Jueves, 12 de febrero de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Homenaje a Darwin a doscientos años de su nacimiento
Por Leonardo Moledo
Hoy se cumple el bicentenario de quien hizo repensar la biología y el lugar del hombre en el mundo de la vida. Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de quien dio con la clave de la evolución de las especies, de quien explicó de qué manera las formas vivas se abrieron paso a través de la maraña prehistórica, incluso desde antes, desde la absurda noche de los tiempos, cuando la Tierra era joven y había, quizá, todavía rastros de su portentoso nacimiento en una nebulosa de gas y polvo que rodeaba a un Sol que hace poco se encendía. Hoy se cumple este aniversario, que se celebra en todo el mundo, y que será el primer gran homenaje de este año darwiniano, en el que se cumplen también 150 años de la publicación de El origen de las especies, donde nuestro científico expuso su teoría y que se transformó no sólo en uno de los libros más importantes de la historia de la ciencia, sino en uno de los libros más importantes de la historia de la humanidad.
Y este homenaje es también una remake de algún intento incompleto del pasado cercano (pista para gente detallista), y que en su momento no llegó a su consumación por cobardía.
Y así fue. Mientras los habitués del bar La Orquídea estábamos brindando por Darwin, uno de los más notorios parroquianos, capaz de boyar en la niebla de las épocas, contó que, por arte de magia y de literatura, pudo encontrarse con el propio Darwin unos diez años después de que volviera de su viaje alrededor del mundo en el “Beagle”, barco de Su Graciosa Majestad Británica.
“Imagínense”, contó, “que me resultaba complicado dirigirme al gran científico. ¿Cómo tratarlo? Hasta que resolví hablarle normalmente, como si estuviéramos en un café.
–Usted volvió del viaje del “Beagle” convencido de que las especies evolucionaban y de que el fijismo predominante hasta ahora no tiene mayor sustento.
–Efectivamente –dijo Darwin–, es obvio que las especies se transforman, se diversifican, me lo dijeron los pinzones y la tortugas de las Islas Galápagos, e incluso los restos de algunas especies extinguidas que encontré en su propio país.
–¿Y entonces por qué no lanza decididamente su teoría de la evolución?
–Porque hay una pieza fundamental que me falta. Las especies aparecen perfectamente adaptadas al medio ambiente. Pero... ¿cómo se produjo esa adaptación, que parece tan perfecta? Yo no puedo creer en la teoría de Jean Baptiste Lamarck, que sostenía que hay una especie de esfuerzo de cada individuo para lograr la adaptación y ese esfuerzo se transmite a los hijos, y así se van acumulando los rasgos adaptativos.
–Efectivamente –dije–, los caracteres adquiridos no se heredan. Lo demostró Cuvier acabadamente, y la teoría de la evolución de Lamarck quedó desechada, y ni siquiera se le reconoció el mérito de haber elaborado una teoría completa, aunque tuviera una base falsa.
–Bueno –dijo Darwin–, ¿y entonces?
–Si quiere, le puedo dar una idea.
–Adelante, se lo voy a agradecer mucho.
–Mire, por empezar, usted, que estuvo leyendo la Geología de Lyell, ya tiene un ingrediente importante para que se produzca la evolución: el tiempo.
–En efecto –dijo Darwin–. Lyell demuestra que los procesos geológicos son lentos y se desarrollan a lo largo de millones de años.
–Bueno, entonces piénselo así: en cada generación nacen muchos más animales que los que el medio ambiente puede sostener. Si tuviéramos sólo una pareja de elefantes, y considerando que todos sus descendientes se reproducen, el mundo estaría lleno de elefantes en muy poco tiempo. Conclusión: no es posible que todos los descendientes se reproduzcan (para esto le conviene leer el Tratado de la Población, de Malthus).
–Sólo algunos, efectivamente.
–Ahora, de todos los descendiente de una especie, la mayoría muere antes de reproducirse... ¿quiénes son los que sobreviven?
–¿Quiénes?
–Los que tienen rasgos naturales más apropiados para conseguir alimento, pareja, huir de los predadores, es decir los que están más adaptados. Y como esos rasgos son naturales, sí que se heredan, y se van acumulando de generación en generación, hasta que finalmente las especies están perfectamente adaptadas al medio ambiente.
–Mmmmm.... –dijo Darwin–, es una idea interesante. Prometo trabajarla.... ¿y qué nombre ponerle a ese mecanismo?
–Selección natural –dije–. Obvio.
–Me encanta... –dijo Darwin–. Ahora, dígame una cosa... ¿cómo se le ocurrieron esas cosas?
–No se me ocurrieron –dije–. Las leí en su libro. –Y le alargué un ejemplar de El origen de las especies por medio de la selección natural. Darwin lo hojeó con avidez.
–Con esto tengo una buena base –dijo–, gracias... ¿pero dónde está?
Efectivamente, yo ya me había ido, y vuelto a mi tiempo natural. Y aquí estoy.
El bar entero estalló en un aplauso.
Y para terminar este homenaje, dos citas de Darwin:
“Aunque es mucho lo que permanece oscuro, no puedo abrigar la menor duda de que el punto de vista que hasta hace poco sostenía la mayoría de los naturalistas, y que yo mantuve anteriormente, a saber, que cada especie ha sido creada de manera independiente, es erróneo. Estoy convencido de que las especies no son inmutables, sino que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos de alguna otra especie generalmente extinguida, de la misma manera en que las variedades reconocidas de una especie cualquiera son descendientes de esta especie.”
“Antes pensaba que hay magnificencia en esta concepción de que la vida, con sus variadas posibilidades, fue alentada originariamente por Dios, pero más tarde dejé de creer en esa posibilidad y ahora pienso que la Naturaleza sola se basta y se sobra.”
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