SOCIEDAD › LA HISTORIA DEL GRUPO FAMILIAR QUE PROTAGONIZO EL MAS CRUENTO SECUESTRO
La banda de los patovicas
La familia Sommaruga fue detenida una semana atrás, acusada por el secuestro de Federico Strajman a quien le amputaron un dedo. Vivían en Villa Ortúzar, donde tienen fama de violentos y donde se cuentan historias de su conversión de chicos bien en patovicas extrañamente enriquecidos.
Por Horacio Cecchi
Los barrios mantienen intacta esa capacidad de murmuración siestera. Pasa en Mataderos, en La Boca o en Floresta. En Villa Ortúzar, también barrio, esas murmuraciones cansinas, de puerta en ventana y de ventana en puerta, fueron tomadas por un único y prevalente tema: horror y escepticismo. Allí, sobre Holmberg casi esquina Giribone, en un raro contraste de casas tomadas y viviendas antiguas puntillosamente refaccionadas, vivían desde hace dos décadas los Sommaruga, más conocidos desde el pasado 18 de octubre en las crónicas policiales como la Banda de los Patovicas. Ese día, “el Chicho” Alberto Juan, su mujer María Esther Gotti, su hijo “el Nene” Adrián, Miguel Angel Sibio, hijo de María Esther, y dos amigos patovicas Diego “Manolito” Ferreiro y Claudio “Caballo” Abeiro, fueron detenidos acusados del cruento secuestro de Federico Strajman. El jueves pasado, otro integrante de la banda fue detenido en Villa Urquiza. Pero no fue suficiente para devolver la calma al barrio: sigue prófugo Pablo “Bonsai”, el menor de los Sommaruga y el más violento según sus vecinos.
El 18 de octubre pasado la casona de Holmberg 1295, casi esquina con Giribone, quedó instalada en la boca del vecindario de cuatro manzanas a la redonda. El allanamiento y detención del Chicho Alberto, su mujer María Esther y uno de los hijos de María, Miguel Angel Sibio, fue pasto y carne del runrún barrial. Pero desde mucho antes de aquel día, los Sommaruga ya se habían apropiado de la boca de sus vecinos.
Los primeros recuerdos aparecen hace algo más de dos décadas. Algunos sostienen con precisión de historiador que “los Sommaruga llegaron hace 22 años”, pero los datos más precisos se remontan a los principios de la democracia. “Giribone viene a continuar la diagonal de Donado –explicó un vecino de la calle Plaza–. Por acá Cacciatore había trazado la línea de una autopista. Se expropiaron muchas casas. Después, todo quedó en la nada y la mayor parte de las casas fueron tomadas.” Así ocurrió con la casona de Holmberg, desocupada y tomada por los Sommaruga mediante la gestión “de un amigo radical”, según una vecina de la esquina.
Para esa época, “los chicos”, como todavía siguen llamando a los hijos del Chicho y de María, eran chicos como cualquiera. Alumnos de la escuela primaria Ingeniero Alvarez Condarco, número 3 del distrito escolar 14, sobre Girardot 1946 y a 7 cuadras de la casona de Holmberg, peloteaban en la calle y tomaban la comunión en la iglesia San Roque según consta en los registros paroquiales y en alguna foto evocatoria (este diario recuperó una imagen de Pablo cuando aún no era Bonsai, en el momento de recibir la hostia y mucho tiempo antes de repartir hostiazos).
Con el tiempo “los chicos” se inflaron. “El único patovica de la familia es el Nene (por Adrián, el mayor de los Sommaruga). Los demás son anchos, pero nada que ver”, afirma un muchacho sobre la calle Rosetti. María y el Chicho tuvieron hijos de matrimonios diferentes. Adrián, Vanina y Silvina corrieron por cuenta de Alberto Sommaruga. Miguel Angel y Gastón son hijos de María y de apellido Sibio. Pablo, o Paulín como todavía lo nombran los vecinos como si se tratara de un chiquillo díscolo, es el menor de la casona, pero el más temido.
