Martes, 22 de enero de 2008 | Hoy
Son marplatenses que en verano se mudan al garaje o a un altillo y rentan a turistas toda su comodidad: desde la vajilla hasta los electrodomésticos. Un ingreso extra para aliviar las cuentas del año.
Por Eugenio Martínez Ruhl
desde Mar del Plata
“Dueño alquila”, dice el cartel, en letra prolija, pero notoriamente trazada a mano. El chalet, de tres pisos, está impecable y se diferencia del resto de las propiedades que en la zona buscan inquilinos por quincena porque posee el aire de los pocos lugares que aquí tienen vida todo el año, no sólo en la temporada. Es una de las viviendas de Mar del Plata que integran un fenómeno en crecimiento: el de los pobladores locales que en el verano rentan a los turistas la casa que ellos habitan en otoño, invierno y primavera, con la ventaja para el cliente de que los muebles, la vajilla y todos los artículos de uso diario están incluidos, porque son parte de la vida cotidiana del propietario.
En la calle corre ese viento salino que denota la cercanía del mar. Es el barrio Faro Norte, a varias decenas de cuadras del centro marplatense. En la zona hay unas cuantas viviendas cuyos habitantes regulares ya se mudaron para poner en práctica esta modalidad. En general tienen, dentro de la misma propiedad, un garaje acondicionado o algún altillo espacioso que les sirve de hogar mientras la casa es ocupada por los veraneantes. Otra alternativa es instalarse en lo de algún familiar. Según los dueños, el sistema les deja “un ingreso extra” que hace más cómodas las cuentas para el año que comienza.
El timbre suena al contacto y momentos después aparece Amelia en la puerta del chalet ubicado en la calle Guernica, a una cuadra y media del mar. Con parsimonia, la señora –de algo más de 60 años– cuenta: “Generalmente alquilo mi casa sólo durante enero y febrero”. En esos meses vive “en el tercer piso, que es como un pequeño departamento”. “Yo les dejo mi vivienda totalmente equipada, como para que no tengan que preocuparse por nada. Es más: creo que a veces dejo de sobra, pero nunca nadie se quejó”, asegura.
Desde los colchones y las sábanas y frazadas hasta los artículos de baño y lavadero, pasando por los electrodomésticos y hasta los cubiertos, estas casas incluyen todo. Así le evitan al turista el traslado de casi todo lo que se suele llevar cuando se sale de vacaciones. Las valijas, entonces, se pueden limitar a cargar la ropa personal de cada uno.
Pero, ¿cómo se siente eso de saber que los artículos domésticos serán utilizados por desconocidos durante toda una temporada? Amelia parece resumir con su opinión la respuesta general a esa pregunta: “No me molesta para nada. Es como si recibieras visitas que se quedan a comer y usan tus cubiertos. No hay problema”.
Antes de despedir al cronista, la señora resalta que a los inquilinos no se les cobra aparte “ninguno de los servicios” de la casa, como la luz, el gas y el agua. Aunque, lejos de las estrategias del marketing moderno, la señora sabe cómo promocionar lo que ofrece.
Los teléfonos a los que hay que llamar para averiguar por el alquiler –según rezan los carteles colocados en estas propiedades– marcan otro detalle distintivo: son números locales, sin el 011 típico de los contactos para las viviendas cuyos propietarios viven en Buenos Aires. En algunos casos, en estas casas “habitadas los doce meses”, ni siquiera hay un número, sino que se indica “preguntar aquí” con una flecha que apunta directamente a la puerta de entrada.
“Para la gente de acá representa un extra interesante de dinero, por eso la modalidad se está generalizando. Normalmente el trato para el alquiler es directo entre el propietario y el turista: se conversa, se charla el precio y se llega a un acuerdo, todo en la puerta de la casa”, explica Alejandro, dueño de una espaciosa vivienda alpina y veterano en esto de alquilar el hogar en la temporada.
El hombre, de profesión veterinario, es además un entusiasta de este fenómeno, aunque no desconoce los recaudos que se deben tomar para participar en él. “Hay que cuidarse con algunas cuestiones, como el teléfono; antes de que lleguen los inquilinos, se lo debe poner a funcionar con tarjeta. Y después es buena idea llevarse del lugar aquellos objetos que tienen un valor sentimental, siempre y cuando no signifiquen un servicio para el que llega”, aconseja.
El trato entre el dueño y quien pretende alquilar se cierra generalmente de palabra en este tipo de operaciones, luego del típico tira y afloje por el precio. No obstante, los propietarios más precavidos tienen un pequeño contrato de alquiler, que se compra en librerías de la ciudad, en el que dejan todas las condiciones constatadas y hacen firmar al inquilino, por más que éste se vaya a quedar sólo una quincena.
Algunas cuadras hacia el norte, y siempre con el fondo de esos reflejos del sol en el mar que el movimiento del agua multiplica por mil, está la casa de Evaristo, ubicada sobre la calle Carriego. A punto de salir a andar en su bicicleta, revela que ubicó su casa “por toda la temporada”. Se trata de una construcción tipo colonial, con un pequeño zaguán que termina en el portoncito de entrada, que es de madera. “Ya estoy acostumbrado a mudarme a la casita de atrás durante el verano, junto con el resto de la familia. Somos cuatro y lo hacemos siempre”, sostiene.
Entre quienes tienen la posibilidad de quedarse en la misma propiedad mientras la casa principal está alquilada, se da una situación particular: “Se suele generar una relación de amistad con la gente que llega, porque en definitiva está viviendo en tu casa”, describe el hombre. La cuestión empieza con algún pedido de ayuda en alguna tarea o de orientación sobre a qué playa ir. “Y casi siempre nos invitan a cenar o se organiza un asadito en conjunto”, completa Evaristo.
Sin embargo, los precios de este tipo de alquiler distan mucho de ser “de amigo”. Los costos oscilan entre 1500 y 3000 pesos la quincena, según el tamaño, la ubicación y los servicios de la casa. Pero incluyen todo lo necesario para que quien llega a disfrutar del verano sólo tenga que instalarse con su ropa personal. Además no deberá preocuparse por canillas que no funcionan o termotanques descalibrados, pues todos esos elementos son usados por los propietarios a lo largo del año.
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