Domingo, 20 de julio de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › PROGRAMA ESPECIAL PARA LOS CHICOS EN ESTE INVIERNO
Ocho plazas y un espectacular acuario de especies locales de mar y de río se suman a los juegos científicos. Un asomo a la industria y la técnica, que incluye gigantes inflables y ballenas que te llaman.
Por Carlos Rodríguez
Para los porteños, que siempre han vivido de espaldas al río que desde la costa parece el mar, una visita al acuario de Tecnópolis les brinda la oportunidad de darse un chapuzón y conocer de cerca un sinfín de especies marinas y de agua dulce, en un viaje imaginario que empieza en el Mar Argentino, sigue por el Pacífico y el Indico, hasta terminar sumergidos en el Paraná. El paseo, en la oscuridad propia del fondo de un océano, empieza con el avistaje de una ballena animatrónica, a tamaño natural, que saluda agitando su cola. La anfitriona recibe a los visitantes y los convoca emitiendo el sonido que utilizan los de la especie para comunicarse y que es conocido como “el canto de las ballenas”. Tecnópolis, al compás que ya comenzaron a marcar las vacaciones de invierno, es el paraíso de los niños, con sus ocho plazas temáticas, sus propuestas para aprender física y química jugando, y un despliegue de actividades que a lo largo de ocho horas –de 12 a 20– garantiza diversión y un regreso a casa, para chicos y grandes, con destino urgente de colchón y almohada.
Christian, de 21 años, acuarista por vocación y estudiante avanzado de biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, es la persona que guía a Página/12 por el circuito a oscuras del acuario, lo que permite apreciar con mayor nitidez el aluvión de peces de todos los tamaños y orígenes que circulan a derecha e izquierda. Una parte del recorrido incluye la sensación de estar caminando por el fondo del mar, porque el agua y los peces están a diestra y siniestra, pero también encima de las cabezas de los visitantes. Es una especie de tubo que convierte a las personas en submarinos vivientes.
El paseo comienza en el Mar Argentino con una multitud de los conocidos bagres, palometas, corvinas, brótolas, besugos, y continúa más adelante con especies bellísimas como el pez murciélago o el “cara de zorro”, muchas de las cuales habitan en otros lugares del planeta, como los cíclidos africanos o especies cuyos ejemplares hembras incuban los huevos en su boca. La mantienen cerrada, sin abrirla ni siquiera para alimentarse, durante las dos semanas de gestación, hasta que nacen los alevinos, como se llama a los peces recién nacidos.
Hay una variedad que habita en los arrozales, en Asia, que para superar la merma de oxígeno propias de ese hábitat acuático, tienen la capacidad de respirar sacando sus cabezas del agua para recibir el oxígeno de la superficie y mejorar sus condiciones de vida. En el acuario, donde los peces permanecen todo el tiempo, aun cuando cierra la muestra, el cuidado es constante para garantizar la calidad del agua y de la alimentación.
La atracción principal, como siempre, son los tiburones, que se mueven a sus anchas en un tanque de agua que comparten con otras especies consideradas “igualmente peligrosas”, incluso para los más malos. Allí cohabitan los peces león, ballesta o escorpión, que tienen un veneno no mortal para los humanos en sus aletas, pero que produce fuertes dolores y disuade a los predadores que pretendan atacarlos.
Los peces ballesta tienen una espina dorsal y otra ventral. Si son atacados por un predador, son capaces de exponer sus dos espinas dorsales al mismo tiempo, lo que impide que un pez de mayor tamaño se los pueda tragar. También está el pez lobo, que se hincha y exhibe sus espinas cuando está en peligro. El pez cirujano, por su parte, tiene una coleta llena de espinas que le permite defenderse de manera muy profesional. En ese marco, los tiburones tienen que quedarse piolas y conformarse con “la abundante alimentación” que reciben a diario de parte de los cuidadores.
Los niños hacen comentarios de todo tipo, al verse rodeados de tantas especies de peces nunca vistos por ellos. A los “ooohhh” y “aaahhh” que acompaña el paso enérgico de los tiburones, se contrapone el comentario de un pequeño que descubre un caballito de mar en uno de los tanques cercanos: “Mirá, un unicornio”, es el comentario que dirige a su mamá.
Otro de los sectores más concurridos es el dedicado a mostrar los adelantos en la industria textil, que lejos de ocuparse de la indumentaria tradicional, incursiona hoy aportando materiales para vestir astronautas e incluso para construir la punta de cohetes que salen al espacio exterior. También se fabrican y muestran unas “tablas” de surf inflables y realizadas con telas especiales, que tienen la misma consistencia que las que se utilizan en forma habitual.
Hay aportes importantes de la industria textil francesa, como los “gigantes dormidos”, una suerte de escultura también inflable realizada con la tela que se utiliza para la fabricación de paracaídas. Muchos se sorprenden –y hasta se asustan– cuando alguno de los dos gigantes, recostados sobre el piso, mueve alguna de las manos o las piernas, generando escenas de pánico.
Pero Tecnópolis, en estos días, es el lugar ideal para llevar a los niños, que se divierten jugando y aprendiendo algunas lecciones mucho más difíciles –por los métodos tradicionales– de matemáticas, física y química. Una especie de lamparita pequeña, iluminada con una luz tenue, sirve para reproducir rayos y centellas en miniatura, con sólo rozar la superficie de vidrio y sin ningún riesgo.
Es lo mismo que ocurre con una silla en la que el que se sienta aprende un montón de cuestiones técnicas, mientras gira con la cabeza hacia abajo durante un tiempo prudencial, para no marearse. Se bajan como si salieran de una coctelera o del lavarropas, pero sonrientes. Los que se van un poco molestos son los que juegan al “embóquelo si puede”. Se trata de un enorme aro de básquetbol frente al cual cualquiera se siente Manu Ginóbili, porque de lejos parece fácil encestar. Lo que ocurre es que hay que hacerlo teniendo puestos unos anteojos que lo distorsionan todo y que alejan a casi todos de la NBA.
Ayer, con un cálido sol de invierno, miles de familias recorrieron las casi 50 hectáreas del predio donde funciona Tecnópolis y disfrutaron, sobre todo los chicos, de las plazas temáticas y del paseo de los dinosaurios, renovado y siempre cautivante. La plaza más concurrida es la de los juegos con sonidos, cada vez que se trepan al tobogán o a cualquiera de los juegos.
Una de las grandes atracciones es el espacio donde se muestra la evolución del hombre primitivo y la distribución de población que hizo que el humano llegara al actual continente americano. Ayer hubo desafíos de ajedrez con Diego Flores, campeón argentino del deporte ciencia, y Marisa Zuriel, subcampeona continental. Otro de los grandes espacios, afirman, es Sensorium, que invita a descubrir paisajes que son patrimonio de la humanidad como las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno. Ayer, este diario no pudo ingresar –como sí lo hizo el público– por decisión de la responsable del lugar, a pesar de la intermediación de la amabilísima gente de prensa de la muestra.
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