Domingo, 20 de noviembre de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › DESFILE DE TRAJES Y VESTIDOS DE BODA DE PAREJAS DEL MISMO SEXO
El marco fue el salón de un hotel para la comunidad gay-lésbica que se define como “heterofriendly”. Hombres y mujeres lucieron modelos para casamientos entre ellos y entre ellas. Una nueva veta en el negocio del diseño que se abrió con el matrimonio igualitario.
Por Soledad Vallejos
Era casi una contraseña. Imposible no notar el mini auto blanco, con el capot cubierto de flores al tono, estacionado sobre una vereda de San Telmo. Si verlo era pensar, sin saber bien por qué, en casamientos, no quedaba otra que seguir el caminito de lentejuelas plateadas desparramadas sobre la alfombra del hotel heterofriendly: una puerta y unos pasos más allá esperaban tres maniquíes femeninos ataviados como para una despedida de soltera. También música de fiesta, tragos colorados como los globos con forma de corazón que rozaban el techo y un backstage donde chicas, chicos y un grupo selecto de drag queens trabajaban para poner el cuerpo y dejarse transformar por la magia de la moda. Todo, claro, en aras del primer desfile de trajes para bodas igualitarias.
Detrás del lobby, por la puerta y la pared vidriadas, se adivinaba el revuelo de plumas, purpurina que empezaba a agitar el espacio entre percheros. A una hora del desfile, la concentración de maquillaje en el aire era la mayor del barrio. “Van a ser 13 parejas, chicas y chicos, más chicas que chicos. Cinco drags. Dos parejas pudo vestir cada diseñador. ¡Y para abrir tenemos un show!”, había advertido a este diario Laetitia Orsetti, presidenta de Fabulous Weddings, la empresa de wedding planning que había ideado la velada.
En poco más de un año de vigencia, la ley de matrimonio igualitario despejó el camino a más de 3000 parejas que querían formalizar. Ese número ya era un mercado posible que, sólo algunos años atrás, no existía en el horizonte como universo de consumidores, pero la aplicación de la ley, lejos de la novedad absoluta que significó necesariamente en sus primeros meses, y el crecimiento del número de parejas que acceden a ella llevan a los emprendedores como Orsetti a apostar por un público potencial en crecimiento y con ganas de gastar. Así lo pensaron, por caso, también nombres conocidos del circuito de la indumentaria local, como María Pryor, Verónica de la Canal, Carolina Aubele, Fabián Zitta, Ezequiel García, Daniel Casalnovo, Paco Sanz y Mauricio Passerini.
“Para casamientos locales no recibimos muchos pedidos, pero sí trabajamos mucho con extranjeros”, explicó a Página/12 Silvia Piedrabuena, de Muma’s Cupcakes. A dos metros, Sergio y Jenny, sus dos chefs, se turnaban para sacarse fotos con el producto de sus esmeros: una explosión de pirotines colorados coronados por copos de merengue blanco y muñequitos de azúcar que representaban a parejas de chicos por un lado y chicas por el otro. Pero eso sí, “hasta ahora, de bodas igualitarias entre parejas argentinas, la mayor cantidad de encargos es para casamientos de chicas”, que inclusive estilan entregar los pastelitos como souvenir, con tarjetita que lleve sus nombres.
Poco después de las ocho de la noche el backstage ardía. El suelo, repentinamente, apareció regado de zapatillas y chatitas y los tacazos habían desaparecido. También los percheros habían sido tomados por asalto: mientras les retocaban el maquillaje por enésima vez, empezaba a verse que las chicas, en parejas, llevaban vestidos cortos y complementarios (como dos modelos muy similares de vestidos aniñados en blanco para una y en negro para otra), larguísimos y parecidos pero diferentes, con espalda destacada para una y escote en primer plano para otra. Ante un espejo, en otro rincón, sacos y pajaritas terminaban de poner a punto a los chicos.
El volumen de la música subía.
En el subsuelo, el bullicio de los sillones con plena ocupación había quedado opacado por la marea de invitados que iba y venía entre el jardín y la barra. Apenas escondido detrás de uno de los percheros, acompañado por su esposa enmochilada, un turista sesentón en silla de ruedas no podía soltar la cámara. El objetivo apuntaba a lo alto de una banqueta desde la que caía una cascada de tul negro con un brillo aquí, otro brillo acá. Ante el espejo de un pequeño tocador, bajo una luz impiadosa, una drag repasaba con obsesión de profesional el maquillaje. Era una de las apariciones vestida de alta costura que, una hora después, cerraría el desfile de la mano de Orsetti.
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