SOCIEDAD › OPINIóN

Un nuevo desembarco civilizatorio

 Por Carlos Greco *

Suecia, 5 de junio de 1972. Circundar esta fecha con unos pocos párrafos para capturarla en la duda propone encontrar en ella el movimiento interior que la desestabiliza a la vez que recuperar en el corazón de algo tan aparentemente concreto como el Día Mundial del Medio Ambiente, una lucha oculta hacia la potencialidad. Aquel conjunto cerrado de hechos puede ser abierto con una perspectiva comprometida que revele, en el interior desplegado de su pasado, puntos de fuga hacia capacidades interpretativas diversas.

Dos años antes de esta convocatoria de Naciones Unidas, una movilización masiva, hoy languidecida en el “Día de la Tierra”, intentó impugnar toda plenitud de significado que pretendiera hacer encallar sus demandas (ambientales) en pulcras tecnologías metamorfoseadas. La Cumbre de Estocolmo, en cambio, ligando necesariamente “ambiente” a un sentido, congeló al azar de la palabra, acalló su provocativa multiplicidad, y en la conciliación de sus significados como límite encontró su solidez. Tener un problema fue una de sus conquistas.

Pactar como problemática ambiental al ambiente fue, si se quiere, una “maquinación experta” que depositó toda decisión en las orillas más científicas y tecnológicas de la tecno-ciencia. En otras palabras, simplificó el horizonte de percepciones a equilibrios ecosistémicos quiméricos, conjeturados en algunas ecuaciones para poder reciclar, con el papel, el vidrio y el plástico, los residuos de un sistema jadeante por una crisis de demanda y cambiaria, adornada con orlas de oro negro.

Esta historia y sus corolarios presentes pueden ser mejor entendidos desde los malabares que el secretario general de la conferencia, el empresario petrolero canadiense Maurice Strong, lograra con uno de los documentos más influyentes de la época. “Los límites al Crecimiento” (Informe Meadows) representaba la posición ambientalista más dura del “primer mundo”, copada por biólogos y ecólogos que, desde la más pura fe en la objetividad, hacían pregonar a tablas y gráficos la tesis de los límites físicos como justificación de una indigesta propuesta de crecimiento cero. Su modelo proyectivo es una extrapolación de estructuras y datos vigentes, que evalúa las alternativas futuras de las variables de control del sistema. Lo interesante es que este documento, con sus predicciones y consecuencias, acopló en su repulsa a los que patrocinaban una refuncionalización de la economía, alarmados por la cada vez mayor escasez de recursos, con fervorosos críticos en los países necesitados de desarrollo.

Lúcida artesanía fue, entonces, el Informe Founex, logrado por Strong en una reunión en Suiza. El documento incorporó a las comunidades más postergadas del planeta en una propuesta para el desarrollo de sus castigadas pero prodigiosas geografías, mediante el planteamiento de otro equilibrio, en este caso, entre Estado, Empresa y sociedad civil.

La reunión de Estocolmo moderó, de ese modo, los inclementes planteos de un mundo industrializado preocupado por su futuro, consiguiendo reorganizar recursos y sociedades en un proyecto de supervivencia y de optimización de las fuerzas vitales del planeta. De la declaración, pulcramente redactada con una inflexión antropocéntrica, no surge una propuesta política sino, más bien, un imperativo moral emanado de una suerte de conciencia ambiental producto de algún tipo de proceso educativo. ¿Un nuevo desembarco civilizatorio en las costas del Sur?

Frente a este proyecto, que se mantiene hoy en posesión de la primera (o última) palabra y, para el cual, el problema está en el sistema, la historia atesora la memoria cascada de una posible respuesta a esa pregunta: un pensamiento alternativo que sitúa a los límites sociales en primer plano y propone que el problema ambiental es, en realidad, del sistema. En la Argentina, en 1975, la Fundación Bariloche publica “El Modelo Mundial Latinoamericano” (Modelo Bariloche), un modelo normativo (no proyectivo) que opone una reflexión distinta a la de la Cumbre de Estocolmo, ya que no articula cambios y transformaciones tanto en una gestión de recursos como, sí, en una nueva sociedad.

Sin embargo, acompañado por la complejísima y sombría catacumba histórica que se abría en la Argentina en ese momento, y de la que el Modelo Bariloche fue víctima, aquel día de primavera del ‘72 consigue iniciar la consolidación de algo mucho más resistente e impenetrable que una imagen del futuro, algo mucho más corpulento e inaccesible que una significación de ambiente: su deseabilidad.

* Ingeniero agrónomo. Laboratorio de Transformación de Residuos. INTA Castelar.

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