Jueves, 28 de octubre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › ACTRIZ, ENCUESTADORA Y AHORA CENSISTA
Por Soledad Vallejos
“Yo soy un manifiesto siempre”, dice Julia Amore, la actriz trans que por primera vez salió a la calle como mano de obra de un censo nacional. Pasadas las primeras entrevistas, y mientras agradece el mate y las galletitas a Marcelo, el encargado de sonrisa imperecedera, reconoce que muy temprano en la mañana “tenía un poquito de miedo”, porque era difícil prever qué recepción podía esperarla. Vive de la actuación (ganó dos premios Estrella de Mar; este verano volverá a hacer temporada en el Auditorium de Mar del Plata; actúa en Feizbuk, de José María Muscari), pero alguna experiencia cercana a los censos tiene. “Viste que vivir exclusivamente de la actuación no es fácil”, explica. Por eso, “a veces hago encuestas”.
Sentada sobre un sillón rosado, con el Zoo y la coqueta calle República de la India de fondo, acaba de completar su tercera planilla como censista. Sólo unos minutos antes había llegado la noticia de la muerte del ex presidente. Pero la censista Julia no tiene paz por otros motivos: el censado no le da paz. La vio simpática y tímida, alta, rubia, lookeada como cualquier vecina de la zona, o mejor, como cualquiera de las protagonistas de Sex and the City y empezó a coquetearle nomás sentarse a su lado. Porque lo indicaba el formulario simplificado, Julia le preguntó por su esposa. “Mujer, sí, o varón. No sé. O travesti. No sé qué será”, respondió con picardía instantánea. “Igual, ella no es celosa.”
Poco antes había pasado José, un señor altísimo y de kipá cuya esposa, al regresar de un paseo matutino y ver el fin de la entrevista, se vanaglorió con un “Ah, tenemos una censista de lujo”, al ver la atención que despertaba Julia. El encargado, Marcelo, sonreía desde el escritorio a un lado de la entrada. En 2001, los censistas subían y recorrían el edificio, pero este año “algunos no tenían problema, otros decían que no”, y él resolvió que lo mejor sería convertir los sillones de la entrada en oficina improvisada. “Además, ahí hay comodidad”, evalúa, y Julia le da la razón, desparramando algunos papeles sobre la mesa, acomodando a un lado la cartera y completando con prolijidad los formularios.
A medida que pasaron los minutos, pasado el estrés inicial, Julia sonríe. La experiencia es “buenísima”. “Básicamente en lo político. Es una movida muy importante para muchos y muchas de nosotros. Es histórico: el censo de la diversidad.” La diferencia con los anteriores, reflexiona, tiene que ver con que el mundo LGBT esta vez puede estar, por así decirlo, de los dos lados de manera oficial: “El hecho de ser censistas y poder ser censados es maravilloso. Es una integración”.
Julia todavía no cuenta con un documento que reconozca su identidad de género (“está en trámite, pero no por eso hubo problemas para capacitarme y ser censista”).
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