SOCIEDAD › FRANCESCO TONUCCI, PEDAGOGO ITALIANO

“Los niños están pagando el desarrollo
de sus padres”

“Ante la inseguridad, es preferible ocupar el espacio público que gastar en defensa, es más efectivo y más barato”, dice Tonucci. En diálogo con Página/12, cuenta cómo implementa en Roma su proyecto para que los niños vayan solos a la escuela a partir de los seis años.

 Por Eduardo Videla

“Perdonen las molestias, estamos jugando para ustedes”, dice el cartel en la calle, y en lugar de obreros hay tres niños que juegan a la pelota en el asfalto. La viñeta, parte de la serie que expuso hasta el sábado Francesco Tonucci en el Centro Cultural Recoleta, sintetiza mejor que nada su propuesta: los niños nos pueden ayudar a construir una ciudad mejor. En una entrevista con Página/12, el creador de la propuesta “Ciudad de los niños” explicó cómo implementa en Roma su iniciativa “A la escuela vamos solos”, cuyo objetivo, dice, es restituirles a los niños “pequeñas experiencias de autonomía” en las que estén, por un momento, fuera del control de los adultos. Y asegura que la mejor estrategia contra la inseguridad urbana es la presencia de la gente en el espacio público. “La defensa cuesta muchísimo. En cambio, la participación no cuesta nada”, afirmó.
–¿Cómo es esta propuesta de que los chicos vayan solos a la escuela?
–Esta experiencia empezó en 1994 en ciudades pequeñas. Hoy, en promedio, un 12 por ciento de los niños, en Italia, van solos a la escuela, pero en algunos lugares supera el 50 o 60 por ciento. El año pasado empezamos en Roma y tuvimos una experiencia inédita: en un segundo grado, niños de 7 u 8 años, el 80 por ciento de la clase, 17 chicos sobre 21, iban a la escuela solos. La razón del éxito se puede atribuir a que tenían una maestra que se había enamorado de esta experiencia. Es muy importante que la escuela se comprometa con el proyecto, porque tiene un poder muy fuerte respecto de las familias. Si la escuela dice: yo quiero hacer esta experiencia porque la necesitan los niños pero la necesitamos nosotros como escuela...
–¿Por qué necesitaría la escuela que los chicos vayan a clase solos?
–Primero, porque una buena escuela necesita alumnos que lleven a clase material propio, empieza el trabajo educativo a partir de las ideas y los conocimientos que los niños poseen. El tema es que los niños hoy no llevan a la escuela nada, no viven experiencias propias. Porque todo lo que viven lo viven frente a adultos. Lo que les gusta contar a los niños es lo que ocurrió cuando su mamá no está, cuando descubrieron algo a escondidas, cuando corrieron un pequeño riesgo y lo superaron. Muchos padres y maestros me dicen: los niños de hoy no cuentan nada. Es porque viven siempre frente a nosotros. Por eso, restituirles pequeñas experiencias de autonomía puede garantizar un material de trabajo para la escuela. Además, esta experiencia de recorrer cada día el barrio puede ser una buena experiencia de educación ambiental.
–¿Qué efectos se pueden ver en los chicos?
–Aprenden a moverse caminando, a administrar el tiempo y el espacio con responsabilidad y con una actitud de defensa de sus derechos. Por eso, los niños de Roma les hacen actas de multas a los automovilistas que estacionan en las sendas peatonales, para reivindicar su derecho de peatones. Por otra parte, muchos directores de escuelas donde se hace esta experiencia cuentan que los niños que van solos son los más puntuales. ¿Por qué? Porque asumen la responsabilidad de ir a la escuela, mientras que cuando los acompaña su mamá, si llegan tarde la culpa es de ella.
–¿Qué dicen los padres?
–Los papás tienen miedo, y cuando la gente tiene miedo hay que respetarla. La prioridad es que los adultos se den cuenta de que los niños necesitan autonomía. Lo segundo es empezar con la escuela y con los niños una tarea que demanda dos meses y medio de trabajo. Los niños estudian los recorridos, los ilustran, los describen, después se hace un mapa grande para ver los flujos y se ponen puntos de encuentro, donde los niños se dan una cita. Entonces aconsejamos a los padres acompañar a sus hijos no a la escuela sino al punto de encuentro. Y después los niños van marcando lo que para ellos y para sus padres son los peligros de la calle, los puntos críticos. Luego la escuela arma salidas para inspeccionar los recorridos, con los maestros y algunos padres. Y juntos van buscando las soluciones alos peligros. Por último, se prepara un listado que llevan al intendente para que haga mejoras al recorrido. Y se evalúa si están en condiciones de empezar: si los padres dicen no, no se sale, no es obligatorio. Normalmente los chicos empujan mucho y como en Italia no hay grandes problemas sociales, los chicos no son robados en la calle, los padres se dan cuenta de que esto es posible.
–¿Qué evaluación hace de la aplicación de este modelo en ciudades como Buenos Aires?
–Los senderos seguros que se aplican en Almirante Brown desde 2001 y en la ciudad de Buenos Aires (desde 2003) lograron, según las autoridades, bajar el delito en esas zonas. Esto es muy importante, porque se creó seguridad a través de la presencia y no de la defensa, con más policías o cámaras de video. Estados Unidos es un ejemplo de que invertir en defensa no crea seguridad: hay 8 millones de personas trabajando en la defensa, los ciudadanos están armados, y en 2001, cuando murieron 3000 personas en las torres, en todo el país murieron 30 mil personas por uso de armas. Por eso, si podemos demostrar que en el Gran Buenos Aires tenemos un descenso de criminalidad a partir de que los niños se mueven solos, esto es sumamente importante. Por otro lado, la defensa cuesta muchísimo. En cambio, la participación no cuesta nada.
