SOCIEDAD
Crónica del horror
Por Y. Monge*
Desde Nueva Orleans
No hay tiempo para dedicarse a los muertos. Todos los esfuerzos de los equipos de rescate se centran en salvar a las personas que permanecen con vida y que no lo harán durante mucho más tiempo. “Cuando encontramos un cadáver flotando en el agua, lo único que podemos hacer es apartarlo y seguir adelante”, cuenta en Saint Bernard Parish, el barrio más devastado de Nueva Orleans, el policía D.J. Coraway. Con Coraway al frente, un equipo de emergencias acaba de rescatar a una familia del tejado en el que llevaban más horas de las que quieren recordar. Creen que diez. Pero para los Edwards la ayuda llega dos muertes tarde.
La madre, Agnes, de 67 años, y un tío de más de 80 perecieron ahogados mientras contemplaban impotentes como el agua crecía y crecía hasta cubrir su casa. “¡Mi madre está dentro ahogada!”, gritaba impotente un hijo de Agnes. Los cadáveres quedan abandonados dentro de lo que fue su casa y de lo que ahora es muy probable sea su tumba. Todos se resisten a partir sin los cuerpos de sus seres queridos. Pero no hay compasión. “No puede haberla, por mucho que tengamos que mirar a otro lado tenemos que pensar en los sobrevivientes”, asegura el oficial de policía Stanley. A pesar de todo, los cinco Edwards que han sobrevivido al Katrina confiesan que se sintieron salvados al oír los helicópteros.
A la policía le queda marcar las casas donde hay muertos. Los helicópteros y los camiones del Ejército cargados de agua, comida, mantas y soldados de la Guardia Nacional son los únicos que viajan sobre la I-10, la carretera que une Baton Rouge con Nueva Orleans. En la dirección contraria son muchos los coches que huyen –tarde– del caos y del agua. La entrada a la ciudad de Nueva Orleans está prohibida y sólo se permite el paso a los servicios de emergencia y a la prensa. Los 120 kilómetros de asfalto son un museo del horror de la devastación. Horror que se incrementa según se llega a Nueva Orleans. En los primeros kilómetros sólo son árboles vencidos por el viento.
A medida que se entra en la ciudad, los edificios muestran las habitaciones de sus dueños sin ningún pudor. Las ventanas fueron arrancadas de cuajo, en algunos casos las paredes enteras volaron. De una casa cuelga una cama sobre la que permanece parte de la ropa de cama. Los coches se mecen en el agua. El agua, que lo cubre todo. Y sobre ella flotan los cadáveres.
Parejas, un anciano solo y familias enteras andan como muertos en vida por la I-10 intentando alcanzar algún pueblo que les dé cobijo. El anciano no quiere hablar. Hace gestos para que lo dejen en paz. Jane y Donald Blanchard prefieren compartir su desgracia. Están sucios y cansados. El pasado domingo decidieron quedarse para “salvar” su casa. No lo consiguieron, pero han salvado la vida. “Nos han sacado en una lancha, pero no recuperaremos jamás nuestra casa”, dice Jane, quien se agarra a una bolsa de plástico de forma compulsiva. Lo que allí dentro lleva son las únicas pertenencias que ambos tienen ahora en el mundo. ¿Se puede sentir afortunado quien lo ha perdido todo? “Estamos vivos”, dice Donald. Se sienten derrotados. El huracán casi los ha vencido.
Muchas personas que saldrán a flote cuando el agua baje han perdido mucho más que su casa y sus recuerdos. Han muerto golpeados, ahogados o de un ataque al corazón al paso del Katrina. Teresa Alvarado busca a su hermana. No sabe nada de ella desde el domingo por la noche. Tampoco pudo comunicar a su familia que sobrevivió. “¿Dios, por qué nos has hecho esto?”, se pregunta desolada.
Geraldine está siendo subida a un camión del Ejército para ser evacuada. Primero tuvieron que sacarla de su casa. No es que Geraldine no quisiera cumplir la orden de evacuación del alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin. Es que Geraldine White, una mujer negra de 32 años, que pesa más de 220 kilosse sintió incapaz de huir. No habla. Sólo permanece apoyada contra la pared del camión mirando con rabia al suelo. Al lado del camión, aterrizan cuatro helicópteros del Ejército. Unos 3000 fueron rescatados en Saint Bernard Parish. Un soldado de la Guardia Nacional entrega a su padre un niño de un año, entre el ruido y el viento provocado por las hélices. Al lado, la madre baja del helicóptero a otros dos pequeños. Los niños no paran de llorar. No comieron nada desde el lunes.
A medida que el agua subía en Nueva Orleans aparecían los saqueadores.Un almacén de Wal-Mart fue asaltado: los saqueadores se han llevado toda una colección de armas.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.