Domingo, 16 de diciembre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › SUSANA TRIMARCO, TRAS EL FALLO QUE ABSOLVIO A LOS ACUSADOS POR LA DESAPARICION DE MARITA VERON
Dice que no descansa. Que no quiere ni puede. Que sigue sin entender la sentencia y por qué los jueces no les creyeron a las testigos. “Las chicas”, como las llama. Dice que les da fuerza, les pide que sigan luchando. Los próximos pasos, la preocupación por la hija de Marita.
Por Soledad Vallejos
Está disfónica porque empezó a dar entrevistas a las seis de la mañana, igual que el día anterior. Desde que el tribunal de la Sala II de la Cámara en lo Penal resolvió absolver a los trece imputados en el juicio por Marita Verón, Susana Trimarco no descansa. Dice que no quiere, no puede, no sabría cómo. En su oficina, dentro de la Fundación, hay rastros de la marcha multitudinaria que el miércoles pasado, la noche siguiente al fin del juicio, reclamó justicia por Marita: una pancarta sale de un florero. Es un cartel hecho de muchas hojas de cuaderno cuadriculadas, pegadas; está pegado a una maderita y escrito con marcadores de colores; dice: “Fuerza Susana el pueblo te acompaña”.
–Me lo hicieron unos chicos de 22, 23 años. Estaban en la marcha, con un bebé. Es precioso. Por eso lo puse ahí. No lo voy a tirar, son las cosas que te dan fuerza. Ellos también estaban en la marcha por ese bebé que llevaban en brazos.
Las repercusiones por el fallo que no esperaba –y que criticó duramente incluso la presidenta Cristina Fernández–, la renuncia del ministro de Seguridad tucumano, la expectativa por lo que podría pasar en la Justicia provincial por el pedido de juicio político a los jueces Alberto César Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero Lascano (ver aparte). Todo flota todavía en el aire. También las advertencias, al menos mediáticas, que algunos de los absueltos hicieron respecto de una inminente demanda en contra de Trimarco, para responsabilizarla por la “condena social” que, dicen, sufren. “Que hagan la demanda que quieran. Presa no voy a ir porque no cometí ningún delito. El delito me lo cometieron a mí”, comenta ella al pasar, porque “no me importan, ni pienso nombrar a esas lacras”.
En la Fundación María de los Angeles, durante los días después del juicio se respira desazón. Pero no solamente. Porque las consecuencias de la absolución van tanto más allá que se cifran en otras vidas, Trimarco dice que no deja de pensar en “las chicas”. Se refiere a las mujeres rescatadas de redes de trata que, además de acompañarla y acudir a la Fundación, han declarado en el juicio. Cuenta que les pide “que estén fuertes, que es hora de decir basta de esta basura, que se empoderen” porque sólo así lograrán justicia.
–En estos días hablé con todas. Están muy tristes. Me dijeron: “Si con usted, que movió el mundo, estos cararrotas no hicieron justicia, ¿qué vamos a creer en la Justicia por nosotras? ¿Usted cree que van a hacer justicia? La verdad, es una desilusión muy grande”. Y les dije que no se desilusionen, que ellos pueden decir lo que quieran, pero no va a quedar así. Tenemos que seguir luchando. Me dicen: “Mire lo que me hicieron a mí, me arruinaron la vida y este juez desalmado no tiene corazón”. Es que ¿cómo creen que ellas se van a sentar ahí a decir semejantes cosas si no son verdad? Es que estos jueces no tienen dignidad, no tienen vergüenza, eso lo tengo muy claro.
Todavía hoy Trimarco no alcanza a comprender la decisión de no considerar pruebas suficientes los relatos de las testigos que, ante los imputados y sus abogados –contrariando con ello las recomendaciones para evitar revictimizarlas–, recordaron secuestros, violaciones, vejámenes. Por qué una voz se escucha y otra no; por qué una vale y otra no. Por qué, se pregunta Trimarco, en un país que aprendió a valorar la palabra para vulnerar impunidades de la dictadura, a estas mujeres no se les creyó.
–En los juicios por lesa humanidad, aunque no siempre haya pruebas, hay condenas. ¿Y eso qué es? A ésos los condenan. Y acá estos jueces dicen que no se puede. No pueden explicar lo inexplicable.
En el patio de la Fundación hay algo así como una lista de espera: la fila de medios que quiere hablar con ella no decae, como no decayó ayer y tampoco lo hará mañana. De algún modo, Trimarco se hará tiempo para todos. Porque “todos los días trato de ser mejor persona, mejor madre”. “Porque yo pienso que todavía es poco lo que hago por mi hija. Y a mi hija no me la devuelven, no la encontré y no tuve justicia. La Justicia no me dijo nada de mi hija: si está, dónde está. Nada.”
Se abre la puerta y entra Micaela, la hija de Marita, la chiquita que se hizo adolescente y creció a la par de la causa por el secuestro de su madre. Micaela tiene el pelo corto, la sonrisa límpida y los mismos ojos que su madre. Dice: “Acá estoy, Bebe”. Así llama a su abuela, que pidió que la llamaran para recordarle algo. Hablan, se va.
Trimarco debe seguir su ronda de entrevistas, de reclamos, de explicar lo que viene reclamando hace diez años. De pie al lado de la puerta dice que olvidaba algo.
–¿Sabés qué te quería decir? Que a mí me preocupa Mica. Mirá si me llega a pasar algo a mí. Porque uno puede ser... qué sé yo, el otro día iba en un vuelo que no sabés cómo se movió. Una tormenta que hemos tenido que ir a Salta, de Salta a Tucumán y vuelta a salir. Iba la esposa de un abogado de la Fundación. Pegaba gritos la María. Lloraba. Empezaron a caer las valijas. Yo hice así y dije: “Dios mío, me pongo en tus manos”. Pase lo que pase lo único que pido a Dios es que me la proteja a Mica. Me reta mucho Mica. “Acostate, tomá esto, no hagas esto.”
–Tendrá razón.
–Y... sí –dice. Trimarco sonríe.
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