LIMITES AL PROCESO SOJERO
Límites al proceso sojero > “Polarización social”
Por Norma Giarracca y Miguel Teubal *
Celebramos que el debate en torno de la expansión de la soja en nuestro país, con artículos diversos que presentan opiniones contradictorias entre sí, sea recogido por Cash. Pocos son los medios que presentan esta problemática con una perspectiva que no sea complaciente y celebratoria respecto del curso de los acontecimientos. Se trata de un debate que nos concierne a todos, no sólo a los protagonistas del sector agropecuario ya que, en muchos sentidos, hace al futuro del país que se está configurando.
La entrevista a Gustavo Grobocopatel (Cash, 25 de abril pasado) es interesante por esta razón. Presenta la perspectiva de uno de los principales productores sojeros del país; un agricultor con 20.000 hectáreas propias y que arrienda 60.000 más (él se autodenomina irónicamente un “sin tierra”); que no produce sólo soja (40 por ciento del total de su producción) sino también otros productos (inclusive carne mediante el sistema de feedlot) y que factura altos valores anuales. Por todas estas razones, sus opiniones, como agente económico, son significativas. El argumento de Grobocopatel se basa en que sería una locura no aprovechar esta coyuntura favorable que se presenta a raíz de la demanda creciente por parte de China, “que puede durar 20 años”.
Si bien sus opiniones son parciales, desde la perspectiva de productor favorecido, ayudan a formular algunos interrogantes y marcar limitaciones importantes del proceso sojero. En cierto sentido el entrevistado nos está diciendo: “No maten la gallina que está poniendo los huevos de oro”. Pero ¿será cierto que esto ocurre? ¿Se trata realmente de una gallina que pone huevos de oro para el país en su conjunto? ¿Lo que es bueno para el mundo sojero es realmente bueno, a corto y largo plazo, para el conjunto social? ¿Contribuye la expansión sojera a que se resuelva el problema del hambre en esta Argentina de hoy?
Grobocopatel elude la pregunta de Cash referida a la poca importancia que tiene la población económicamente activa en el sector agropecuario. Es más, llega a afirmar que subieron los ocupados en servicios anexos. Esto es incorrecto, los datos del Censo Nacional de 2001 muestran una caída en la Población Económicamente Activa del sector agropecuario en relación con 1991: la cifra pasa de 1.364.870 a 910.996 personas. En tal disminución están, sin dudas, productores y trabajadores rurales expulsados del sector y, según investigaciones independientes y serias, muchos ocupados en servicios anexos que operaban en los miles de pueblos del interior del país dedicados a otras producciones que fueron reemplazados por la soja.
Sabemos que, al amparo de políticas neoliberales, nuestro país en años recientes se ha especializado en forma creciente en la producción sojera, y más que en cualquier otro período histórico, esta oleaginosa aparece casi como un monocultivo tendiendo a constituirse más y más en casi el único producto de exportación. No sólo el país tiende a reprimarizarse sino que este proceso se orienta mucho más que en otros períodos, a un solo cultivo (aunque ahora se prepara la “diversificación” con maíz transgénico). Aparte de las posibles consecuencias que tiene esta situación respecto de la vulnerabilidad de los precios de la soja y de otros productos sujetos a los vaivenes de la economía mundial, cabe destacar que nuestro país ha seguido un camino inverso al de otros países: produce cada vez menos bienes de consumo popular –por ejemplo, los lácteos–, lo cual va en detrimento de la autosuficiencia alimentaria. Mientras Europa, que conoce bien la importancia de los alimentos, después de la Segunda Guerra Mundial apostó a la autosuficiencia alimentaria, nosotros, alegremente, tendemos a perderla.
Grobocopatel se queja de las retenciones aplicadas al sector agropecuario tras la devaluación del 2002. Sin embargo, recordemos que el ajuste del tipo de cambio fue del 300 por ciento y que las retenciones son de apenas el 20 por ciento. Por otra parte, si no fuera por las retenciones, los precios de los alimentos hubieran aumentado mucho más de lo que subieron en medio de la crisis de 2002. El alza de precios de los productos alimentarios que fueron mayores al nivel general de precios en ese año hubiera incidido mucho más sobre el acceso a la alimentación y por ende sobre los índices de pobreza e indigencia de no mediar las retenciones.
Grobocopatel reconoce que es el primero en protestar cuando compra a las transnacionales, sin embargo agrega “... lo que hacen ellas no es más que agrandar la torta y llevarse una tajada grande, dejando también una más grande para el productor”. La cuestión de la tecnología transgénica se relaciona con quien la vende, pero no se reduce a ello. Debería debatirse qué tipo de tecnología es la más apropiada para el país, para nuestras regiones, para la relación entre “producción alimentaria y población”. Ciertamente la transgenia aplicada al sector agrario está muy cuestionada en todo el mundo y por muchas razones. Sólo una de estas críticas se basa en la dependencia que genera respecto de la provisión de semillas por las transnacionales. La idea acerca de que la adopción tecnológica es inevitable está absolutamente pasada de moda en los pensamientos novedosos del siglo XXI y en las sociedades con vocación democráticas.
Nuestro productor agropecuario termina su entrevista afirmando que no se puede asemejar un país sojero a un país bananero: “El mundo sin bananas puede vivir, pero sin soja no puede”. Seguramente Grobocopatel no se está remitiendo a nuestro país: más del 90 por ciento de la soja que producimos no sólo es transgénica sino que también se exporta, va fundamentalmente para el consumo animal de pollos, cerdos y vacunos de los países europeos y de otros países como China. En América latina los países bananeros producen un producto que también es de consumo interno, popular y masivo. No así la soja, que no tiene las propiedades de la leche, la carne, las frutas, etc.. Tal vez los cerdos europeos no puedan vivir sin soja, los humanos sí.
La mayoría de los estudios sobre el interior del país, generados desde trabajos de campo, es decir recorriendo y registrando los procesos en el lugar mismo, muestran una fuerte polarización económica y social y una constante expulsión de productores y trabajadores del sector agrario y de sus servicios anexos. El hambre y la pobreza siguen siendo temas claves y eso también tiene que ver con el sistema agroalimentario y, como venimos sosteniendo, la mayoría de los trabajadores rurales no se han enterado de la prosperidad de sus patrones. Por eso, para muchos de nosotros, la situación agropecuaria actual es más preocupante que celebratoria.
* Profesores e investigadores de la UBA. Miembros del Foro de la Tierra y la Alimentación.