Merced a levantar y bajar pesas desde los 16, Adrián terminó enrolándose en las puertas de las discos. Su perspicacia para los negocios hizo que comenzara con su idea de montar una agencia de patovicas. “El se entera de que un boliche necesita un custodio, contrata amigos de los gimnasios, los ubica y les cobra un porcentaje” aseguraron en el circuito patovica. Sostienen que trabajó en New York City, en alguna disco de Palermo, en América de Gascón y Córdoba, y en Inferno, de Alsina e Irigoyen. Para él trabajaban Diego “Manolito” Ferreiro y Claudio “Caballo” Abeiro. Los tres (el Nene, Manolito y Caballo) fueron detenidos ese mismo 18, en el tercer piso de Crámer 1719, donde vive Claudio desde hace unos años. Según las fuentes policiales, el Nene tenía en su poder la clave que permitió ubicar al clan: el celular familiar a través del que se comunicaban para negociar el rescate del torturado Federico Strajman. “Claudio es un grandote inocentón. Es incapaz de hacer eso. Para mí que quedó pegado porque hablaba por teléfono con Adrián, su jefe, por cuestiones de trabajo”, aseguran en un polirrubro de la vuelta de la casa del Caballo, sobre José Hernández. El Caballo Claudio trabajaba como custodio del artista plástico Federico Klemm. También prestaba servicios en América.
Hace unos diez años, los Sommaruga pasaron a tener otro status en el barrio. Nadie se explicaba cómo el Chicho, sereno nocturno en la estación de servicio de Rosetti y Chorroarín, y más tarde remisero, pudo cambiar el Duna por un Corsa nuevo, siendo María una enfermera del Sanatorio Mitre y de un geriátrico. Tampoco se explican cómo, de buenas a primeras, “los chicos” pasaron a volantear el superlujo: Adrián una Nissan Pathfinder 4x4 gris; Paulín una Susuki Vitara del mismo color; Miguel Angel un Fiat Tempra; Gastón un Twingo; había una scooter amarilla familiar; un Alfa Romeo 147 plateado tan prófugo como Paulín, y una moto de hipercilindrada. Muchos sostienen que la 4x4 roja que se estaciona estos días sobre la puerta de la casona es de alguna de las hijas.
Tanto lujo súbito e inexplicable, sumado a su declarada actividad en las discos, y la aparatosa ostentación que hacían terminó fomentando la versión de que “están en el negocio de la droga”. Incluso en el circuito de los patovicas aseguran que viajaban a Miami seguido y “se venían con pastas”. “Eran los dueños de la cuadra”, sostuvo una mujer barandeando en su ventana. “Por suerte, nos los sacaron de encima”, se alegró otra. “Son buena gente”, terció una tercera. “Andaban en algo raro”, agregó convencida una cuarta. “Si no, cómo se explica que viajaban a Miami, que tenían veinte pares de zapatillas y diez autos lujosos, y yo que trabajo todos los días, me cuesta mantener un par de zapatos. Conviene hacerse patovica”.
Paulín es para la mayor parte del barrio “el más violento”. Trabajaba como patovica y tarjetero de boliches. “Hace poco escuché unos tiros -dijo un vecino–. Eran las 5 de la tarde. Salí a ver y era Paulín. Dijo que quisieron robarle el Alfa Romeo y le tiraba a una camioneta naranja que se escapó.”
El secuestro de dos pistolas 9 milímetros, una 11.25, un revólver Magnum .357, un revólver 32 con su numeración limada da soporte a esos relatos. Pero lo que más asombró a los pesquisas fue la ametralladora automática Micro Uzi, vedada tanto a la gente común como a los patovicas.
Paulín fue señalado en un confuso hecho ocurrido hace seis meses y que no encontró culpables: frecuentador de la placita de Plaza y Giribone, un vecino se quejó de lo ruidoso de esas reuniones nocturnas. “Una madrugada, cansados, se vengaron –aseguró un vecino de Giribone–. Tiraron contra una sombra detrás de una persiana creyendo que era el vecino, pero mataron a otro. Esto se llenó de policías. Todos dicen que fue él, pero no le encontraron nada.” Pese a semejantes perfiles, nadie fue capaz de imaginar que en la casona de la esquina, según la hipótesis policial, tuvieron guardado a Federico Strajman, ni que allí mismo, con un alicate cortaalambres previa sesión de martillazos le amputaron el dedo.
La madrugada del jueves pasado, los investigadores aportaron una nueva detención, en San Martín y Nazca. Su identidad es mantenida en secreto. “Es de la banda pero no es patovica”, aseguró una fuente del caso a este diario. Por el momento, las siete detenciones dieron que hablar en el vecindario, pero no le devolvieron la calma: Paulín sigue prófugo y todos creen haberlo visto dando vueltas alrededor de la casona.