› Por Lisandro Alonso
La existencia de la Lugones es un acto de inteligencia, un lujo, y cumple la función de preservar lo que el cine necesita para sobrevivir, para seguir siendo lo que es el cine, más allá del negocio en que se convirtió: una forma de comunicarnos entre nosotros, un ida y vuelta entre la pantalla y el espectador.
Cuando filmamos Fantasma la idea era usar como excusa el ensayo cinematográfico para filmar el teatro y la sala y hablar, también, de todo lo que estoy intentando aprender. Quería referirme a un tipo de cine que está desapareciendo –en ese marco era como una ironía que estuviera filmado el estreno de mi película Los muertos–. Para mí, desde el día en que decidí estrenar ahí mis películas, estrenar fue una experiencia placentera, sin tener que darme la cabeza contra la pared intentando estrenar en un multicine, algo que implica un montón de gastos y un paso efímero por un lugar donde nadie quiere ver películas con enfoques diferentes de los convencionales.
Creo que la Sala Lugones se propone fomentar un tipo de cine que está en extinción y que sin ayuda del público realmente va a desaparecer de la tierra. Ojalá que haya muchas más salas como ésta en todo el país, y que lleguen a tener 1000 butacas y no solamente las 236 de hoy en día. Ojalá cumplan por lo menos otros 40 años más, y ojalá podamos seguir pronunciando los nombres que inventaron el cine y no las escaleras mecánicas.
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