no sólo tomó sentido en Hiroshima, sino que se significa a través de Hiroshima.
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