SOCIEDAD › JOHN LE CARRE, UN NOVELISTA CONTRA LA GUERRA EN IRAK

“Esta guerra es un paquete de mentiras”

Es el famoso autor de novelas de espionaje y creador del inolvidable George Smiley. También es un furibundo opositor a la guerra de Irak organizada por Bush y “sus lacayos” Blair y Aznar. Quebrando todas sus propias reglas, su último libro, Amigos absolutos, fue escrito a toda velocidad, sobre la actualidad, y expresando sus duras, cortantes críticas a “esta aventura colonial”.

Por Javier Valenzuela

–Los diarios todos los días traen noticias sobre soldados norteamericanos muertos en Irak en acciones de la resistencia y sobre iraquíes fallecidos o heridos en atentados terroristas y enfrentamientos armados. Lo de Irak es un desastre, uno que había sido augurado por muchos, incluido usted.
–Sí. La actuación de Estados Unidos en Irak está extraordinariamente viciada a causa de su chauvinismo y de la percepción que ese país tiene de los árabes, que es a través de los israelíes. Estados Unidos cree que si se golpea duramente a los árabes, éstos son mera basura humana. Pero en realidad, y como ha podido comprobar Israel, ocurre todo lo contrario.Cuanto más machacan los israelíes a los palestinos, cuanto más destruyen sus infraestructuras, más fortalecen su espíritu nacional. Para mí es un misterio absoluto el que los judíos, que han sufrido tantas historias de terror y que han sobrevivido a todo tipo de opresión, crean que pueden destruir a golpes el espíritu de un grupo étnico o nacional. Israel se creó a partir de la opresión sufrida por el pueblo judío, pero el pueblo palestino también se ha creado a partir de la opresión. Y ahora tenemos el mismo proceso en Irak. La ocupación norteamericana está fortaleciendo el espíritu de resistencia de las distintas comunidades iraquíes.
–Hacia el final de Amigos absolutos hay un párrafo muy contundente sobre este conflicto. Dice: “Esta guerra de Irak fue ilícita, señor Mundy. Fue una conspiración criminal e inmoral. Sin provocación, sin vínculos con Al Qaida, sin armas apocalípticas. (...) Fue una guerra colonial por el petróleo como las de siempre, disfrazada de cruzada a favor de la libertad y la forma de vida occidental, y la inició una camarilla de iluminados geopolíticos judeocristianos sedientos de guerra que se apropiaron de los medios de comunicación y aprovecharon la psicopatía norteamericana posterior al 11 de septiembre”.
–En enero del año pasado dije que Estados Unidos se ha vuelto loco. Me parece que los norteamericanos están pasando por un período de democracia muy cuestionable. Visto desde fuera, están tan sólo a una guerra o a unas elecciones de convertirse en lo que nosotros entendemos por fascismo. Es aterrador que allí no haya diferencias entre la clase política, la clase empresarial y los medios de comunicación. Antes había grupos de presión fuera de la Casa Blanca que ejercían su influencia para conseguir cambios en las leyes que rigen las empresas farmacéuticas, las concesiones de petróleo, la reducción de impuestos... Ahora todos esos grupos de presión están dentro de la Casa Blanca, representados por miembros del gabinete ministerial.
–Usted ha proclamado muchas veces que es una barbaridad afirmar que todo el que se opone a Bush, como es su caso, es antiamericano.
–Ese es el tipo de simplificaciones demagógicas que utilizan todos los fanáticos en política y religión. Yo, además de tener muchos nietos de nacionalidad norteamericana, siempre he admirado al Estados Unidos que va de Jefferson a Kennedy. Considero a Estados Unidos como el lugar de nacimiento de las ideas democráticas, pero pienso que en este momento las están abandonando. Con la Ley del Patriotismo, con Guantánamo y despreciando la ONU, y con una actitud hacia lo extranjero que es cruel, fundamentalista y guiada por la religión y por los intereses de las corporaciones empresariales. Para mí es vergonzoso el papel que mi propio país está desempeñando en todo esto. Yo acogí a Blair con entusiasmo, pensaba que era un hombre valiente, un tipo idealista, pero se ha convertido en un comparsa de los estadounidenses. Utilizando lo que yo considero una oratoria superficial, Blair ha pretendido dar legitimidad a los propósitos imperialistas estadounidenses, y sin recibir nada a cambio. No creo que sea un acto de valentía sacrificar la política exterior, la política de defensa y la seguridad interna de tu país. No me parece que sea un acto de valentía el unirse a la superpotencia sólo porque es la más fuerte. En este caso, lo que de verdad es un acto de valor es desertar.
