Sábado, 17 de junio de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Mario Wainfeld
Un Mundial es una variante de Las mil y una noches, un relato que engarza varios relatos. Su encanto crece porque el argumento se devela a medida que se va escribiendo, como una novela en entregas. La fantástica jornada que nos regaló Scherezada ayer será resignificada más adelante, bajo el prisma del resultado final. Pero ninguna relectura negará que la Selección jugó uno de los más hermosos partidos de toda su historia visible por TV, esto es de 1966 para acá. Una goleada sólo emparejada por la sospechada clasificación contra Perú en 1978 y un rendimiento difícil de empardar. Forzando la memoria, cabe remitirse al partido contra Grecia en Estados Unidos en el que incluso hubo un gol de Maradona pariente de la joya que ayer concretó Cuchu Cambiasso, una sucesión de toques veloces en los que la pelota parecía una bolita de flipper. Claro que esa vez la tocaron Maradona y Batistuta, dos cracks. Ahora, la pared en el área con taco incluido (¡!) corrió por cuenta de Crespo y Cambiasso, dos laburantes a los que el smoking les chinga de sisa.
Otro partido fenomenal, aunque más parejo, fue la semifinal ganada a Bélgica en México ’86, un compromiso eliminatorio más exigente que el de ayer.
El cuento de Gelsenkirchen fue una fábula con varias moralejas edificantes, que da miedo señalar pues otra historia, en otra cancha, puede desmerecerla con retroactividad. Una de ellas fue la convalidación de José Pekerman, quien viene ganando la dura batalla cultural y mediática que afrontan todos los técnicos de la Selección. Es imposible complacer a la opinión pública puesto a elegir 23 jugadores pero Pekerman fue, con peculiar muñeca, llegando con calma a esa instancia crucial. El hombre es mucho menos verborrágico que los conspicuos César Menotti, Carlos Bilardo y Marcelo Bielsa. Es ostensiblemente menos ideológico y también parece ser (visto a través de los sospechosos ojos de este cronista que está extasiado hasta el miércoles, como mínimo) más humilde. A su manera, hierática y agradable, el primo de Gregory Peck va ganando controversias y partidos.
Ya tuvo pocos reproches por su lista final, que fueron magnificados por necesidades discursivas mediáticas, siendo que versaban sobre tres suplentes. La moraleja de los primeros dos partidos es la sabiduría de sus decisiones más controvertidas por la cátedra y la tribuna. Javier Saviola, que sólo figuraba en su magín, fue el mejor en los dos encuentros. Maxi Rodríguez, otro de sus actores-fetiche, arrancó flojo con Côte d’Ivoire, pero ayer demostró ser un volante muy dinámico, con llegada al área y un espíritu sacrificial formidable. El tercer gol que, burla burlando, plasmaron entre ambos fue una joya de creatividad, esfuerzo y sentido de equipo.
El relevo de Cambiasso por Lucho González pintaba para ser un acierto y terminó siéndolo el forzado retorno de Cuchu, en otra función y con mejor rinde que el partido anterior. Dosificar la presencia carismática de Tevez y Messi les hizo bien a todos, siendo que fueron sus compañeros quienes maceraron a los contrarios para que los elegidos pudieran lucirse, anotar y quedar mejor dispuestos para jugar cuándo y cómo se les propone. Los cambios producidos durante el partido fueron sensatos sin ser mezquinos. Demostraron una buena lectura del juego y traslucieron avidez por la goleada que estimula al plantel y a la comunidad organizada.
Tras el mejor relato que princesa alguna puede urdir, sólo la gula puede inducir a pensar qué vendrá ahora. Allá vamos. Cabe imaginar que, para el próximo partido, deberá mirar a la defensa hasta ahora un dechado de concentración, tenacidad y profesionalidad. Sobre todo, por el lado de Burdisso que podría estar en aprietos de cara al holandés Robben, uno de los jugadores más hábiles, más obsesionados con el arco contrario y más morfones de este Mundial y seguramente de la historia de la Comunidad Europea.
El equipo balcánico, como Paraguay, fue un cuco para los grandes en las Eliminatorias y un tigre de papel en Alemania. La supuesta imbatibilidad de su valla desde antes del fallecimiento del mariscal Tito resultó un mito urbano, un embeleco urdido en Belgrado. Con esa prevención y con el karma que nos aqueja la prudencia es una sabiduría costumbrista. Que prime la templanza, pues, aunque cueste tras la borrachera.
Transcurrida apenas la segunda noche de las siete necesarias, nadie puede dar por salvada a la princesa, cuya cabeza puede rodar por un solo cuento latoso o imperfecto. Pero la dama se viene mostrando como un lindo prospecto para evitar que el alfanje le rebane la testa, para llegar al casorio, para perdurar en la memoria colectiva y para comer perdices durante toda la eternidad. Ese final feliz, todavía muy acechado por peligros internacionales, de paso serviría para bajar el precio de la carne vacuna por merma de la demanda, un aporte considerable a la paz social. También lo es empezar un fin de semana largo, con el triunfo deportivo sellado desde el viernes.
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