SOCIEDAD › OPINION

Namuncurá llega a los altares de la Iglesia de Ratzinger

 Por Ruben Dri *

Después de la pausa en el proceso de beatificaciones y canonizaciones que significó el período de Juan XXIII, Paulo VI y el Concilio Vaticano II, con Juan Pablo II el proceso tomó una aceleración supersónica. Hay algo que agradecerle al Papa polaco al respecto. Dejó completamente en claro que las beatificaciones y canonizaciones son actos de política eclesiástica. El acontecimiento que muestra esto con absoluta claridad es el proceso mediante el cual llega a los altares José María Escrivá, fundador del Opus Dei.

En el proceso no se respetaron los tiempos estipulados por la misma Iglesia y, lo que es verdaderamente grave, no se escuchó a quienes lo conocían y tenían sobre el candidato serias y fundadas objeciones. En la política eclesial de Juan Pablo II, el Opus Dei jugó un papel fundamental, tanto que lo hizo “prelatura personal”, es decir, ligado directamente al Papa, liberándolo de toda autoridad.

Pero, ¿qué pasa con la inminente beatificación de Ceferino Namuncurá? Llama la atención que del día a la noche se anuncie tal acontecimiento y se realice con premura. Llama la atención, porque es sabido que los esfuerzos que por décadas ha hecho la congregación salesiana en la Argentina para lograrlo hasta el momento no habían dado resultado. Se tejían diversas hipótesis sobre los motivos que hacían prácticamente imposible la superación de las trabas. Y de repente éstas saltaron por el aire. ¿Qué pasó?

Sucedió que en Vaticano está Benedicto XVI, quien sostiene que el Concilio Vaticano II debilitó a la Iglesia, le hizo perder poder y, en consecuencia, es tarea urgente cerrar lo que dicho concilio abrió. Ello implica recuperar a la Iglesia desde sus raíces. Pero éstas no se encontrarían en las primeras comunidades, sino en los siglos IV y V, en los que se estructura el poder político y religioso que caracteriza a Occidente.

El Concilio Vaticano II, según Benedicto XVI, vació a la Iglesia de contenido al acceder al “aggiornamiento”, es decir, a los reclamos del mundo moderno. En lugar de pararse frente a ese mundo y proporcionarle su mensaje fuerte, exigente, dogmático, sin concesiones, cedió, trató de “adaptarse”. Ello hizo que perdiese credibilidad. El secularismo, el relativismo, el escepticismo ocuparon el espacio en el que antes dominaba “la verdad” que la Iglesia transmitía sin ningún complejo de inferioridad.

La atracción que antes tenía la Iglesia, doble atracción, porque era poderosa material y espiritualmente, política y religiosamente, ahora ha pasado a otras manos, a otros centros. Ellos son el Islam, el budismo y las religiones de los pueblos originarios de América. Leamos: “El renacimiento del Islam no sólo está vinculado a la nueva riqueza material de los países islámicos, sino que está alimentado por la conciencia de que el Islam puede ofrecer un fundamento espiritual sólido para la vida de los pueblos que la vieja Europa parece haber perdido, lo que hace que a pesar de mantener su poder político y económico, se vea condenada cada vez más al retroceso y a la decadencia”.

El Islam aparece en primera línea entre los contrincantes a vencer. La Iglesia no puede ser menos intransigente que el Islam en mantener su doctrina y condenar a todos los “herejes”, si quiere ofrecer ese “fundamento espiritual sólido” que hoy es una prerrogativa de los musulmanes. Pero en el horizonte de la Iglesia que refunda Ratzinger aparece otro competidor, “el budismo”, expresión de “las grandes tradiciones religiosas de Asia”.

Nos falta el tercer contrincante, la religión de los pueblos originarios. Descubre Ratzinger que “ha sonado la hora de los sistemas de valores de otros mundos; de la América precolombina, del Islam, de la mística asiática”, mientras Europa se encuentra en decadencia. ¿Qué hacer con este tercer contrincante? Allí es donde aparece Ceferino Namuncurá. Se trata de un mapuche, un verdadero miembro de uno de los pueblos de América que se convirtió al cristianismo e inició los estudios para consagrarse como sacerdote y ayudar de esa manera a su pueblo.

Ceferino Namuncurá no es un símbolo de un solo sentido para el pueblo mapuche. Para unos es un “traidor” o un “colonizado” por la Iglesia Católica. Estos buscan su identidad en sus propias raíces fuera de lo adquirido a través del cristianismo. Para otros, en cambio, expresa la nueva identidad del pueblo que incorporó símbolos y valores cristianos, reinterpretándolos desde su propia experiencia.

En esta dialéctica interviene Ratzinger. La elevación de Ceferino Namuncurá a los altares es un buen instrumento en esta lucha con las religiones de los pueblos originarios. Muestra lo afirmado por el Papa en Brasil, en el sentido de que el cristianismo no se impuso por la fuerza en América, sino que los pueblos americanos lo aceptaron, al recibirlo de los misioneros.

Frente al reclamo de los mapuches de haber sido expoliados de sus tierras por quienes se legitimaban con la Biblia, el actor que era Wojtyla respondió endosando las vestiduras mapuches y exclamando: “Ahora también el Papa es un mapuche”. Ratzinger, en cambio, responde elevando a un mapuche a los altares.

* Filósofo y teólogo. Profesor de la UBA.

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