Viernes, 23 de julio de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › LA FERIA DE FRANKFURT, SEGUN MAGDALENA FAILLACE
La presidenta del comité organizador para la Feria de Frankfurt explica el origen de la muestra de Berlín, qué piensa de Spivacow y cómo se propone traducir a más escritores incluso al malayo.
Por Martín Granovsky
Desde Berlín
Madre rumana, abuelo italiano, apellido francés, algún paso por el sur de Italia en el siglo XIII, Magdalena Faillace, encargada del área cultural de la Cancillería y presidenta del comité argentino de la Feria de Frankfurt, dijo a Página/12 que le resulta personalmente natural pensar en la cultura como inmigración y viceversa.
–Cuando la Presidenta me encargó el proyecto de Frankfurt –contó Faillace–, lo primero que pensé es que éramos el país invitado de honor y que en la feria teníamos un pabellón de 2500 metros cuadrados para mostrar el país. Le dije que no podemos mostrar nuestra identidad cultural y, en el año del Bicentenario, buen momento para saldar deudas pendientes y consensuar proyecto, no podíamos mostrar la cultura sin la inmigración.
–¿Por qué la elección de la inmigración judía?
–En octubre de 2008, cuando me enteré de que había dos museos judíos, me di cuenta de que podíamos mejorar nuestras relaciones con Alemania en lo político, cultural y comercial. El gran debate de los iconos sirvió para darme cuenta de la preocupación alemana por el tema de la memoria. Si algo reconocían de nuestra política era la política de derechos humanos seguida por el gobierno desde 2003.
–¿Y cómo se articuló con el resto de los elementos?
–A partir de ahí, de la sensibilidad de los alemanes hacia su pasado, la comunidad judía importante de la Argentina, la AMIA, de nuestro pasado, se fue construyendo este proyecto. Eso, más el vuelo arquitectónico de los dos museos. El de Frankfurt es más tradicional. Uno, construido sobre el antiguo ghetto. El de Berlín es una obra maestra. Dentro de la inmigración le dedicamos un espacio particular a la inmigración judía. Es un tema sensible a los alemanes y sirve para construir un vínculo.
–¿Qué hará la Argentina en cada museo judío?
–En el de Frankfurt hay una exposición sobre el imaginario, las pautas de vida, la música, la comida, y cómo influyeron en nuestra cultura ciudadana. En Berlín quisimos apelar a los derechos humanos y a lo conceptual. Por eso buscamos a la AMIA para que nos ayudara. Firmamos el convenio, ellos pusieron a los curadores y empezamos a trabajar.
–¿Por qué eligió Frankfurt cuando, en realidad, a diferencia de la Feria del Libro de la Argentina, no es una feria de lectores sino del mercado de los libros, de las editoriales y los agentes literarios?
–Porque los Estados fuertes son los que articulan con los sectores privados y sociales. Soy licenciada en Letras, trabajé siempre en el tema, tengo amigos editores. Sabía que era una ferie de compra y venta de derechos de autor. Me di cuenta de que era una vidriera impresionante. La feria era la puerta para acceder a todas las instituciones culturales, que es la primera economía de Europa y una potencia cultural. Sería bueno mostrar la Argentina en esa vidriera. Pedro Salinas decía que en el amor se revela el mejor yo. Los argentinos tenemos el desgraciado defecto de autoflagelarnos y no saber pararnos sobre lo que tenemos. Y lo que tenemos es liderazgo cultural. Sé por la Unesco, por ejemplo, que somos valorados como una cultura de pares. Me pareció que era una buena oportunidad de pararnos en el hecho de que en los años ’50 éramos país ya exportador de libros. La Argentina tenía raíces fuertes, que en parte vino de los españoles que se exiliaron. También tenemos nuestros Boris Spivacow. Para la densidad de nuestra literatura no éramos suficientemente conocidos en el mundo. Me interesé por los programas de traducción que tienen otros países que hacen una política de Estado alrededor de la promoción de la literatura. Daniel Divinsky me enseñó mucho sobre las políticas de otros países como Francia. Lanzamos el programa Sur (yo le puse el título), sin mediaciones, con las editoriales tratando con el Estado.
–¿Cuál es el sistema de cooperación entre el sector público y el privado?
–El Comité de Frankfurt subsidia y el editor tiene el compromiso de editar, supongamos El Matadero al francés, o el Facundo al hebreo, o Adán Buenosayres al italiano. En el 2008 llegamos a los cien títulos, con un comité que presido e integran Noé Jitrik, Mario Goloboff, Horacio González y Silvia Hopenhayn. En el 2009 duplicamos la apuesta y ampliamos el universo a los 300 títulos. El programa se continuará como política de Estado. Hasta el momento el Estado invirtió unos dos millones de dólares. En traducir sus autores los chinos invirtieron 500 mil dólares. Estamos llegando a 33 países en 28 idiomas. Los más traducidos son el alemán, el inglés, el francés, el hebreo, sin contar a Borges en malayo. Ya sabíamos que la literatura vale. Pero aquí además el mercado pidió. La inclusión social también es que nuestros escritores accedan a los mercados del mundo y no vivan sólo de la insoportable levedad del ser.
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