–¿Aplica ese mismo análisis a Aznar?
–Sí, lo mismo pasó con Aznar en España.
–Uno de los personajes de Amigos absolutos afirma que, aunque las mentiras y las hipocresías de los políticos no son nuevas para él, lo de Irak es la gota que desborda el vaso. Blair, dice ese personaje, se ha sumado a una guerra “para sofocar a los nativos en virtud de un puñado de mentiras, a fin de complacer a una hiperpotencia renegada que cree que puede tratar al resto del mundo como si fuera su huerto”.
–Esta guerra es un paquete de mentiras, y además mentiras que personajes como Bush y Blair terminan creyéndose. Me indignan esas mentiras, pero lo que más me indigna es el papel que mi país ha tenido en esto. Esperé toda mi vida un acercamiento británico a Europa, algo a lo que nos pudiéramos unir. Y también pensaba que por fin nos libraríamos de las fantasías militaristas. Yo había esperado ver cómo se establecía en Gran Bretaña una humildad colectiva que nos sacara de actitudes antediluvianas, que nos trajera algo nuevo y fresco. Y Blair me ha decepcionado profundamente.
–En una reciente entrevista, usted afirma que ahora se siente más europeo que nunca.
–Sí, es cierto. Aunque sé que Europa está desorganizada. No me engaño creyendo que los franceses se opusieran a la guerra de Irak de una forma altruista. Pero hicieron lo correcto por razones incorrectas, y eso me parece suficiente. En este momento muchos deseamos tener una Europa unida, con una Constitución europea. Por eso lo ocurrido en las elecciones de marzo en España es tan emocionante. La mayoría de los europeos de buen criterio tiene ahora los ojos puestos en España.
–Veo que ha seguido de cerca la situación política española en los últimos tiempos.
–¡Como tanta gente! Para empezar, la victoria de Zapatero en las elecciones españolas aterrorizó a Blair, que tiene a todos sus aliados en la derecha. Aznar ya ha perdido en España, y si a esta derrota se le suman en el futuro la de Howard en Australia y la de Bush en Estados Unidos se produciría un efecto dominó que dejaría a Blair como un náufrago. Personalmente pienso que las elecciones españolas fueron un gran triunfo de la voluntad popular. Tengo entendido que mucha gente joven que no había votado nunca lo hizo en las elecciones de marzo. Eso es magnífico: la gente confirmó con su voto que fue injusto llevar al país a una guerra en contra de la voluntad popular. Algo parecido pasó en mi país. En Gran Bretaña nunca ha habido manifestaciones tan multitudinarias como las que hubo para protestar contra la guerra de Irak. Un millón de personas en las calles de Londres, algo increíble.
–Algunos medios conservadores afirman que quienes ganaron las elecciones españolas fueron los terroristas.
–Eso es basura. Las personas juiciosas vimos las elecciones españolas como un triunfo absoluto para la democracia, la manifestación clara de la voluntad popular, del enfado y de la indignación. Y su resultado nos pareció un acto de valor, no de cobardía. No creo que la gente votara por miedo a Al Qaida. Más bien lo que el pueblo español dijo fue: “Aquí hay dos asuntos. Nosotros lucharemos contra el terrorismo, lo hemos hecho antes y lo volveremos a hacer. Pero lo que no haremos es unirnos a la ambición imperialista estadounidense en nombre del terrorismo. Así que separaremos completamente esos dos asuntos. No a la ambición estadounidense, no a su juego de poder, no a los juegos del petróleo estadounidense, no al eje del mal. Pero sí a la guerra contra el terrorismo, contra el que lucharemos siempre”. Y está muy claro que los españoles no votaron con miedo, porque cuando la gente se siente amenazada, se inclina hacia la derecha, va a pedir socorro al policía de la esquina, se refugia en la autoridad. Y es exactamente lo que los españoles no hicieron. No se fueron corriendo a Aznar diciendo: “¡Protégenos, protégenos, por favor! ¡Nos da igual que sea ETA o Al Qaida, tenemos miedo!” Al contrario: dijeron “basta” a Aznar. Dijeron: “Somos nosotros los que vamos a decir cómo se afronta este problema de ahora en adelante”.
