Sábado, 10 de noviembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán
El fracaso de la diplomacia y de la política para resolver el litigio bilateral argentino-uruguayo, aunque previsible, sorprendió por la oportunidad y el modo del desenlace. Entre evocaciones a la fraternidad rioplatense y compromisos con el diálogo como método de relación, los presidentes Kirchner y Vázquez quedaron atrapados en sus respectivos esquemas de poder doméstico, más fuertes que cualquier otra consideración. El argentino no se privó el jueves de ir al encuentro de la delegación de Gualeguaychú que viajó a Chile, sede de la Cumbre Iberoamericana, para reiterar su repudio a la presencia de la pastera Botnia, a fin de asegurarles que la lucha de los entrerrianos seguía compartida por la Casa Rosada, pese a las advertencias de Vázquez de que ningún tipo de acuerdo sería posible con las rutas interrumpidas. El uruguayo, por su lado, mientras hablaba ese mismo día de hermandades históricas y abrazaba al matrimonio presidencial, tenía lista bajo el poncho la autorización para que Botnia comience a operar desde ayer, viernes, a las seis de la mañana. En mitad del río quedaron desairados el “facilitador” español del diálogo y su soberano, el rey Juan Carlos, que había pedido al Uruguay que demorara la autorización hasta después de la Cumbre. A partir de ahora, sólo queda esperar el veredicto del Tribunal de La Haya, en tanto de uno y otro lado se ensayarán explicaciones diversas para un final comprensible pero injustificable.
El posible fracaso de las negociaciones quedó en evidencia desde marzo del año pasado cuando, también en Santiago de Chile, Kirchner y Tabaré acordaron que las obras de las pasteras quedarían suspendidas para encontrar alternativas. La que ofrecía Argentina era la relocalización de los emprendimientos, dos por entonces, y en privado sugirió que los costos derivados del traslado podían ser compartidos o, de última, financiados desde Buenos Aires en su totalidad (los expertos estimaban la pérdida en doscientos a trescientos millones de dólares). La pastera española Ence, bajo presión de la administración Zapatero y la buena voluntad del monarca, aceptó la mudanza, pero la finlandesa Botnia rehusó considerar siquiera la proposición y siguió construyendo como si nada. El Frente Amplio (FA), en la oposición, había votado en contra del proyecto, pero perdió frente a la coalición de blancos y colorados que presentaban la iniciativa como un incentivo a las inversiones extranjeras, a la industrialización del país y a la creación de nuevos empleos. Cuando llegó al gobierno, el FA volvió a ser derrotado, sin votación ni plebiscito, por el poder de las campañas mediáticas y de sus propias debilidades. Una caricatura publicada en aquellos días mostraba a Tabaré con los pantalones caídos, dispuesto a someterse a las perversiones argentinas. Las apelaciones demagógicas al nacionalismo elemental en el contexto de una economía paralizada por los que querían doblarle la mano al gobierno de centroizquierda completaron la maniobra de la derecha asociada al capital transnacional que busca territorios empobrecidos para instalar sus empresas contaminantes.
Por su lado, el gobierno argentino equivocó el enfoque hasta que fue demasiado tarde. Trató la indignación entrerriana como si fuera una parte del movimiento piquetero, pero sin ofrecer ninguna compensación viable a los intereses turísticos y comerciales afectados en Gualeguaychú, que no eran equivalentes a los de los trabajadores desocupados del Gran Buenos Aires. Nombró a Romina Picolotti para el cuidado del medio ambiente, con un trámite semejante al que convirtió en funcionarios a varios dirigentes de piquetes, pero otra vez la lógica de esos movimientos sociales era diferente por completo. Al mismo tiempo, demandó en La Haya un veredicto sobre la interpretación de las obligaciones derivadas del tratado bilateral acerca de la vía fluvial compartida, pero nunca buscó de manera abierta y frontal una alianza con los uruguayos que comparten la preocupación ambiental de los ribereños nacionales. En rigor, nunca hizo hincapié en la contaminación posible, sino en los contenidos del Tratado del Río Uruguay. En realidad, la comunidad nacional jamás tuvo conciencia del medio ambiente, como es fácil comprobar por el estado del Riachuelo y las dificultades que tiene la Corte Suprema para obtener respuestas adecuadas a sus demandas de saneamiento a los gobiernos del país, de la Ciudad Autónoma y de la provincia de Buenos Aires. Tal vez, además, equivocó el cálculo sobre las probabilidades de entendimiento hasta el punto de comprometer al rey Juan Carlos en las gestiones del acuerdo binacional. A lo mejor tampoco comprendió cuánto ayudaba a las campañas en Montevideo contra “la prepotencia argentina” mientras demoraba, junto con Brasil, las respuestas satisfactorias que demandaban Uruguay y Paraguay sobre las asimetrías en el Mercosur. Pudo confiar, es cierto, en conductas menos ingratas, tomando en cuenta las facilidades de viaje que ofreció a los miles de uruguayos que fueron a votar en los comicios que llevaron a Tabaré a la presidencia de la República, pero los intereses coyunturales a veces pueden más que la memoria. Está abierto el debate para precisar cuánto y cómo contribuyó cada parte, pero este tango de la pastera fue bailado en pareja.
