Tanta, pero tanta pavura genera que hasta ciertas aerolíneas lo omiten entre sus butacas, al igual que edificios en sus pisos, pasando del 12 al 14, amén de preservar la fortuna. O, al menos, apaciguar los nervios de más de un supersticioso, de quien –según su nivel de paranoia– podrá decirse que padece triscaidecafobia, tal es el término utilizado para designar el miedo irracional al número 13. Empero, acaso atizando la turbación, o evocándola, 13 ha sido el nombre que un fotógrafo estadounidense eligió al momento de bautizar uno de sus más recientes libros que, subtitulado Una historia de horror norteamericana, no hace sino retratar presuntas “casas embrujadas”. Aunque, en honor a la exactitud, no están precisamente encantadas o habitadas por fantasmas; más bien marcadas por inquietantes historias de lo que alguna vez allí ocurrió. Desde burdeles de antaño donde murieron hombres paquetes con inexplicables círculos en sus pechos; hogares, dulces hogares de asesinos seriales que torturaban a niños y niñas; mansiones de supuestas brujas –cuyos restos perecen bajo el porche–; o casas de padres que asesinaron a sus purretes; nada omite la selección de Seph Lawless, autor de una obra que evoca siniestros de la Norteamérica profunda para continuar haciendo gala de su mote como artista. Finalmente, en tanto “maestro de la decadencia urbana”, el hombre ya había capturado otros sitios abandonados (viejos espacios industriales o shoppings en desuso, por ejemplo), que fueron dejados atrás. En el caso de 13: An American Horror Story, la deserción ocurrió tras diversos crímenes y, por supuesto, algunas fábulas, mucho terror. “Elijo mis proyectos en base a lo que creo que el público quiere ver. Y a la gente le gusta estar asustada. Siempre y cuando sea en un ambiente controlado, le resulta reconfortante, incluso empoderador”, intenta explicarse Lawless. Y desde el campamento Crystal Lake o la calle Elm, ciertos malvados le dan la diestra…