El 9 de enero de este año es una fecha que a los guardavidas de Gesell les va a costar olvidar. La caída del rayo en el balneario Afrika y todo lo que siguió es algo que todavía no se borra. Los guardavidas de las playas vecinas, relativamente cercanas a Afrika, fueron los primeros en llegar, aun antes que la ambulancia y la ayuda del sistema de emergencias. También dieron los primeros auxilios a personas que estaban en shock, y a alguno de los adolescentes que luego fallecieron. Por esos días, con sus testimonios ayudaron a reconstruir lo que había pasado esa tarde. Y luego callaron. La temporada siguió su curso y el trabajo los esperaba. De a poco, volvieron a armar una cotidianidad laboral en la que, sin embargo, basta que alguno de ellos diga “el rayo” para ver cómo se ensombrecen los rostros de los demás.

Bruno es guardavidas desde hace diez años. Ahora, con 30, trabaja en Noctiluca, un balneario muy cercano a donde cayó el rayo que provocó el panorama desolador. “Uno está preparado para ver cosas fuertes, pero no así, y no esa imagen”, dice cuando ya pasaron los días y el recuerdo permanece. “Cuando uno se enfría, cuando te acostás, te viene la imagen de las personas que reanimaste, y las de personas que no lograste sacar. Uno en el momento actúa sin pensar. Después sí pensás.”

Dice, también, que no es lo mismo una tragedia como la que vio, que un rescate en el mar. Enumera: la lluvia, el caos, tanta gente que apareció a ayudar, las víctimas tiradas, las reanimaciones a personas que un segundo después no hubieran podido ser ayudadas. Su colega de Afrika sigue de licencia; cuando se encuentra con otros guardavidas de la Villa, es inevitable que el tema salga en algún momento. Pero todo eso, de todos modos, le resulta comprensible, “fue shockeante para todos los que estuvimos ahí”. Lo que sí le resulta asombroso todavía hoy es el morbo que algunos mostraron después: “Hay gente que viene y pregunta por Afrika, dónde queda, cuál fue la carpa en la que murió uno de los chicos”.