SOCIEDAD › UNA MULTITUD DE JOVENES FESTEJO SAN PATRICIO A PURA CERVEZA
¿Y a quién le importa el patrono?
En Catalinas, una multitud se apretujó para festejar el día de San Patricio, el patrono irlandés. Pocos sabían quién era el patrono ni por qué se lo festeja. Pero sobraba cerveza.
Por Sergio Kiernan
Sólo faltaba la música, porque la calle Reconquista parecía anoche una enorme pista de baile al aire libre. Miles y miles de personas volvieron a reunirse sobre la esquina de Marcelo T. de Alvear para confirmar una fecha nueva en el calendario nacional de fiestas: la de San Patricio, el severo patrono de la lejana Irlanda que en Buenos Aires habilita andar por la calle vaso en mano, en lo posible gritando, entre chicas producidísimas y chicos encantados. Es una curiosa adaptación criolla de un festejo hasta ahora exclusivo de oriundi, visible sólo en lugares donde los irlandeses juegan de locales, como Boston y Nueva York, y que consiste en beber hasta caerse de sentimentales sobre el viejo país. ¿Hace falta aclarar que en la versión porteña había de todo menos irlandeses?
Por esa curiosa tendencia que tienen los negocios de concentrarse por rubros en calles o barrios, Reconquista terminó siendo zona porteña de pubs. El pionero, a comienzos de los noventa, fue el Druid’s In (escrito así por una cábala de numerología), pero la tendencia tomó fuerza cuando se abrió el enorme Kilkenny, un pub “de bandera” por su relación oficial con la Guinness. Esta cerveza negrísima tiene un rol muy peculiar en la identidad irlandesa, como si fuera una bandera líquida, y su logo es justamente el escudo nacional, el arpa dorada. Fue la Guinness la que empezó a promocionar la Saint Patrick’s Night como movida.
El resultado, unos años después, es lo que el holandés Jesper y su colega el brasileño Rodrigo llamaron “una fiesta increíble”. Los dos amigos, que se dedican a las comunicaciones en el Cono Sur y hace un par de años hacen base en Buenos Aires, estaban cómodamente acodados en el salón VIP del Kilkenny, un piso por arriba de la ensordecedora calle. “Sólo en Irlanda o en Nueva York se ve algo así,” explicaron con la seguridad de gente viajada. “Y es sorprendente que ocurra en Argentina.”
Parte de la sorpresa es que estos amigos –o al menos el holandés– eran los únicos, junto a un barman del pub, nacido y criado en Galway, que tenían alguna idea del origen de la fiesta. La calle Reconquista estaba cubierta de festejantes desde la cortada Rojas hasta prácticamente Tucumán, seis sólidas cuadras con desvíos subiendo por Alvear, una humanidad inocente de toda información. Una encuesta informal permitió averiguar que nadie era descendiente de irlandeses, nadie tenía el menor interés en enterarse de quién fue el tal Patricio y que las prioridades eran el alto precio de la entrada a los bares –30 pesos– y escuchar algo en el celular para encontrarse con los amigos. Un sólido porcentaje de los presentes venían directo del trabajo, pero una gran cantidad había “pasado por casa” para cambiarse. Es que, como explicó con franqueza Martín, veinteañero y todavía de traje, “esta es noche de levante”. Las chicas navegaban entre piropos, en grupos de tres o cuatro y aceptando que una fiesta en la calle permite ciertas licencias.
Los muy jóvenes participantes de la fiesta tomaron por asalto los kioscos del lugar y se bebieron un supermercado cercano, por lo que las latas y las botellas eran tan comunes como los teléfonos. Pese a los anuncios del gobierno porteño, no se veía el menor intento de siquiera controlar “el consumo de alcohol en la vía pública”, tarea francamente imposible. La presencia oficial se limitaba a algunos policías que cortaron el tránsito desde las seis de la tarde hasta las tres de la mañana.
Como esto es Argentina, no se veían las escenas que sí se ven en una fiesta así en, por ejemplo, Nueva York –donde algunos pubs abundan en puñetazos apenas pasado el mediodía–. Un joven de traje y con pinta de publicitario bebía subido a los hombros de un amigo musculoso, brindando con todos y todas. Una barrita arrancó con un “el que no salta es un inglés” que nadie entendió y murió enseguida. Sobre una pared, un láser proyectaba el slogan de la Guinness para la fiesta, “Pensá en verde”, que nadie entendía tampoco. Justamente, resultaba llamativa la falta de tréboles, ropa o maquillajes verdes, color oficial de Irlanda que siempre domina el día de San Patricio. Alguno que otro la había pegado medio por casualidad, como el que apareció con una camiseta de fútbol africana de verde brillante.
Pero no importa, porque la noche aquí en Buenos Aires era para otra cosa.