SOCIEDAD › LOS CHICOS QUE TOCAN MUSICA CLASICA EN UN BARRIO MARGINADO
Ensayo de orquesta en la Villa 31
Son alumnos de una escuela de Retiro con mucha repitencia por problemas socioeconómicos. Un programa busca retenerlos mediante la música. Su orquesta ya tiene 45 chicos que tocan regularmente.
Sentada en su pequeño asiento, con la espalda recta y la mirada perdida, Soledad comienza a tocar su violín, reproduciendo los compases que momentos atrás le enseñó su profesora. Tiene 10 años y dos ojos negros que trasmiten una lucidez excepcional. A su lado, en ronda, otros seis chicos dibujan en el aire los movimientos aprendidos antes de raspar las cuerdas con el arco. Un poco más allá, con su clarinete, Cintya ensaya “Color esperanza” y se gana el aplauso de todos. Ellos son solo una parte de los 45 chicos de entre 6 y 16 años que integran la orquesta infanto-juvenil de Retiro, organizada por la Secretaría de Educación Porteña, con la idea de mejorar los indicadores educativos en una de las zonas más postergadas de la Capital. “Quizá no lleguen a ser concertistas, pero apuntamos a que a partir de la educación musical colectiva podamos combatir la repitencia y la deserción escolar”, explica Claudio Espector, director del programa, mientras oye los arreglos que los chicos extraen de los instrumentos. Todos viven en la Villa 31.
Mañana, los chicos de la orquesta, junto con sus compañeros de Lugano –donde funciona una experiencia similar–, serán visitados por los integrantes de la prestigiosa orquesta Giuseppe Verdi de Milán, que está de gira por la Argentina.
“Yo tocó el violín”, dice Carlos. “Y yo el clarinete”, cuenta orgullosa Cintya. Están contentos de lo que hacen y se les nota. Van de un lado a otro con sus instrumentos saltando alrededor de Claudio Espector, el director de la orquesta, a la espera de alguna directiva. El los alienta y los manda a clase, buscando un reducto de tranquilidad.
La escuela Bandera Argentina, donde ensayan, está ubicada detrás de los tribunales de Comodoro Py. Hasta allí, cada mañana cientos de chicos se acercan desde la Villa 31 para ir al colegio y algunos se quedan después de clase para tocar en la orquesta. Por ahora son 45, pero la idea es que sean muchos más, cuando se puedan conseguir instrumentos para todos. “Nosotros les acercamos los instrumentos a los chicos, primero para que los conozcan, y ellos después van practicando con todos hasta que se identifican con alguno”, cuenta Espector, al explicar la dinámica de trabajo.
La elección de la escuela no fue azarosa. Allí, por el contexto social que lo rodea, se registra uno de los mayores índices de deserción escolar y repitencia de toda la Capital, justamente los problemas a los que el proyecto de orquestas intenta dar respuesta. “La educación musical colectiva estimula a los chicos a adoptar un sentido de responsabilidad, de manejo de los tiempos y del respeto por el otro muy grande. Tienen que aprender a escuchar, a interactuar con los compañeros”, comenta Claudio Espector, que además de responsable del proyecto es director del Conservatorio Manuel de Falla y pianista de renombre.
Para estos chicos, el ingreso a la banda significa también un cambio radical en su perspectiva de vida y en la mirada que ellos tienen sobre sí mismos. Ya no sólo sueñan con convertirse en jugadores de fútbol o en estrellas de televisión. Ahora también quieren ser concertistas. “El otro día soñé con que era el concertino de la orquesta”, dice Carlos, de 11 años y con la autoestima en alza.
El entusiasmo de los chicos arrastra a sus padres. “Me quieren matar por no armar algo para grandes”, relata Espector, quien cuenta que cada vez que van a tocar a algún lado los sigue una caravana de fans. “Para el imaginario de los papás, esto es una posibilidad de progreso muy importante para sus hijos, no sólo a nivel material sino también cultural. Ver a sus chicos en el escenario y que la gente los aplauda les genera muchísimo orgullo”, agrega.
Ese sentimiento es el que se trasluce en el rostro de la mamá de uno de los violinistas, mientras observa a la distancia cómo el fotógrafo de Página/12 le saca una foto al grupo. “Está tan contento –dice emocionada–, él siempre quiso tocar como su tío, que tiene un grupo folclórico en Jujuy. El problema es que ahora nos pide que le compremos un violín parasu cumpleaños”, explica María, un poco preocupada por saber de dónde sacará la plata para comprar un instrumento demasiado lejano a su presupuesto.
De la misma manera, Espector busca desesperadamente quien pueda ayudarlos a conseguir más flautas, chelos, violines y clarinetes para ampliar el programa. “Nuestra idea es llegar a un instrumento por chico, pero por ahora falta”, cuenta.
Por suerte, ya cuentan con alguna ayuda, entre la que resalta la ofrecida por la Fundación Kinor (violín, en hebreo), que se define a sí misma como una asociación filarmónica filantrópica. “Apoyamos el programa porque creemos que supera lo asistencial. Creemos que esta experiencia de enseñanza les cambia la vida a los chicos para siempre, les da otra dimensión, apuntando hacia la igualdad de oportunidades, que es lo fundamental”, explica Lidia Forster, de Kinor, que ya donó un contrabajo a la orquesta de Lugano y todo los años organizan una serie de conciertos benéficos para ayudar a los chicos.
Mientras ella habla, los chicos siguen tocando, practicando y poniendo su ilusión en marcha. “Es fa, la, sol, no fa, fa, sol”, le dice Elida a Soledad. “Bueno, está bien”, contesta la violinista y todo vuelve a empezar.
Producción: Damián Paikin