Jueves, 29 de marzo de 2012 | Hoy
Por Pedro Lipcovich
“Tengo un hijo con trastorno mental severo, que se atiende desde hace diez años en lo que hoy es el PAC –contó a este diario la señora Sandra Calvo–. Ahora tiene 15 años. En 2005, cuando tenía ocho, asesinaron a mi mamá. Para él fue un problema serio asumir esa realidad. Entró en crisis, y yo también había caído en una depresión muy grande. No podía afrontar mis obligaciones, era una situación donde o lo internaban a él o me internaban a mí. Entonces, el PAC dio participación a la defensoría del Consejo de Derechos de los Niños y, por intermedio de una ONG, le pusieron un acompañante terapéutico. Eso descomprimió muchísimo la situación. Para mí fue un alivio muy grande. Pude asistir a mi propia terapia. Tuve tiempo de recuperarme, eso fue suficiente para evitar que él o yo cayéramos en la internación.”
“Además –continuó Calvo–, esto le permitió a mi hijo lograr más autonomía, y a mí despegarme un poco más. Los padres de chicos con trastornos mentales tendemos a ser sobreprotectores y eso juega en contra. Hoy mi hijo viaja solo en colectivo. Yo lo acompaño a la parada, él sube y va al consultorio de su psicólogo.”
“Con otros padres estamos muy alarmados. Una vez que lográs que tu hijo sea atendido así, lo último que esperás es que no pueda seguir”, finalizó la madre.
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