Domingo, 9 de febrero de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › HUGO ALVAREZ SOLA, EN VILLA GESELL
Por Soledad Vallejos
Velar por estas playas no fue siempre igual. En el inicio, era apenas un hombre, Julio Lafuente, el encargado, que recorría la arena a caballo y con un rifle, los dos elementos que Carlos Gesell, el fundador de la Villa, le entregó para la tarea. Cuando la Villa empezaba a tomar forma con los balnearios familiares, no eran lo mismo la preparación de los veraneantes ni el entrenamiento de los guardavidas. “La clase media antes no estaba tan familiarizada con el agua, no tomaba clases de natación con tanta facilidad”, hace notar Hugo Alvarez Solá (foto), quien dice que eso, sumado a la institucionalización de los cursos para ser guardavidas, como su incorporación a la enseñanza oficial en 1989, fue volviendo más segura la arena. De todos modos, dice, falta. “No tenemos motos de agua, camillas, comunicación entre todos los guardavidas del lugar. Acá en Gesell sólo los guardavidas municipales están comunicados entres ellos con un handy, por ejemplo”. Son cosas, agrega, que deberían obtenerse por ley o por disposiciones municipales de cada lugar. Detrás de ese tipo de cosas andan, agrega, los miembros de la Asociación de Guardavidas de Pinamar, una organización enteramente conformada por guardavidas en actividad, cuyos reclamos inspiran a colegas de otras playas.
Con o sin esos recaudos, de todos modos, todavía hoy salen a la arena. Han hecho, hacen rescates. Alvarez Solá tiene unos cuantos en la memoria, como el de aquel que tuvo que resolver cuando estaba haciendo su práctica final. Fue en Zeus, donde estaba su mentor, Ojeda. “Al fondo veo un tipo. Toqué silbato para que viniera alguien, pero nadie lo escuchaba. Entonces me metí al agua, y en el medio, antes de llegar al tipo, veo a una nena como de 5 años flotando, con el barrenador. No podía salir. Me dije: ‘¿qué hago?’. Y resolví bien conductista, según lo que nos enseñan: a la más cerca primero. Saqué a la nena, llegué a la arena y se la dejé a un turista. Cuando estoy saliendo de nuevo, viene otro guardavidas. Lo sacamos entre los dos. Ahí Ojeda consideró que me recibí. Fue un momento fuerte. Hay que estar en esa situación para ver la cara de la víctima. No te la olvidás más. Vos sabés y la víctima sabe que vos sos su última posibilidad, que si no llegabas vos, no seguía. Este no es el peor mar de la costa, pero en esa desesperación de la víctima vos ves cara de pánico, cara de muerte.”
–Pero no siempre terminan bien. Acá en el ’89 hubo un rescate muy jodido. Uno había traído una embarcación de la Segunda Guerra Mundial. Se metía al mar y hacía excursiones de pesca. Un día, una ola la dio vuelta, murieron casi todos.
–¿Una persona rescatada es agradecida?
–A veces mucho. Una vez, vi a un tipo que rescató Ojeda. Lo salvó y al rato el tipo apareció para buscarlo. Le dio la llave de su Mercedes Benz. Y Ojeda, no me olvido más, le dijo: “No, cómo me va a dar su auto. ¿Cuánto vale su vida? ¿Un Mercedes Benz?”. Me quedó esa frase grabada.
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