Viernes, 13 de abril de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › LA MADRE DEL CHICO APLASTADO POR UN ALAMO HABLA CON PAGINA/12
Con 14 años, murió durante el temporal al caerle encima el techo de su casa, en la villa 21-24. Su madre contó que había pedido a los punteros macristas hacía tiempo que talaran el álamo que durante la tormenta se desplomó sobre la vivienda.
Del potrero a lo de la familia Correa hay unos veinte metros y un pasillo angosto. Hay, además, dos casas completamente destruidas, otras tantas con goteras y alguna sin techo. También hay barro que se vuelve pantano a la primera lluvia y vecinos que preparan el almuerzo por doquier. A Facundo Correa le gustaba jugar a la pelota cuando había tormenta: el viento en la cara, las gotas que limpiaban el sudor, el aire fresco que se llevaba algo del hedor de la tarde. Facundo quería ser futbolista, dice su mamá, mientras señala una foto en que el adolescente sonríe con sus 14 años. “Un joven murió en la villa 21 cuando se le cayó el techo de su casa”, rezó el primer parte oficial.
La noche del temporal, el 4 de abril, sus amigos lo vieron cruzar a zancadas el pasillo de la villa hasta el número 59 bis de la manzana 24. Rezongando, había abandonado el partido para desenchufar la televisión y la heladera de su casa, por si se cortaba la luz.
Los álamos de la casa del lado eran “inmensos”, comentan en el barrio. Uno de ellos “era tan grande que, cuando se cayó, las ramas más altas llegaban hasta la canchita”, dice María, una conocida de la familia de Facundo. “Siete mil kilos pesaba el tronco”, asegura a quien la quiera escuchar. “¡Siete mil!”, repite con gesto erudito.
Cada vez que caía una tormenta, la mamá de Facundo temblaba: “El rugido de las ramas era horrible y yo sabía que se podía caer”. Hace ocho años comenzó a reclamar que cortaran esos árboles, sin recibir resultados. “Mi indignación es que se podría haber evitado. En 2006 lo denuncié por primera vez a la mutual Flor del Ceibo, del barrio, y hace dos meses le había pedido a los referentes macristas en la villa que hicieran algo, que los cortaran –cuenta sin dar nombres ni apellidos por miedo a represalias–.” Cristina Inca, jujeña de 33 años, llegó sola a la capital en busca de trabajo hace 12 años y se instaló en la casa de una hermana en el barrio de La Boca. Más tarde, consiguió trabajo como empleada doméstica y trajo a su hijo, Facundo, y a su marido para la ciudad. Los tres se instalaron alrededor del año 2000 en la 21-24.
“Yo quería que él fuera diferente a su mamá –cuenta a Página/12–. Que no tuviera que pasarse la vida fregando pisos. Por eso le insistía para que haga bien la escuela y que después se metiera de gendarme. A él nunca le gustó la idea. Sólo tenía cabeza para el fútbol.”
El viento terminó de derribar uno de los enormes álamos y Facundo murió en el instante, según los forenses, por politraumatismo en la cabeza y en el tórax. El tronco se llevó puesta la casa completa, y ésta se derrumbó a un lado, hacia la casa del 58 bis, donde Nélida vivía con sus dos nenes, todos en situación de calle ahora.
“Estaba haciendo compras en un supermercado y no me di cuenta de la gravedad de la tormenta. Cuando salí vi todo el desastre que había dejado el temporal, todos los árboles en la calle, y me fui derecho a la villa. Todos me llamaban al celular preguntando por mi hijo. Yo corría, corría, corría. Ningún taxi me quería llevar. Veía todos los cables que estaban tirados y me apuraba más. Cuando llegué al barrio, mi sobrina me dice: ‘Tía, venga rápido que a Facundo le pasó algo’. Lo primero que pienso es que se habría lastimado jugando al fútbol, cabeza dura que era. Le encantaba ir a la cancha cuando llovía.”
Del Ministerio de Desarrollo Social porteño, cuenta, le dijeron primero que le cubrirían el traslado del cuerpo a Jujuy, donde lo quieren enterrar, y le ofrecieron 1200 pesos para que alquilara una habitación. Recién ayer, tras la recorrida que realizó la jueza Elena Salvatori, le ofrecieron pasajes en avión –luego de una negociación realizada por la organización La Poderosa que trabaja en la villa 21-24 y la Zabaleta– para que viaje al entierro junto a su marido. “Por la casa sólo me prometieron que la iban a reconstruir, pero todo de palabra”, advierte.
Informe: Rocío Magnani.
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