SOCIEDAD › UN ARGENTINO A PUNTO DE SER EXPULSADO POR LA LEY DE EXTRANJERIAS
Protestar en España es un viaje de vuelta
Nico Sguiglia forma parte de un grupo que reclama por los inmigrantes. Y el gobierno lo quiere echar. Ahora es un caso testigo de la aplicación de la polémica Ley de Extranjerías. Hay un movimiento internacional para apoyarlo.
Por Horacio Cecchi
La cuestión, en el fondo, pasa por los billetes, sean euros, dólares, yenes, nunca pesos y mucho menos cualquier denominación de origen africano. Quien posea estos mágicos papeles, en cantidad, estará en condiciones de obtener los otros papeles, los que le darán derecho a integrarse al sistema. Los que no, caramba, son inmigrantes ilegales, aptos, sí, pero sólo para ser deportados. En España, levantando la bandera de la defensa de los derechos humanos de quienes no son considerados como tales, se puso en marcha, desde hace un año, la llamada Ley de Extranjería (ver aparte), por la que se ha preferido expulsar a los sinpapeles antes que permitir que caigan en las sucias manos de las mafias. Desde el 29 de enero pasado, un argentino, el primero, está amenazado de engrosar la lista de sudacas a deportar. Lo curioso del caso es que con él no se cumplen las premisas básicas de la ley de deportables: tiene pasaporte europeo y no es un indigente. Pero molesta: es uno de los portavoces de NPEL, Ninguna Persona Es Ilegal, un extenso movimiento en defensa de los inmigrantes.
Como en el oíd mortales el grito sagrado, el 29 de enero pasado se escucharon ruidos de rotas cadenas. Pero los sones no eran estrictamente libertarios. Cuatro integrantes del NPEL de Málaga se habían atado, con cadenas, a las puertas del Centro de Internamiento de Extranjeros local, un eufemismo con que el gobierno de José María Aznar designa a las cárceles para deportables. Los motivos, iniciar una protesta por la internación en el CIE de ocho marroquíes, detenidos en otra protesta, y futura carne de deportación. Los cuatro encadenados eran apoyados por simpatizantes y militantes del grupo, entre ellos, Nico Sguiglia, argentino, de 25 años. Los ruidos vinieron de parte de los uniformados que, decididos a cortar de raíz con el escándalo (había una multitud de medios reunidos en el lugar), se dedicaron, inicialmente, a cortar las cadenas de los NPELs. Lo que sigue es la historia de aquel acontecimiento, y la suerte corrida por Nico Sguiglia.
Nico llegó a España hace casi cuatro años. Uno más de los miles de argentinos que cruzaron el Atlántico buscando horizontes de progreso. Con pasaporte italiano, o sea, amparado por las leyes de la Comunidad Europea, se instaló en Málaga. “En principio –dijo Nico a Página/12 a través de una comunicación telefónica– a estudiar sociología. Pero como en Málaga no hay facultad de sociología, me inscribí en los cursos que se llaman Universidad a Distancia.” Para mantenerse trabaja en un café cultural en la zona.
Pero hace poco más de dos años, Nico descubrió que en España la deportación se hizo un deporte. En diciembre del ‘99, en Málaga, 55 nigerianos organizaron espontáneamente lo que en la península conocen como “un encierro”: se ampararon dentro de una iglesia y no se movieron de allí hasta que las autoridades, previniendo el escándalo mediático, negociaron la entrega de documentación. “Nos empezamos a dar cuenta de que se podía organizar una red que luche por los derechos de los inmigrantes”, explicó Nico. “Nos contactamos con movimientos en España y con otros en el resto de Europa.” La movida de los nigerianos generó ecos. En febrero de 2000, unos 70 sinpapeles, en su mayoría subsaharianos, provenientes de Ghana, Sierra Leona, Togo, Camerún, organizaron el gran segundo encierro.
