Domingo, 2 de febrero de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › ENCUENTRO CON EL POETA CHILENO
Desde Mar del Plata
En el año 1958, Enrique Lanoo, en forma independiente, desligado de las grandes orquestas, había formado el Cuarteto Musical Buenos Aires y tocaba en un subsuelo, en la esquina de Talcahuano y Corrientes. Allí compartía el escenario con grupos vocales de moda en esos tiempos, como Buenos Aires 8 y Las Voces Blancas, y también con Astor Piazzolla y el Indio Gasparino, primer nombre artístico de Facundo Cabral. Una noche, luego de un concierto, cerca de la una de la madrugada, se le acercó un hombre que se presentó como poeta. “Lo saludé y charlé con él casi sin mirarlo, porque es muy frecuente que se acerquen personas que escribieron algo y quieren que vos lo conozcas, que opines sobre lo que escribe.” Lo increíble fue que el poeta, con gran humildad, le dijo que se llamaba “Pablo Neruda”.
“Me quedé seco, casi se me cae el cello, no lo podía creer. Lo que me salió decirle, rogarle, fue ‘por favor, no se me vaya, espéreme que arreglo algunas cosas y nos vamos a tomar un café’.” Neruda lo esperó y se fueron a un bar mítico de Corrientes, el Suárez. Compartieron varias horas de charla. Quique recuerda que Neruda le dijo que “todo el mundo tiene el derecho de escribir y todos tenemos una poesía en el alma. Yo le respondí que sí, que era así, pero que pocos podemos escribir como él lo hacía. ‘Es simple, me dijo, que saquen el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué, y que digan lo mismo con la misma métrica. Claro, para él era sencillo escribir y quería hacerlo sencillo para todos”.
En esa noche, Neruda le regaló un papel donde escribió “el cuarto soneto de los cien sonetos de amor”, ese que dice: “Recordarás aquella quebrada caprichosa/ a donde los aromas palpitantes treparon,/ de cuando en cuando un pájaro vestido/ con agua y lentitud: traje de invierno./ Recordarás los dones de la tierra:/ irascible fragancia, barro de oro, hierbas del matorral,/ locas raíces, sortílegas espinas como espadas./ Recordarás el ramo que trajiste,/ ramo de sombra y agua con silencio,/ ramo como una piedra con espuma./ Y aquella vez fue como nunca y siempre:/ vamos allí donde no espera nada/ y hallamos todo lo que está esperando.
“Además de regalarme el poema escrito de puño y letra, me hizo un acróstico con mi nombre y apellido. Me lo escribió en una servilleta del bar. Para el acróstico usó las dos ‘o’ de mi apellido Lanoo: ‘O vivamos como juntos lo pensamos, o vivamos de recuerdos, gran amigo’.” Quique, como es de suponer, guarda en su casa los manuscritos de Neruda y se los muestra a Página/12 como lo que son, “reliquias”. El dato gracioso es que el acróstico, en su reverso, tiene la letra despareja del mozo gallego del Bar Suárez, porque allí asentó la cuenta de lo que consumieron esa noche.
El encuentro terminó cerca de las cuatro de la madrugada por dos razones: porque el bar se estaba cerrando y porque el gran poeta chileno tenía que ir hasta el Aeropuerto de Ezeiza porque a las 7.30 partía un avión que lo llevaría a Inglaterra, porque en ese momento era agregado cultural de la Embajada de Chile en Gran Bretaña.
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