–¿Qué factores hacen que los chicos reemplacen el juego en la plaza, en el espacio público, por la PC y el televisor?
–Es algo que no eligieron ellos, les tocó. Cambió muchísimo la vida de los niños, pero por suerte no cambiaron sus necesidades. Por lo cual, los niños sufren por esto. Se den cuenta o no, sufren pagando un costo muy alto: ellos están pagando el desarrollo de sus padres. Hoy los niños pueden conocer el mundo, pero no pueden cruzar solos la calle que está frente a su casa, y esto es muy grave.
–Esto no quiere decir que el padre no pueda jugar con su hijo.
–Exactamente. Nosotros tenemos que jugar con nuestros hijos con la condición de que sea placentero para ambos. Pero no puede ser el único juego de los niños. Ellos necesitan jugar con sus pares y hacerlo en una condición de libertad suficiente para que puedan vivir la aventura, el descubrimiento, la sorpresa, el encuentro de un obstáculo, un riesgo, todas cosas que la presencia de un adulto cohíbe. Por lo cual, la única posibilidad para un niño es que nosotros no estemos presentes. La diferencia básica entre los niños de antes y los de hoy no es que antes eran afortunados, que los padres eran mejores, al contrario. La diferencia fundamental es que antes, con frecuencia, los padres no estaban y hoy los adultos están siempre presentes.
–¿A qué atribuye ese cambio de actitud de los adultos?
–La razón es una paradoja. Antes los niños no se tenían en cuenta. No se conocía lo que decían Freud o Piaget. El niño era un animalito simpático y querido, pero lo importante era que pasara esa temporada de la infancia, que no valía nada, y llegara el momento de la adolescencia, la juventud, para ser como nosotros. En cambio, hoy hay mucha información sobre el tema de que los niños son importantes. Y por eso, no tienen que perder tiempo. Y como tenemos recursos económicos, podemos regalarles lo que nosotros no hemos podido hacer: “Yo soñaba ser un campeón de fútbol, entonces mi hijo va a ir a la escuela de fútbol”. No va a jugar a la pelota, va a estudiar fútbol. “Yo no he podido tocar el piano, bueno, le tocará a mi hijo.” Y con eso estamos haciendo desastres: mientras nosotros seguimos jugando a la pelota todas las veces que podemos, hay niños que no pueden ver el balón porque están hartos del instructor; hay niños que no tocarán nunca un instrumento musical. Con esto, el tiempo libre de los niños ha desaparecido. Estoy convencido de que cuando nosotros vivíamos la experiencia fuera del control de los adultos, era el momento en que nos desarrollábamos más.
–¿Qué consecuencias puede ocasionar el excesivo control de los adultos?
–El niño puede ir acumulando deseos de riesgo que pueden explotar todos juntos el día que tenga por primera vez la llave de casa. Se dice: los jóvenes de hoy no tienen reglas, no tienen valores. Claro, si han vivido siempre con sus padres al lado, por qué debían desarrollar reglas.
–Desde que usted formuló su propuesta, ¿las ciudades se han hecho más amigas de los niños?
–Creo que una ciudad nunca será una ciudad de los niños, pero es muy importante ponerse en ese camino. Vale lo que decía Eduardo Galeano sobre las utopías: cuanto más me acerco, más se aleja. Hago un paso, se aleja un paso. ¿Para qué sirve? Pues para caminar. Los administradores de las ciudades donde trabajamos dedican a los niños mucho más interés y tiempo de lo que dedicaban antes. Estas ciudades han modificado las prioridades. Hoy no es novedoso hablar de los derechos de los más débiles. Pero muchas veces quedan abajo, porque la urgencia es de los ciudadanos más poderosos. Para los chicos, la ciudad ha perdido el sentido del espacio público. Los adultos hemos conseguido pensar ciudades sin mucha gente, sin viejos, sin minusválidos, sin niños. No encontramos a esta gente en la calle. Nunca he visto una persona en silla de ruedas en Buenos Aires: o tienen la suerte de no tenerlos, o los tienen encerrados en casa. En cambio, los niños necesitan nuestra presencia, la desean. Lo que no les gusta a los niños es tener un espacio separado, como la plaza, y menos si tiene rejas.
–¿Por qué no les gustaría una plaza?
–La plaza no es para los niños sino para los adultos que no saben a dónde llevarlos. Hoy pasé por una plaza, en Buenos Aires, donde hay una colina con un árbol y ramas bajas: ésa es una plaza para niños. Pero el espacio para niños era plano y estaba en un rincón. Es impresionante que un adulto piense que a los niños les gusta lo plano y no la colina y el árbol, donde pueden trepar. Parece que no han sido niños.
–Si no les gusta la plaza, ¿qué espacio les gusta?
–Les gusta un espacio donde se puedan encontrar todos, incluso los adultos. Una de las actividades más importantes para un niño es molestar a un adulto, espiar a una pareja, siempre ha sido así. ¿Para qué ponemos a los niños en una plaza? Para que nosotros podamos seguir sin culpa aprovechando toda la ciudad como queremos. Es que los niños en el medio de la calle crean problemas. Ese es su papel.

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