“En enero de 2001 entró en vigor la Ley de Extranjerías, que endureció el futuro de los inmigrantes”, explicó Nico. Para esa fecha, se inició el tercer encierro, en esta ocasión lo que podría definirse como un encierro gigante, con principio en Barcelona, y que derivó en un plan de lucha de 900 personas de 25 países diferentes. Duró hasta marzo. Y constituyó un gran encuentro multirracial, multiétnico y multitudinario: “En las asambleas, inmensas, había marroquíes, paquistaníes, ecuatorianos, argentinos, colombianos, polacos, las declaraciones se traducían a varios idiomas”, relató Nico. La inmensa protesta tuvo como colofón, en febrerodel año pasado, una marcha de 10 mil personas en Madrid. En Valencia, otra marcha de 3500 personas reclamó “Papeles para todos”.
“La reglamentación de la Ley de Extranjerías –explicó Nico– llegó en julio pasado. A partir de ahí el gobierno se lanzó a una criminalización salvaje de los inmigrantes. Mariano Rajoy, el ministro de Interior, dijo hace unos días que el aumento de la criminalidad y la violencia en España tiene como principal factor a la extranjería. También aprobaron una ley que permite a la policía identificar y retener a toda persona que sea colombiana o ecuatoriana, con el argumento de la lucha contra las drogas.” Cualquier similitud con los discursos menemistas de la era del dólar igual uno y de las oleadas de inmigrantes peruanos, bolivianos, paraguayos, no es mera coincidencia.
Todo encuentro de inmigrantes en España tuvo entonces, como contracara, una represión brutal. En agosto pasado, en Barcelona, se realizó por primera vez una gigantesca redada donde fueron detenidos 100 africanos en pleno centro de la ciudad, 25 deportados ipso facto. En Almería, hace tres semanas, 300 inmigrantes manifestaron en una plaza exigiendo papeles. “La policía tiró balas de goma, gases, palos, hubo 25 heridos”, dijo Nico. “Al día siguiente, la subdelegación del gobierno en Almería dijo que si no reprimían al día siguiente en la plaza iban a tener a 5 mil.”
De los 300 inmigrantes de Almería, 28 marroquíes fueron detenidos. Veinte de ellos deportados al instante. “Son seis centros de internamiento. Están ubicados en Madrid, Barcelona, Murcia, Valencia, Gran Canaria y Málaga.” A este último fueron a parar los ocho marroquíes restantes, con su futuro escrito de antemano. “Hicimos una acampada en la puerta de la cárcel, una acción directa no violenta, éramos unos 50 que durante el día aumentaban, hacíamos piquetes humanos cada vez que salía un furgón de traslado.” La protesta duró cinco días, con gran repercusión en los medios.
Al quinto día, el martes 29 de enero, a las 6 de la mañana, llegó la policía, cuando no había cámaras. “Nos cagaron a patadas.” El grupo levantó el campamento y llamó a una conferencia de prensa en el centro social del NPEL. “Hicimos un planteo simbólico: esta cárcel no va a funcionar más.” Lo simbólico fue que cuatro militantes se encadenaron a la puerta. Lo real es que la policía es poco amiga de los simbolismos. Con palos y cortafierros se tiraron contra los manifestantes. A Nico y a un vasco, Kepa, los detuvieron dentro de la misma cárcel, los molieron a palos, los amenazaron y los arrojaron a la comisaría.
A los pocos días, Nico fue citado por la Brigada de Extranjería, donde se le informó que se le había abierto un expediente de expulsión preferente, así se llama, por cuestiones de seguridad: un par de policías lo acusaron de haberlos golpeado. Lo que empezó con cuatro encadenados, ahora derivó en un catastrófico movimiento –a ojos de la oficialidad–, con apoyo internacional, de organismos de derechos humanos, de la oposición local, y de infinidad de intelectuales de todo el mundo, para reclamar que Nico no sea expulsado.