Domingo, 25 de mayo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › STELLA MARIS GOÑI
En la Armada hay 198 oficiales mujeres. La teniente de fragata Stella Maris Goñi es una de ellas. Tiene 29 años, es abogada y en 2005 se incorporó a las FF.AA. Estaba interesada en participar en una misión de paz, de viajar y conocer otros países, dice. La convocaron para sumarse al contingente argentino en Haití el año pasado. “Eramos cuatrocientos hombres y dos mujeres: una odontóloga capitán del Ejército y yo”, cuenta a Página/12. Antes de partir tuvo un mes de adiestramiento en Puerto Belgrano como cualquier soldado. “No nací para hacer cola en tribunales todos los días para ver expedientes. Prefiero salir de patrulla con los infantes y aportarles la legalidad desde el punto de vista jurídico”, explica. Es menudita, lleva el uniforme inmaculado de la Marina –pantalón y camisa– y tiene el cabello castaño atado en una colita. Para ir al empobrecido país caribeño sus superiores le recomendaron cortarse el pelo: por el calor, el casco, la falta de duchas y los probables piojos no era aconsejable la cabellera que a ella le gustaba tener y que diariamente peinaba con planchita. “Me lo corté pero me hice los claritos. La coquetería no la iba a perder. Esta es una carrera masculina, pero una sigue siendo femenina”, comenta divertida. Goñi es soltera y proviene de una familia de militares. “Cuando llegamos a Haití, no había disponible en el campamento un baño para mujeres, así que las dos tuvimos que recurrir durante el primer mes a las instalaciones de la enfermería y compartirlo con los pacientes”, recuerda. Después les asignaron un contenedor-vivienda, que incluía baño.
–¿Tienen un rol especial las mujeres en las misiones humanitarias? –le preguntó este diario.
–Frente a una mujer o una nena golpeada o violada, una mujer tiene una sensibilidad diferente para manejar la situación. Una vez en Haití llegamos a una aldea. Yo estaba haciendo tareas humanitarias con el batallón. No sabíamos cómo acercarnos a los nativos. Había un miedo mutuo. Cuando me vieron a mí, los nenes me rodearon con curiosidad: era la primera vez que veían a una mujer blanca. Me saqué el casco y eso permitió romper el hielo y que el resto del batallón pudiera acercarse amistosamente.
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