Martes, 22 de enero de 2008 | Hoy
Por E. M. R.
Un tema aparte es el de la seguridad. Cualquiera puede preguntarse por la posibilidad de que los inquilinos se lleven, al final de sus vacaciones, objetos de la casa. Al parecer, la experiencia indica que esas ideas son dejadas de lado y se impone el respeto entre las partes.
Los propietarios entrevistados coinciden en que “nunca faltó nada” tras la temporada veraniega. Ariel, integrante de la familia que alquila su elegante vivienda, sostiene: “Nosotros solemos dejar todo a disposición del que llega y no tuvimos ese tipo de problemas”. En la misma línea, Alejandro, el veterinario, manifiesta que “en general no hay faltantes cuando uno vuelve a ocupar su casa” tras el paso de los visitantes.
En ese sentido, existen algunas precauciones mínimas, como el pedido de referencias verificables sobre el lugar de donde provienen los aspirantes a inquilinos. En realidad no se trata de algo muy estricto: con un par de números de teléfono a los que se pueda llamar y comprobar la veracidad de los datos personales de los turistas alcanza. De todas maneras, algunos propietarios no toman ni siquiera ese recaudo.
Otra posibilidad son los clientes fijos. “Yo tengo un cliente de Buenos Aires que viene todos los febreros desde hace 19 años. Le gusta el servicio y siempre me pide que le reserve el lugar”, comenta Amelia. Ese tipo de contacto minimiza los riesgos.
“Algunas de las personas que rentan su casa son muy desconfiadas, y entonces al que llega le dejan las cosas justas. Yo en cambio dejo todo. Qué me voy a andar preocupando por cinco pesos que puede costar un vaso, cuando el turista me va a dejar dos mil pesos de alquiler por una quincena”, resume, con practicidad, Evaristo.
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