–Atacar Irak fue, más que una desviación en la lucha contra el terrorismo de Al Qaida, un error descomunal. Irak era el sitio más equivocado para luchar contra Al Qaida.
–Por supuesto. No hay ningún vínculo entre Al Qaida y Saddam Hussein. Saddam llegó al poder con el partido Baas, que es un partido laico. Odiaba a Al Qaida y odiaba a Osama bin Laden. Los inspectores de armas de la ONU estaban trabajando en Irak, y, al fin y al cabo, dentro de los parámetros de esa dictadura existía una clase media sólida y próspera que trabajaba. No había campos de entrenamiento de Al Qaida en el país, ni preparativos para lanzar ataques terroristas o para proveer de armas a organizaciones terroristas. Fue todo un completo espejismo, donde Blair hizo un pacto silencioso con Bush para ir a la guerra en cualquier circunstancia, y ni siquiera informó de ello a su propio Parlamento y a su electorado. Para mí, esa mentira lo desacredita por completo.
–¿Qué cree que se puede hacer para luchar contra el terrorismo?
–Muchas cosas, pero nunca una demostración de poder occidental que intimide a otros países. Este no ha sido nunca el sistema correcto, y nunca lo será. Todos los desastres que se pronosticaron han ocurrido, y todo por una increíble ausencia de sentido común. Yo creo que Blair y Bush viven en una cápsula, no tienen contacto con la realidad. El hombre que mandó a Gran Bretaña a la guerra de Irak nunca se ha arrodillado al lado de un soldado moribundo, nunca ha escuchado un disparo...
–En otra entrevista usted afirmó que estos personajes están “cegados por la ideología”.
–Lo están. Con este tipo de políticos tan ideologizados, los servicios secretos no pueden desplegar el tipo de sentido común que utiliza un buen diplomático, un buen periodista o un buen observador. Estos políticos están encerrados en salas de conferencias bunkerizadas, recibiendo tan sólo los informes de los servicios de inteligencia que ellos desean, los que parecen confirmar sus tesis. Y así, por ejemplo, nadie les dice que en España hay una indignación popular latente, una indignación democrática en la base de la pirámide, que podría manifestarse en cualquier momento si hubiera un ataque terrorista.
–¿Qué está pasando con los servicios de inteligencia? Da la impresión de que sólo proporcionan a los líderes la información que éstos quieren conocer. Y además parece que ya no tienen agentes de campo, que sólo trabajan con satélites y alta tecnología.
–Ha puesto el dedo justo en las dos llagas. En mi país y en Estados Unidos se tiene la sensación de que los políticos dicen a los servicios secretos: “Esto es lo que tienen que buscar, esto es lo que tienen que encontrar, así que esto tiene que estar ahí”. Por supuesto, no es la forma adecuada de trabajar. Pero para los servicios de inteligencia es muy difícil decir que no hay nada allí donde se supone que debería haberlo. Bajo la influencia estadounidense, la tecnología ha sustituido a la inteligencia humana, y esto ha sido catastrófico. Irak fue sobrevolado por satélites y aviones espía, fue escuchado y examinado desde todos los puntos de vista, pero la información que se obtuvo era en gran medida falsa o defectuosa. Y ello porque no había agentes en tierra. La excusa que dan los servicios británicos es que Saddam destruía su séquito con tanta frecuencia que cuando tenías a alguien cerca del líder, él ordenaba matarlo sin tan siquiera enterarse de que había matado a un agente. Lo que también es posible.
–Otra cosa que espanta es la incapacidad de los servicios de inteligencia para analizar las previsibles reacciones a la ocupación de los iraquíes y, en general, los árabes y musulmanes. Era fácil imaginar una feroz resistencia a una prolongada presencia militar estadounidense. Como era previsible un ascenso de violentos sentimientos antiamericanos y antioccidentales en el mundo árabe y musulmán.
