Sábado, 16 de septiembre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › DESFILE EN PROTESTA POR LA EXPLOTACION EN LA INDUSTRIA TEXTIL
Mediante una parodia con actores que hacían de modelos en plena calle, la asociación La Alameda denunció ante la Legislatura porteña a las grandes marcas que se benefician con el trabajo en talleres textiles clandestinos.
“¡En cinco minutos se larga el desfile!”, gritó él, haciendo de ella con peluca, lentes para el sol, una blusa turquesa, un pañuelo fucsia en el cuello y unos pantalones a cuadros que no paraba de agitar mientras la música inundaba la cuadra peatonal de Perú entre Hipólito Yrigoyen y Avenida de Mayo. Alrededor de la alfombra roja que hacía de pasarela empezaban a juntarse los curiosos desinformados y los que sabían por qué habían ido. Los y las modelos se sacudían al ritmo pop. Y en el comienzo de la pasarela, debajo de uno de los parlantes, una costurera boliviana no paraba de hacer rodar su máquina de coser. Era la imagen de lo que se buscaba denunciar: el trabajo esclavo en talleres textiles clandestinos que confeccionan para las grandes marcas. Más tarde, la costurera pasó de la máquina al micrófono para lanzar la convocatoria: “Invito a todos a que se unan al movimiento contra el trabajo esclavo”, exclamó.
Cuando pasaron los cinco minutos de la promesa inicial, el presentador dejó de bailar con su compañero del micrófono. “Bienvenidos al desfile del trabajo esclavo 2006. Con la presentación de la temporada primavera-verano neoliberal”, anunció. La alfombra, que rodeada de sillas cubría el empedrado, iba a recibir a los modelos. Ya algunos miraban desde los balcones. Antes de la primera pasada se leyó la lista de anunciantes a los que “el país les importa un corno”. Entre ellos figuraba la Dirección de Migraciones y el SED (Servicio de Esclavos a Domicilio). Después se entregó el premio al Esclavo del Mes a Noemí, la costurera, a la que tuvieron que arrancar de la máquina para entregarle el diploma.
La primera colección fue la de Kosiuko, que “es fabricada en talleres clandestinos a 0,50 peso por pantalón”. Siguió Pamela, “razando el suelo, con ropa hecha en un taller de Tilcara 2143, donde los inspectores de la ciudad de Buenos Aires dicen que hay una casa de familia, ¡créanles!”. Pedro, “el modelo surfista, el domador de olas”, mostró la ropa de Rash y un pelilargo y barbudo, la de Montagne. Todos ellos pertenecientes al Grupo de Teatro Popular Brazo Largo que participaron de la protesta organizada por la cooperativa La Alameda y la Unión de Trabajadores Costureros.
Casi sin que se detuvieran los aplausos arengados por el presentador, siguieron las colecciones de Portsaid, 45 Minutos, Cueros Crayon, Top Fashion, Olga Naum y Lacar. Luego del desfile, esta última empresa emitió un comunicado para asegurar que “no tiene ninguna relación con talleres que no cumplen con las normas legales y, mucho menos, con aquellos que tienen a sus trabajadores en situación de explotación”.
Como en todos los desfiles, uno de los espacios finales estuvo destinado a Mimo & CO, “para los más chiquitos”. Y el cierre lo hizo una modelo desilusionada por la ropa y por la indiferencia que recibía en su trabajo. “¿Y la dieta? Como nada y cuando como tiene gusto a nada. ¡Soy una top!”, interpelaba al público. Una ovación despidió a la protesta.
Entre quienes golpeaban sus palmas se encontraba Mario Ganora, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. “Hay que poner blanco sobre negro la situación de los trabajadores. Hay una conspiración entre los talleres y el gobierno para mantener la esclavitud”, denunció.
“Hay cincuenta marcas denunciadas penalmente y la Justicia federal todavía no empezó a trabajar. También hay proyectos empantanados en la Legislatura”, uno de ellos para expropiar las máquinas de los talleres clausuradas y devolverlas a los trabajadores para la formación de cooperativas”, reclamó Gustavo Vera, de La Alameda, que estaba lanzando su periódico 8 hs punto.
Sonia, con su sombrero rojo, llevaba varios ejemplares para vender entre los transeúntes. Ella llegó desde Potosí y pasó más de dos meses encerrada con su hijo, Hugo, viviendo y cosiendo en un pequeño cuarto. “A mi hijo, el patrón no le daba de comer porque decía que como no era trabajador no tenía derecho a la comida. Y una vez le pegó porque Hugo quería mirar la tele. Eso no se olvida”, dijo, y de su ojo se soltaba una lágrima.
Informe: Lucas Livchits.
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