Sábado, 11 de agosto de 2007 | Hoy
El show, en el Instituto San Martín, formó parte de un programa de la Secretaría de Cultura para chicos privados de su libertad, con motivo del Día del Niño. Hubo algo de rock y mucha cumbia.
Sentados en el piso, a cinco metros del escenario, los chicos miraban al cantante, en el momento de la presentación. Pero más se miraban entre ellos, como esperando la reacción del otro para ver qué hacer. Entonces, Mariano “Met” Takara puso en funcionamiento a la banda que lidera, Los Parraleños, y el comedor del Instituto de Menores San Martín se llenó como nunca antes de música. Tras observar de refilón a sus compañeros de encierro, uno de los cuarenta y seis pibes allí reunidos se animó y empezó a acompañar con las palmas. Inmediatamente, el resto lo imitó y todos se empezaron a soltar. Las ansias de libertad empezaban a ganarle a la vergüenza.
La situación se dio el jueves, en una suerte de festejo anticipado del Día del Niño: la performance de Los Parraleños en el San Martín formó parte del programa Mes de los Chicos, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Se trata de una iniciativa que tiene como objetivo acercar espectáculos a pibes que de otro modo no podrían acceder a ellos. Es el caso de los internos del San Martín, que aloja a chicos “en conflicto con la ley penal”, pero también por causas sociales, encerrados por orden de la Justicia.
Algunos minutos después de la apertura, los integrantes de la banda (todos descendientes de japoneses, excepto el baterista) desplegaban su repertorio de rock, pero no lograban que los chicos se soltaran. Si bien los de la primera fila seguían aplaudiendo, el resto miraba, más pasivo. La música no les había sacado del todo la inhibición tal vez por el mismo encierro, tal vez por el miedo a las burlas de sus pares.
En ese momento, Los Parraleños sacaron el as de la manga. “¿Les gusta la cumbia?”, preguntó Takara al reducido público, mientras uno de los guitarristas tocaba un acorde típico de ese género. Fue una explosión. Algunos gritaron un sí con tono de desahogo. Otros empezaron a aplaudir. Y alguno se paró. Ahí empezó la verdadera fiesta, porque los ritmos eran más conocidos y porque sonaban a épocas de libertad. “Me re gustó. Estas cosas a nosotros nos sirven, porque nos hacen olvidar por un rato el encierro, nos despejan un poco la mente”, comentó Juan Carlos apenas terminó el espectáculo.
Con los gruesos barrotes de sus ventanas, estén ellas a la altura que sea, el San Martín vibraba como nunca. Claro, es un instituto de régimen cerrado que aloja a varones de entre 13 y 15 años en conflicto con la ley, pero que por su edad son inimputables. Hasta ahí, la descripción jurídica. Pero eso no alcanza para definir la realidad de quienes allí viven: muchos de ellos están en ese lugar por ser pobres, vivir en situación de calle o carecer de padres o tutores.
Este instituto no está pensado para largas permanencias, sino para albergar a los chicos entre el momento en el que son demorados y el de la decisión final de la Justicia sobre el lugar donde deben permanecer. Por eso, el tiempo promedio de estadía es de dos meses. Parece poco, pero para ellos es una eternidad. Gastón, otro de los jóvenes, lo graficó: “Estoy hace tres semanas acá, pero no sé hasta cuándo. Esperemos que yo y todos los pibes podamos salir pronto”. Mientras hablaba, controlaba con atención que el cronista anotara todo lo que decía. “¿Cuándo sale en el diario?”, preguntaría después.
Los Parraleños, el grupo que superó el desafío de la pasividad de este público, se formó a mediados de los ’90 con un estilo burlesco, divertido, que se condice con la música que interpretan: una movida mezcla de cumbia, rock, reggae y grunge, que ellos llaman Kumbia Samuray. Takara, el cantante, resaltó lo diferente de esta experiencia en un instituto de menores. “Tocar acá es diferente a hacerlo en cualquier otro lugar, ya desde el entrar y ver rejas. Pero es muy lindo sacar a los pibes por un rato de la maquinación continua del ‘cuándo salgo’”, sostuvo, en diálogo con Página/12. Antes, Leo –uno de los internos– había confirmado el éxito de la misión al afirmar: “La pasamos muy bien, nos dieron un rato distinto. Me gustó porque además a esta banda la había visto en la tele y cuando llegó acá la reconocí al toque”.
Sobre el final del show, algo antes de los bises, la mayor parte de los chicos ya había logrado olvidar por un momento el contexto que los rodea. A tal punto que unos cuantos se animaron a bailar agarrados con las mujeres que trabajan en el lugar o con alguna de las visitas que se habían quedado a disfrutar el show. Definitivamente, la tarde se había pasado más rápido de lo acostumbrado.
Informe: Eugenio Martínez Ruhl.
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