–Por supuesto. Nadie tomó de verdad el pulso de lo que se decía en la calle o en el mercado. Desde los satélites y los aviones no se puede tomar ese pulso. Hay que pisar tierra y hay que escuchar a mucha gente.
–¿No le parece desesperante la ineficacia de los servicios policiales y de inteligencia en la lucha contra Al Qaida? Los miembros y asociados de esa red de redes terrorista saben que los servicios occidentales pueden interceptar conversaciones telefónicas o rastrear movimientos de dinero en instituciones financieras, así que procuran hablar al oído de la otra persona y enviar el dinero en metálico a través de correos humanos.
–Lo que pasó en Madrid el 11 de marzo es un ejemplo perfecto. La red que organizó los atentados vivía en la ciudad, pero no había sido identificada. Se financió sobre el terreno, y sobre el terreno consiguió los explosivos y los teléfonos móviles. Es una prueba más de lo difícil que resulta luchar contra ese terrorismo. Sospecho que nos estamos enfrentando sólo a unos cientos de personas divididas en grupos pequeños, tal vez unos pocos miles. Pero creo que, además de identificar y detener a los terroristas, hay que tratar las causas de este fenómeno. Hay unas estadísticas muy interesantes que dicen que la mayoría de los reclutas de Al Qaida viene de países con un nivel bajo de alfabetización. Creo que si dedicásemos una fracción de lo que gastamos en guerras a mejorar las condiciones de vida, de trabajo, de salud, de educación de una serie de países, eliminaríamos el problema en una generación.
–Si el enemigo es global, la lucha debe ser global. Hay que emplear policía, espionaje e incluso la guerra en circunstancias excepcionales, pero también la diplomacia, la ayuda económica, el fomento de la educación y la cultura...
–Sí, y ésta es la gran diferencia entre Estados Unidos y Europa en este momento. Por ejemplo, resulta increíble ver cómo cambiarían las cosas si se permitiera la distribución de medicamentos genéricos. Con poco dinero se podría contener la propagación del sida en el Africa subsahariana. Para mis novelas hago un trabajo previo de periodista, y cuando preparaba El jardinero fiel vi la cantidad de cosas simples y baratas que se pueden hacer sobre el terreno para dar agua potable, medicinas, trabajo y vivienda a millones de africanos pobres; para mantenerlos en sus pueblos en vez de mandarlos a las megalópolis, donde surgen las enfermedades, la insatisfacción y el terror. Es muy poco dinero si se compara con las cantidades monstruosas que Estados Unidos se gasta en defensa.
–En Amigos absolutos hay un momento en que un personaje dice: “Debemos luchar contra el mal allí donde lo encontremos. Un mal no justifica el otro”.
–Sí.
–Me parece que éste es el centro de su posición moral en este momento: la guerra contra el terrorismo islamista no justifica muchos de los disparates y crímenes que se están cometiendo en su nombre.
–No los justifica. De alguna forma debemos parar esta rueda infernal. W. H. Auden tiene un poema que dice: “El público y yo sabemos lo que aprenden todos los niños en el colegio: aquellos a los que se les hace el mal, hacen el mal a cambio”. Y eso es exactamente lo que está pasando con los palestinos. Para contestar a su pregunta, le diré que en Estados Unidos late un enorme deseo de venganza: venganza en el sistema judicial, venganza en la guerra... Una de las cosas que separan a Estados Unidos de Europa es que nosotros ya no tenemos estos sentimientos de venganza. Ya no. La maquinaria norteamericana exige además que todas las guerras se personalicen, así que Saddam Hussein y Osama bin Laden son el eje del mal que hay que atacar. Pero nunca se dice que el hambre, la intrusión industrial, la inestabilidad de la población rural o la falta de agua lo sean. Y lo son, son males contra los que hay que luchar tanto como contra estos villanos teatrales. Para mí, tan importante o más que la guerra contra Saddam o contra Osama es la guerra contra la pobreza, la escasez, el colonialismo, el imperialismo o la explotación.
–Usted es consciente de que el que dice algo así corre el riesgo de ser acusado de “amigo de los terroristas”. De hecho, su artículo de enero de 2003 contra la guerra de Irak se titulaba así.
