SOCIEDAD › LA POLEMICA SOBRE EL FUTURO DE PINAMAR
Crecer de golpe
Con la temporada en su tramo final, Pinamar debate su futuro. En el cercano, la ciudad busca convertirse en una opción también para el invierno. En el largo plazo, se debate sobre cómo crecer.
El ayer y hoy de una ciudad que subió a la cresta de la ola durante el menemismo y ahora teme que ese crecimiento la termine asfixiando.
Por Carlos Rodríguez
Desde Pinamar
En el año 2051, de mantenerse constante el actual crecimiento de su población estable –es uno de los más altos del país en los últimos diez años–, las playas del partido de Pinamar estarían colmadas por 650 mil personas, según una estimación de máxima que surge de un estudio sobre “desarrollo sustentable” realizado por la Universidad de La Plata. A ese número, que por su contundencia le provocaría un soponcio a Jorge Bunge, el fundador de Pinamar que soñaba con un paraíso para unos pocos privilegiados, habría que sumarle sombrillas, reposeras, carpas y cientos de miles de turistas de distintos puntos del país que vienen cada año a “perturbar” la paz de los antiguos veraneantes, que añoran la calma de otros tiempos. El intendente de Pinamar, Blas Altieri, que todavía conserva en su despacho, con evidente orgullo, la foto de Carlos Menem con la banda presidencial, cree que en 2051 no pueden ser “más de 400 mil habitantes” en todo el partido, que incluye a Cariló y Ostende, si es que intentan mantener “el espíritu de los fundadores”, que querían casas bajas, terrenos enormes sin medianeras ni alambradas y calles sin asfaltar, normas que hoy chocan con el brutal crecimiento y con el fantasma de la “inseguridad”, siempre latente sobre todo desde 1997, luego del asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas.
“La época de la foto de unos pocos restoranes y negocios perdidos entre pinos y eucaliptus, bañados de tranquilidad, parece haber quedado atrás en forma permanente”, dice Laura Cotón en un artículo publicado en enero en el semanario Pionero, decano de la prensa pinamarense. “Lo cierto es que en las últimas temporadas, una multitud de jóvenes, en su mayoría que gusta de la música electrónica, ha inundado las calles del partido, generando resultados a veces positivos, a veces no tanto.” La idea esbozada por la columnista es compartida por la mayoría de los “históricos”, que anhelan el retorno a la tranquilidad de los años sesenta y que se mantuvo hasta principios de los ochenta, antes de la irrupción de la cultura menemista. Sin embargo, muchos de los críticos fueron beneficiarios de esa política que puso a Pinamar en la cresta de la ola.
“Nosotros tenemos la ventaja de haber vivido acá toda la vida.” Altieri, en diálogo con Página/12, se puso el rótulo de histórico y asegura, a contrapelo de lo que piensan otros, que el crecimiento, aunque desmesurado, “siempre respetó la idea de los fundadores, tanto de (Jorge) Bunge como de Guerrero, e incluso de los mismos belgas que hicieron Ostende”. La historia del partido podría resumirse así: primero vino Ostende, luego Cariló con sus plantaciones y después Bunge se instaló en lo que hoy es Pinamar. Desde el vamos, quien compraba un lote debía regirse por un código de ordenamiento urbano bien estricto y selectivo: las casas debían tener techos de tejas, ladrillos a la vista y era obligatorio darle prioridad a la madera. A esos tres elementos centrales se sumaron otros: no había lugar para medianeras, alambrados ni rejas. Las casas de los fundadores tenían planta baja y un piso como máximo.
Según el intendente Altieri, la “crisis de crecimiento” se produjo entre 1969 y 1978, cuando Pinamar todavía no era partido y dependía de la Municipalidad de General Madariaga. “Se puso de moda la construcción de edificios en torre”, recuerda. En 1979, ya municipio independiente, se hace un nuevo código que establece un máximo de ocho plantas (24 metros de altura). En el municipio dicen que esas pautas “se respetaron desde lo cultural y también desde el punto de vista institucional”, pero aunque así fuera, eso no alcanza para evitar que la ciudad se convierta, por momentos, en un caos que molestaría mucho a los fundadores y que ofende a los “históricos” más conservadores, sobre todo por el aluvión de jóvenes de 15 a 22 años que se adueñan de la ciudad y a los que muchos asocian, en forma indiscriminada, con la droga.
Al haberse convertido en una playa “de moda”, los que llegan no pertenecen necesariamente a las familias tradicionales, sino que forman un conglomerado heterogéneo que molesta a los nostálgicos que se refugian en La Lucarna y otros boliches tradicionales, desactualizados y devaluados respecto de una oferta y una demanda cada vez más orientadas sólo a lo que “está de onda”. “Antes eran tres meses de vacaciones enteras, venían familias enteras y todo el mundo se conocía, ahora llega gente de todos lados y muchos chicos jóvenes. Hay gente a la que le cuesta adaptarse a los nuevos tiempos, hay que buscar fórmulas de convivencia”, dice Lucrecia Capparelli, jefa de prensa de la Municipalidad de Pinamar.