La decepción fue mayor, por razones ideológicas, para todos los que, desde ambas orillas, acompañaron con expectativas en alto la trayectoria del Frente Amplio y para los que respetaron, aun sin compartir el método, el compromiso de Tupamaros, algunos de cuyos sobrevivientes hoy forman parte del gobierno uruguayo. Para todos esos rioplatenses es duro escuchar al presidente Vázquez hablar de soberanía para explicar la inflexión ante el capital transnacional, del mismo modo en que lo hacía Menem en los años ’90 en nombre de la modernización del país, o equiparar la movilización vecinal de Gualeguaychú con el bloqueo imperial a Cuba. Las “relaciones carnales” de la administración menemista con el Consenso de Washington también eran justificadas en la globalización del capitalismo y en la “real politik” de un país más débil, ubicado en el extremo austral de Occidente. Ninguna persona sensata, desde la izquierda política, puede esperar una inmolación similar a la de Salvador Allende, pero tampoco el realismo sin magia a cualquier costo. América latina y Sudamérica en particular pasan por un momento especial, no sólo por el valor internacional de las materias primas, sino porque el Gran Hermano de Washington está empantanado en sus aventuras militares de invasión para apropiarse del petróleo ajeno, por lo cual dejó de acechar al sur del Río Grande. No hace falta mucha imaginación para percibir las dificultades que tiene un país de las dimensiones de Uruguay para aprovechar las nuevas oportunidades en favor de su gente, en especial de los menos favorecidos. En esa misma línea, sería ilusorio esperar una revolución pacífica, pero al menos un reformismo consecuente, sin pliegues vergonzantes, y si hace falta tender la mano siempre es preferible hacer negocios con Hugo Chávez antes que ir a la Casa Blanca a firmar acuerdos de garantías para inversores, dado que la experiencia ofrece sobradas evidencias de que por ese camino ninguna nación pudo progresar ni alcanzar el desarrollo sustentable que muchos anhelan.
Ojalá que este razonamiento sea desmentido porque se hacen realidad los miles de nuevos empleos, aunque sea a costa de secar la fertilidad del suelo y ensuciar los ríos, pero el auténtico realismo parece indicar lo contrario.
No fue ésta la mejor oportunidad que pudo imaginar Kirchner para despedir su mandato frente a sus colegas de Iberoamérica, pero la convivencia en pluralidad tiene estos costados desagradables. En cualquier caso, los Kirchner siguen viviendo las alegrías de una transición voluntaria y planificada. El coloquio de IDEA, que reúne a la flor y nata del empresariado que supo aplaudir la modernidad menemista, transmitió el mensaje de darle tiempo al gobierno de Cristina para demostrar hacia qué lado se recuesta. En otra punta de la sociedad, el matrimonio llegó a tiempo para inaugurar el Parque de la Memoria, donde quedó grabado en piedra el compromiso con las víctimas del terrorismo de Estado. Esa línea en zig-zag avanza hacia el futuro inmediato, dejando en cada vaivén esperanzas y desengaños, en una época donde las líneas rectas han dejado de ser la forma más directa de unir dos puntos.
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