–Sí, “Confesiones de un terrorista”. Blair dice que si no estamos a favor de su política en Irak, estamos ayudando a los terroristas. Una auténtica basura simplista. Pero él lo dice con tanta elocuencia de púlpito que la gente se lo cree. Los políticos hacen todo lo que pueden para vender sus mentiras a la prensa, después leen sus propias mentiras en la prensa y piensan que es la opinión popular.
–Eso pasó en España el 11 de marzo, cuando Aznar llamó a los directores de periódicos para decirles que ETA era la responsable de los atentados.
–Exacto. Mienten, ven sus mentiras impresas y se las creen.
–Amigos absolutos es también un libro sobre la amistad. ¿Ha conocido en su vida el tipo de amistad que tienen Ted Mundy y Sasha?
–No. A los 33 o 34 años tuve una relación muy estrecha, una amistad, con un escritor británico. Pero cometí el error de tener una aventura con su mujer, y todo se deterioró. Ese amigo era alguien fascinante, pero era adicto al caos, como Sasha. El recuerdo de ese amigo, que murió a los 40 años, ha permanecido en mi mente. Yo creo que ustedes los periodistas también conocen a alguien así, a un tipo alocado, que siempre va más lejos que los demás, que nunca descansa. Usted estuvo en Beirut y debió de conocer a alguien así. Ese escritor que yo conocí era así, y Sasha es así. Sasha siente las cosas de forma muy intensa, arriesga todo constantemente y tiene un carácter temerario. Mundy, que no es así, queda fascinado por esta persona que se arriesga tanto.
–Cuando terminó la Guerra Fría y algunos hablaron del fin de la historia, usted afirmó: “Qué tontería, ahora es cuando comienzan los verdaderos problemas”. Y así ha sido. Ahora, a través de uno de los personajes de Amigos absolutos, usted hace un llamamiento a la guerrilla intelectual. Este libro es el que ha escrito más rápidamente y de todos los suyos el que está más pegado a la actualidad.
–Sí. Escribir y publicar este libro ha sido una experiencia muy interesante. Nunca he estado tanto en el punto de mira, pero a la vez nunca lo había deseado tanto. Quería que la gente se enfadara. En Gran Bretaña y en Estados Unidos, los críticos se han polarizado totalmente. Unos se han abonado a una teoría que, en mi opinión, tiene su origen muy cerca de Downing Street, según la cual Le Carré se ha vuelto loco, y esto es algo muy triste. The Telegraph escribió: “Es trágico ver a un gran talento descendiendo a estos niveles. A todos nos encantaban sus primeras obras, George Smiley era un personaje fantástico; pero es tan triste ver a este viejo demente buscando dejar su huella en el mundo”. En cambio, los del otro lado han dicho: “Brillante, fantástico”. En Estados Unidos, las críticas de la derecha con prejuicios hicieron que las ventas del libro bajaran mucho, pero, por suerte, después volvieron a subir. También he aprendido una lección: yo creía que el libro iba a tener muchísimo éxito en Alemania, porque dice todo lo que los alemanes quieren oír: que tenían razón en la guerra de Irak y que la historia se hace orgánica a través de su propia experiencia. Lo malo es que decía a los alemanes un montón de cosas que ya sabían, así que no les interesó mucho. Tuve unas críticas excelentes, pero, desgraciadamente, nadie lo compró. ¿Para qué lo iban a comprar? Y ahora acaba de salir en Francia, también con unas críticas fabulosas. Pero no sé si los franceses van a estar tan interesados, porque van a decir: “¡Por supuesto!”. Así que va a ser muy interesante ver cómo va la cosa en castellano.
–Pues ya veremos.
–Y mientras terminan de preparar la comida, voy a llevarlo a dar un paseo porque quiero enseñarle el otro lado de Wengen. ¡Hay una vista del valle que es tan bonita! Probablemente usted no lee a Goethe, yo yatampoco; pero cuando Goethe terminó la primera parte de Fausto vino a este valle, tuvo una desafortunada aventura amorosa y estuvo cerca del suicidio. Pero entonces vio la catarata que hay en el valle, la que quiero enseñarle, y volvió a desear vivir. La segunda parte de Fausto empieza ahí, con la descripción de la naturaleza reafirmándose a sí misma.

* De El País Semanal. Especial para Página/12.

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