“Dejamos de ser un concepto (...) y nos volvimos reales, tan reales como cualquiera”, dijo el presidente de la CHA, César Cigliutti, al comenzar su presentación (emotiva, política, en primera persona) ante la Comisión de Legislación General. Como en los demás casos, a un lado tenía por escolta a la senadora Negre, pero a su derecha se sentó Marcelo Suntheim, el hombre con quien contrajo matrimonio en España y cuya relación matrimonial el Estado argentino todavía no reconoció. Poco antes de esas palabras, el responsable jurídico de la CHA, Pedro Paradiso Sottile, había argumentado jurídica y éticamente por qué “el derecho a casarse es decidir libremente con quién casarse”, pero también había leído cartas de su madre, su padre, su suegro –que pedía la ampliación del matrimonio desde su “propia conciencia de hombre creyente en Cristo”–, sus hermanas y su cuñada. En ese tono confesional y de demostración de que lo personal es político, Cigliutti explicó cómo había resignado su posible paternidad porque, al no reconocer a su pareja como padre de la criatura, la ley habría desprotegido a quien podía haber sido su hijo o hija. “A mis 52 años, no habrá ley de matrimonio en Argentina que llegue a tiempo” para remediar su renuncia a ser padre, concluyó, pero de todas maneras reclamó la ley para “que sean otros y otras quienes sí pueden”. “No hay dignidad si no hay dignidad para todos y para todas; no hay dignidad para nosotros pero tampoco para el resto” de la sociedad, agregó antes de ceder la palabra a su marido, a quien sucedieron las periodistas Sandra Russo (de Página/12) y Liliana Hendel, encargadas de presentar Somos familias. Guía de información técnica y jurídica editada por la CHA. “El amor –resumió Russo– es el eje de esta iniciativa, de esta demanda.”