Capparelli comenta que la mayoría de la población estable está asentada cerca de Ostende, hacia la ruta 11. Es gente de clase media baja, personas que durante el verano trabajan como personal de servicio y que en el invierno cumple tareas relacionadas con la construcción o realizando tareas de mantenimiento o de vigilancia en los casas de las familias pudientes, que viven y tienen sus intereses comerciales en la Capital Federal. En todo el partido, que incluye a Ostende, Cariló y Monte Carlo, la población fija en 1991 era de 10.000 personas. En el 2001 se había llegado a 21.000 y hoy ronda los 25 mil habitantes estables, según estimaciones oficiales. Los hijos de esos pobladores estables “no tienen muchas posibilidades ni laborales, ni para estudiar, lo que constituye un problema a solucionar”, explicó una fuente oficial.
“Estamos preocupados por el crecimiento porque ya están faltando escuelas, estamos construyendo un nuevo hospital y hasta tenemos que asfaltar algunas calles para evitar el congestionamiento del tránsito”, admite Altieri. Algunas diferencias sociales comienzan a aflorar tímidamente y se expresan en la calle. “Con la cantidad de 4x4 que hay en esta ciudad se podría pagar más de la mitad de la deuda externa”, ironiza Martín, un remisero que vive en Madariaga y trabaja en Pinamar. “Esto ya no es lo que era, está lleno de jóvenes que van a las discos y se drogan impunemente. Esto no pasaba y se debe, sobre todo, a la aparición de gente que no es la que era habitual ver en estas playas”, asegura Héctor, empleado jerarquizado de un negocio instalado en el corazón del Pinamar Plaza, el shopping a cielo abierto por el que pasa todo el mundo.
Si uno camina por la avenida del Libertador, desde el centro hacia el norte, las casas compiten en cuanto a lujo y hasta contrastan con el señorío discreto, si se quiere, de las primeras mansiones. Tanta ostentación enerva en un país donde crecieron la desocupación, el hambre y la marginalidad. “Unos tanto y otros nada”, es la verdad de Perogrullo que señala Martín, el gaucho de Madariaga hoy metido a chofer de un remís. “Y tanta casa para usarla apenas unos meses en verano, porque en invierno esto es un páramo.” El único lugar que tiene vida todo el año es Cariló, donde viven muchos profesionales que retornan periódicamente durante los largos inviernos. El crecimiento fulminante de la población estable y la falta de una infraestructura adecuada es lo que más preocupa hoy.
En 1994 se ordenó un estudio, realizado por expertos de la Universidad Nacional de La Plata, para incorporar un valor hasta entonces desconocido en Pinamar: “el desarrollo sustentable”. Recién lo terminaron este mes y las advertencias son muchas. El objetivo buscado, según las autoridades, es “el crecimiento sin desnaturalizar, lo que pensaron los fundadores y lo que la gente quiere de este lugar”. En 2051 van a ser muchos los problemas si no se empiezan a corregir desde ahora.
El municipio tiene 66 kilómetros cuadrados, 6600 hectáreas. Si se siguiera aplicando el código de urbanización, que data de 1979, se llegaría en 2051 a una población estable de 650 mil habitantes. Los expertos le preguntaron al intendente cuánta gente quiere en Pinamar. Para sacar un número, se tomó como parámetro la playa, de punta a punta. ¿Cuántos metros cuadrados por turista, uno, dos, tres? ¿Con o sin lugar para una reposera? Todos coincidieron en priorizar el espacio y llegaron a la conclusión de que o invaden otros municipios o buscan la forma de evitar que el número de pobladores estables, en 2051, no supere los 400 mil. “Los 650 mil que podemos ser no van a poder entrar, de ninguna manera, si respetamos el mandato de los fundadores”, asegura Altieri.
La primera medida fue modificar el código de urbanización. Antes, los terrenos debían tener un mínimo de 450 metros cuadrados. Lo elevaron a 600 metros cuadrados. Eso es lo mínimo en Pinamar, mientras que en Cariló se llega a los 900 metros, porque hay más tierra disponible. La que está a cargo del loteo, como siempre, es Pinamar SA, una empresa histórica en la que también tiene intereses el propio intendente. La firma decidió vender terrenos en Pinamar con un mínimo de mil metros cuadrados y en Cariló lo llevó a los tres mil metros cuadrados, garantizando así la aparición de nuevos terratenientes.
El plan de obras para el año en curso, tanto para la infraestructura turística como para la estable, insumirá buena parte de los 22 millones de pesos previstos en el presupuesto. Eso dará trabajo a los pobladores estables, que se dedican mayormente a la construcción y a los servicios, ya que en Pinamar no hay tambos ni fábricas. Entre las obras figura la pavimentación de avenidas de circunvalación. Nadie quiere el pavimento, pero como es el único municipio costero que no tiene tierra propia (todo es arena), es necesario asfaltar algunas calles principales y después mantener las otras consolidándose con tierra “de exportación”.
Se estima que en Pinamar hay unas 25.000 viviendas, lo que supone que hay no menos de 50 mil vehículos, dos por cada casa. A esto se suman unos diez mil que llegan todos los años, con las vacaciones. El tránsito es infernal, sobre todo entre las seis de la tarde y las doce de la noche. Para colmo se sumó el hippismo, con el crecimiento que tuvo la actividad en el nuevo barrio La Herradura, pensado con el espíritu campestre de las viejas estancias. Tropillas enteras andan en pleno centro de Cariló y la locura, de algunos conductores, locales o visitantes, se potencia. El partido tiene apenas 51 kilómetros de asfalto, más otros 599 kilómetros de calles consolidadas con tierra.